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COLOMBIA: TRAGEDIA DE LA INTRANSIGENCIA
Después
de tres años de esfuerzos orientados a resolver mediante el diálogo
y la negociación la guerra intestina más antigua de América,
el gobierno de Andrés Pastrana y la dirigencia de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) no lograron superar los obstáculos
tendidos por agentes internos y externos que, desde un principio, vieron
con malos ojos la posibilidad de la paz en Colombia.
Iniciado el 7 de enero de 1999, en San Vicente del Caguán,
el proceso de negociación resultó novedoso y esperanzador
para América Latina y para el mundo. Desde su campaña electoral,
el entonces candidato presidencial Pastrana ofreció que el sentido
principal a su gobierno habría de ser la consecución de una
paz anhelada y exigida por los estamentos mayoritarios de la desgarrada
sociedad colombiana.
La desmilitarización de una zona de más
de 40 mil kilómetros cuadrados (el equivalente al doble del territorio
salvadoreño) a fin de otorgar a los guerrilleros garantías
de seguridad y desplazamiento y generar, así, un clima propicio
a la reconciliación y la superación de las diferencias, fue
uno de los actos más audaces del mandatario.
Por desgracia, de entonces a la fecha, la negociación
se vio expuesta a un desgaste cuya razón principal no fue la intransigencia
de las partes --que la ha habido-- sino el accionar, descarado o encubierto,
de los enemigos de la negociación: entre otros, los estamentos militares
que ven la guerra como negocio, los sectores oligárquicos recalcitrantes
a cualquier idea de transformación social, por modesta que ésta
fuera, la embajada de Estados Unidos en Santafé de Bogotá
--que en todo momento se ha opuesto a la firma de la paz entre el gobierno
de Colombia y lo que Washington clasifica como una organización
"narcoterrorista"--, así como segmentos intolerantes de la propia
organización guerrillera que en no pocas ocasiones se han insubordinado
a la comandancia máxima de las FARC para perpetrar acciones que
torpedearon el proceso de paz.
Ciertamente, el gobierno de Pastrana carecía ya
de margen político suficiente para firmar acuerdos concretos con
la organización insurgente, toda vez que su mandato termina en agosto
próximo; sin embargo, habría sido deseable que se mantuviera
en la mesa de negociaciones y que legara al próximo presidente colombiano
un impulso pacificador que ahora, tras el anuncio de anoche, habrá
de ser generado de nuevo por quien resulte ser el sucesor de Pastrana en
el Palacio de Nariño.
Por desgracia, lo que está en juego no es únicamente
una pérdida de momento político, sino muchas vidas humanas.
Es cierto que la guerra en Colombia no se detuvo mientras duraron las negociaciones,
pero es indudable que, sin éstas, se intensificará.
El simple hecho de que el Ejército gubernamental
pretendiera retomar el control de las poblaciones de la zona de despeje
--amenaza implícita en el anuncio de Pastrana, quien dijo que los
rebeldes habrían de abandonarla en un plazo de 48 horas-- implicaría,
muy probablemente, un derramamiento de sangre. Cabe esperar, únicamente,
que los mandos civiles y militares de Bogotá mantengan la serenidad
indispensable para no cometer semejante imprudencia y dejarle al próximo
gobierno una circunstancia no pacífica, pero menos exacerbada.
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