Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 26 de diciembre de 2001
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Mundo
024a1mun Manuel Vázquez Montalbán

Argentina: entre el sueño y la pesadilla

La dimisión del presidente Fernando de la Rúa se produce sobre un paisaje de saqueos y cadáveres, de hambre y muerte, a la sombra, otra vez, de una inevitable intervención militar. El fracaso del frente vertebrado en torno a los radicales por fuerzas progresistas moderadas que trataban de sacar a los argentinos de la larga agonía de lo que en su día se llamó peronismo, empezó a evidenciarse cuando esos efectos progresistas complementarios fueron desgajándose y los radicales se quedaron solos ante la evidencia de su impotencia para afrontar la crisis.

La crisis actual forma parte de la larga crisis de un país tantas veces reputado como de potencialmente riquísimo que ya parece un tópico recordarlo. ¿A qué se debe la actual situación de bancarrota que suscita deseos de exilio económico en buena parte de los argentinos? La mala administración del gobierno De la Rúa figura entre las causas, como también la dureza con la que la crisis asiática golpeó al Mercosur o los problemas de endeudamiento heredados desde los tiempos del falso optimismo económico de las juntas militares. Pero también hablamos de un país en el que las revistas de máxima circulación utilizan a un ministro de Carlos Menem para hablar de la corrupción en términos implicadores: "si dejáramos de robar durante dos años, Argentina sería el país más rico del mundo". Valdría la pena probarlo, dos años no es tiempo, una vez superada la sorpresa de que el propio señor ministro se implique en las violaciones del séptimo, creo, mandamiento.

Causas más profundas vienen de desequilibrios estructurales de la economía argentina y de la perpetua, in crescendo, casi ya dramática fuga de capitales. La falta de solidaridad del capitalismo nacional viene de antiguo y se ha visto complicada con la entrada de lobbies vinculados al narcotráfico que han actuado como termitas en las estructuras de poder de buena parte de la América Latina democrática. En otro tiempo se podía haber acusado a los sindicatos, al gremialismo todavía entintado de peronismo, de actuar como instrumentos desestabilizadores de la economía. El exterminio durante el proceso, es decir, la dictadura de Videla y compañía, de los cuadros sindicales más políticos, más propensos a una intervención de los trabajadores para modificar el Estado, ha acentuado la indefinición de los todavía poderosos sindicatos. Si De la Rúa sacó a Menem de su arresto domiciliario para pasearse junto a él ante las cámaras de televisión fue para convocar desesperadamente un consenso social provisional, avalado por lo que quede de menemismo en el sindicalismo argentino. Es difícil medir hasta qué punto el menemismo es una pesadilla que para algunos todavía parece un sueño o un angustiado referente para unas clases trabajadoras que se han quedado sin pautas, de nuevo lanzadas hacia los límites de la pobreza. Buenos Aires tiene dos manifestaciones fijas cada semana: la de las madres de la Plaza de Mayo que reclaman todavía toda la verdad sobre lo ocurrido a sus hijos y la de los jubilados que protestan por sus pensiones de hambre. En una y otra manifestación se puede escuchar el discurso dialéctico de los oprimidos contra los opresores, como si asistiéramos a dos representaciones de Bertolt Brecht en escenarios y ante espectadores impasibles, tan atentos a las tragedias distanciadoras como a las comedias de presidentes restaureados por el colágeno, encumbrados so-bre una ciudadanía a la que se le prohíbe retirar de los bancos, de sus propios ahorros, lo necesario para vivir.

Porque tal vez el drama que se representa, una vez más, es el de la impotencia de la razón de la mayoría contra la lógica de la situación controlada por la oligarquía y en último extremo por los de a caballo, es de-cir, por un ejército que se ha apoderado del Estado cada vez que esa oligarquía ha perdido las riendas. Las medidas globalizantes del Fondo Monetario Internacional no han hecho otra cosa que acentuar la depauperización de un país potencialmente rico, realmente pobre, pero no en cultura porque cuenta con las capas medias más cultas de América Latina, y con los sicoanalistas me-jor preparados para estudiar el síndrome de la autodestrucción inculcada, aunque sea como consuelo.

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