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Manuel Vázquez Montalbán
Argentina: entre el sueño y la pesadilla
La dimisión del presidente Fernando de la Rúa
se produce sobre un paisaje de saqueos y cadáveres, de hambre y
muerte, a la sombra, otra vez, de una inevitable intervención
militar. El fracaso del frente vertebrado en torno a los radicales por
fuerzas progresistas moderadas que trataban de sacar a los argentinos de
la larga agonía de lo que en su día se llamó peronismo,
empezó a evidenciarse cuando esos efectos progresistas complementarios
fueron desgajándose y los radicales se quedaron solos ante la evidencia
de su impotencia para afrontar la crisis.
La crisis actual forma parte de la larga crisis de un
país tantas veces reputado como de potencialmente riquísimo
que ya parece un tópico recordarlo. ¿A qué se
debe la actual situación de bancarrota que suscita deseos de exilio
económico en buena parte de los argentinos? La mala administración
del gobierno De la Rúa figura entre las causas, como también
la dureza con la que la crisis asiática golpeó al Mercosur
o los problemas de endeudamiento heredados desde los tiempos del falso
optimismo económico de las juntas militares. Pero también
hablamos de un país en el que las revistas de máxima circulación
utilizan a un ministro de Carlos Menem para hablar de la corrupción
en términos implicadores: "si dejáramos de robar durante
dos años, Argentina sería el país más rico
del mundo". Valdría la pena probarlo, dos años no es tiempo,
una vez superada la sorpresa de que el propio señor ministro se
implique en las violaciones del séptimo, creo, mandamiento.
Causas más profundas vienen de desequilibrios estructurales
de la economía argentina y de la perpetua, in crescendo,
casi ya dramática fuga de capitales. La falta de solidaridad del
capitalismo nacional viene de antiguo y se ha visto complicada con la entrada
de lobbies vinculados al narcotráfico que han actuado como
termitas en las estructuras de poder de buena parte de la América
Latina democrática. En otro tiempo se podía haber
acusado a los sindicatos, al gremialismo todavía entintado de peronismo,
de actuar como instrumentos desestabilizadores de la economía. El
exterminio durante el proceso, es decir, la dictadura de Videla
y compañía, de los cuadros sindicales más políticos,
más propensos a una intervención de los trabajadores para
modificar el Estado, ha acentuado la indefinición de los todavía
poderosos sindicatos. Si De la Rúa sacó a Menem de su arresto
domiciliario para pasearse junto a él ante las cámaras de
televisión fue para convocar desesperadamente un consenso social
provisional, avalado por lo que quede de menemismo en el sindicalismo argentino.
Es difícil medir hasta qué punto el menemismo es una pesadilla
que para algunos todavía parece un sueño o un angustiado
referente para unas clases trabajadoras que se han quedado sin pautas,
de nuevo lanzadas hacia los límites de la pobreza. Buenos Aires
tiene dos manifestaciones fijas cada semana: la de las madres de la Plaza
de Mayo que reclaman todavía toda la verdad sobre lo ocurrido a
sus hijos y la de los jubilados que protestan por sus pensiones de hambre.
En una y otra manifestación se puede escuchar el discurso dialéctico
de los oprimidos contra los opresores, como si asistiéramos a dos
representaciones de Bertolt Brecht en escenarios y ante espectadores impasibles,
tan atentos a las tragedias distanciadoras como a las comedias de presidentes
restaureados por el colágeno, encumbrados so-bre una ciudadanía
a la que se le prohíbe retirar de los bancos, de sus propios ahorros,
lo necesario para vivir.
Porque tal vez el drama que se representa, una vez más,
es el de la impotencia de la razón de la mayoría contra la
lógica de la situación controlada por la oligarquía
y en último extremo por los de a caballo, es de-cir, por
un ejército que se ha apoderado del Estado cada vez que esa oligarquía
ha perdido las riendas. Las medidas globalizantes del Fondo Monetario Internacional
no han hecho otra cosa que acentuar la depauperización de un país
potencialmente rico, realmente pobre, pero no en cultura porque cuenta
con las capas medias más cultas de América Latina, y con
los sicoanalistas me-jor preparados para estudiar el síndrome de
la autodestrucción inculcada, aunque sea como consuelo.
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