Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de enero de 2002
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Política
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Jenaro Villamil

El nuevo Leviatán

Una de las contradicciones más agudas en esta era del pensamiento único es que bajo la promoción de un libre mercado económico se ha construido un nuevo Leviatán, un Estado con poder mínimo en cuestiones sociales (educación, salud, cultura, trabajo, etcétera) y con poder máximo en materia coercitiva (militar, policiaca y financieramente hablando). Thomas Hobbes finalmente le ganó la partida histórica a John Locke. Y ese nueva maquinaria del poder sin contrapesos se reinventa cotidianamente a través de eficaces altavoces en la sociedad de la comunicación y la información.

La tesis de que al ciudadano le interesa más la seguridad, aun a costa de sus propias libertades y derechos, ha revivido con fuerza inusitada a raíz de los acontecimientos del pasado 11 de septiembre en Estados Unidos. De poco ha servido que ese mismo modelo se haya hecho trizas en Argentina, donde existía un Estado poderoso para congelar fondos bancarios, pero débil para resolver la depauperización generalizada que acabó en mayor inseguridad política, económica y social.

"El hombre es el lobo del hombre", dijo Hobbes hace casi 400 años, y difícilmente se puede rebatir esta máxima después de que cientos de millones de personas fueron testigos, en vivo y en directo, del genocidio en Nueva York, sin poder responderse a la pregunta clave: ¿por qué ese exhibicionismo de destrucción masiva?

Lo paradójico es que desde esas mismas pantallas y desde las páginas que se han dedicado a recrear las imágenes del ataque al territorio estadunidense se ha justificado el brote de un estado de guerra en Estados Unidos y se ha clamado por medidas de fuerza, de censura y de invasión a la privacidad para recuperar la seguridad perdida. A la luz de este consenso, Hobbes bien pudo haber rescrito esta frase de su obra más conocida: "ésta es la generación de aquel gran Leviatán, o más bien (hablando con más reverencia) de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa".

Bajo este esquema, el nuevo Leviatán que emerge tiene como finalidad persuadir a la opinión pública, evadir la diversidad de juicios y razones, construir una gran máquina, la machina machinarium, que prevalezca en el último reducto de los seres humanos: la libertad de crítica. Y como en el versículo del Libro de Job que define al monstruo: "no existe potestad en la tierra que se le iguale". No existe, además, por el enorme poder de convencimiento y sugestión que ejerce para justificar la pérdida de la libertad de asociación -de la cual era enemigo el padre del absolutismo moderno-, los ataques a la libertad de expresión, las medidas en contra de la libertad de movimiento, la vulnerabilidad de los derechos civiles -aquellos que inspiraron también a otro teórico inglés: John Locke. La influencia de esta potestad no se circunscribe sólo a los ciudadanos estadunidenses, sino a todas aquellas sociedades globalizadas por los grandes consorcios de comunicación.

En el imaginario colectivo ha triunfado la sensación de vulnerabilidad, de incertidumbre y de odio a los otros, a los extraños. Y esto justifica, por ejemplo, que la venta de armas en Estados Unidos se haya incrementado 26 por ciento desde el 11 de septiembre; que la xenofobia y el racismo, tan caros en una sociedad de predestinados, resurjan sin ningún contrapeso ético eficaz; que el Pentágono, la CIA y la FBI intervengan líneas telefónicas, sitios en Internet, correspondencia escrita y llamen Libertad duradera a una operación bélica que tiene como objetivo principal restringir las libertades fundamentales en su propio territorio.

Se justifica así que la adscripción de un terrorista se defina por sus apariencias y por sus creencias, por su origen étnico y por su civilización, como diría Huntington, el neohobbesiano de la gran potencia. La violencia institucionalizada triunfa y la violencia simbólica se reproduce al infinito en cada mensaje que la televisión transmite sobre la nueva guerra globalizada porque, como escribiría Hobbes, "los hombres necesitan de un poder común que los atemorice".

Ningún medio masivo se escandaliza porque el presupuesto militar de Washington se haya incrementado más de 350 mil millones de dólares -casi tres veces la deuda externa de Argentina- a raíz de la operación en Asia Central. Todos festejan la derrota militar del movimiento talibán, pero pocos observan que la destrucción sufrida en Afganistán será mucho más duradera que el breve periodo de gobierno autoritario de los mullahs, quienes le apostaron también a garantizar "seguridad" a los afganos, aun a costa de construir su propio Leviatán islámico, represivo y discriminatorio. Hobbes parece haber inspirado al talibán como hoy sirve para justificar las medidas extraordinarias de la guerra de George W. Bush.

Sin embargo, no se puede pasar por alto lo que en contrapunto parecen definir los recientes cacerolazos en Argentina, la disolución de la legitimidad de un Estado incapaz de brindarle un mínimo de seguridad a sus ciudadanos: no puede existir un Leviatán eficaz si la anarquía prevalece, si las condiciones de estabilidad que justifican los excesos autoritarios de un modelo único y globalizado se desmoronan con la misma fuerza vertiginosa con la que se derrumbaron las Torres Gemelas.

Y en estas condiciones Hobbes, el enemigo de las guerras civiles que asolaron a la Gran Bretaña de su época también subrayó:

"Ninguna ley puede ser absolutamente injusta, en tanto que todos los hombres crean con su consenso la ley que están obligados a observar, y que consecuentemente ha de ser justa, a menos que un hombre pueda ser injusto consigo mismo."

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