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EN DEFENSA DEL CONGRESO
Las
promociones de amparo contra diversas disposiciones del paquete fiscal
recientemente aprobado por mayoría en el Congreso de la Unión
han ido acompañadas de una pluralidad de voces que descalifican,
en muy diversos tonos y con muy contrastadas intenciones, al Poder Legislativo,
a los diputados y senadores, a los partidos políticos y hasta los
procedimientos clásicos de la democracia representativa.
Ciertamente, la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos
acordados y votados en las últimas horas del añoo pasado
por ambas cámaras son por demás perfectibles y no están
exentos de absurdos y dislates --considerar las computadoras de más
de 25 mil pesos "artículo de lujo", pero no hacer otro tanto con
los yates, por ejemplo--, pero constituyen, en lo general, un buen punto
de partida hacia un consenso sobre la clase de país y de sociedad
a la que aspira la sociedad mexicana. Adicionalmente, las disposiciones
presupuestarias y fiscales referidas fueron muestra de una voluntad negociadora
por parte de las principales formaciones partidarias y constituyeron, en
esa medida, un avance de la civilidad y la institucionalidad democrática.
Uno de los argumentos más socorridos por parte
de los detractores del presupuesto y la miscelánea fiscal es que
los legisladores "tuvieron miedo" de los votantes y no quisieron, en consecuencia,
aprobar la propuesta original del presidente Vicente Fox que pretendía
gravar con IVA alimentos y medicinas. Tal reproche es por demás
absurdo, porque en el fondo critica a los representantes populares por
defender los intereses de sus representados y, a fin de cuentas, recrimina
a los políticos que se comporten como tales.
Un alegato particularmente deplorable y peligroso, en
medio del coro de críticas y de los procesos legales desatados por
las resoluciones legislativas de diciembre, es el que apunta el alto costo
económico de la democracia. Se trata de una postura doblemente repudiable:
por falaz --toda vez que la corrupción a que da margen la antidemocracia
ha sido, a fin de cuentas, mucho más onerosa que mantener a los
partidos y a las instituciones republicanas-- y porque conlleva un inocultable
dejo de añoranza por los tiempos idos del hegemonismo político,
la intolerancia y el autoritarismo.
Son muchos, sin duda, los descontentos generados por la
miscelánea fiscal y el presupuesto negociados en el interior del
Congreso; más aun, algunos están plenamente justificados.
Pero también ha de considerarse que las siete décadas del
priísmo dejaron, en diversos sectores de la economía nacional,
el hábito de la exención impositiva a cambio de la fidelidad
política y electoral, y que la sociedad, en su conjunto, debe resignarse
y habituarse a pagar impuestos. Finalmente, esta vez el Congreso hizo su
trabajo y, en términos generales, lo hizo bien.
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