012a1pol Néstor de Buen 2002: un año capicúa La palabra "capicúa" es evidentemente catalana. Significa "cabeza y cola", lo que hace referencia a la igualdad entre el principio y el final. Decir de un año que es capicúa quiere decir, entonces, que como empieza terminará. A mí eso me preocupa muchísimo. Este año no pudo comenzar de peor manera. No me refiero sólo a México, por supuesto. Aunque un crecimiento negativo, que lo tuvimos, no es broma. Pero hay el 11 de septiembre y las bestialidades de los bombardeos en Afganistán y la agresividad exacerbada del señor Sharon, un provocador nato, y el desastre económico y político de Argentina, y la guerra eterna en Colombia, y un tal Chávez que no deja de preocupar en Venezuela. Todo eso empezó en el final de 2001 pero sus consecuencias las vivimos día a día. Flota en el aire el miedo al desastre. El claro enfrentamiento del Congreso de la Unión y el Presidente de la República no es nada positivo. El último discurso del presidente Fox es un alegato de que él no tendrá la culpa de lo que pase. Hay voces que en vía de remedio a la reducción del presupuesto reclaman la disminución del gasto burocrático. Seguramente ignoran o pretenden ignorar que llevamos una larga temporada de despidos sin causa en secretarías de Estado y organismos paraestatales y que reducir aún más el gasto no significará otra cosa que mayor desempleo. Parece evidente, en política internacional, que el sagrado principio de "fuera máscaras" está gobernando la actitud del gobierno republicano en Estados Unidos, que se ha atribuido el sagrado derecho de convertirse, mediante el terrorismo, en el paladín del antiterrorismo. Entre la vocación por una política expansionista, a falta de un contrario de respeto como lo fue la URSS durante la guerra fría, y la condición de crisis evidente de su economía, que tendría que encontrar remedio en la fabricación masiva de armamento, Estados Unidos está generando las más graves tensiones. Europa, su cómplice evidente, remitente de supuestas fuerzas de paz a Afganistán, echa más leña a una hoguera en la que las violencias entre Pakistán y la India son el símbolo de que la paz no parece ser la aspiración de nadie. Pero volvamos a nuestra realidad iberoamericana. Sin duda que aquella política expansiva en los años del control de importaciones y de venta masiva de materias primas que iluminó los crecimientos hasta la década de los sesenta, con abundancia de créditos que se otorgaban con preciosa generosidad, no fue más que una ilusión temporal. El Primer Mundo generó los sustitutos industriales de los productos naturales; recordemos el henequén y su derrota ante los plásticos, y ahora el azúcar frente a la fructosa, y empezaremos a entender mejor por qué somos totalmente dependientes de esa deuda asumida sin clara conciencia de sus alcances y que estemos en plena servidumbre frente a la banca internacional, exigente cobradora. En una más de sus locuras juveniles, Alan García, que llegó a la presidencia peruana con la bandera de APRA, el prestigio antiguo de Víctor Raúl Haya de la Torre y el apoyo masivo de los votos, declaró que no pagaría la deuda externa y no tardó en encontrarse en una gravísima situación económica y política. Los acreedores internacionales no permiten esos lujos. Dice el presidente Fox que nuestra situación es muy diferente de la de Argentina. Yo no estaría tan seguro. Porque mi muy precaria preparación económica no me permite aceptar que la prosperidad de un país se mantenga cuando por lo menos la mitad de la población económicamente activa está en el desempleo, aunque no en la desocupación. Además, los síntomas políticos son preocupantes. Yo diría que el mayor de ellos es que el Presidente no tenga partido que lo apoye y, por si fuera poco, que enfrente permanentemente a un Congreso esencialmente contrario. Pero además, sin el ánimo de buscar alianzas. La culpa la tienen los catalanes. Que además de la palabra "capicúa" inventaron la de esquirol, nombre de un pajarito y de un pueblo al que las empresas en huelga acudían para conseguir trabajadores sustitutos: los esquiroles. Una palabra fea, sin duda. ¡Ojalá que en este año la "cúa" no sea tan negativa como el "cap"!
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