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Angeles González Gamio
El conde de Regla
Personaje fascinante fue don Pedro Romero de Terreros, a quien se le otorgó el título de conde de Regla, en reconocimiento a los generosos donativos que concedió a la Corona. Nació en Huelva, España, y llegó a México en 1723, para desempeñarse como alcalde ordinario de Querétaro; después fue alférez real y alguacil mayor. De 1743 a 1750 explotó las minas del Real del Monte, en el estado de Hidalgo, donde construyó dos extraordinarias haciendas de beneficio: Santa María Regla y San Miguel Regla, esta última actualmente convertida en hotel.
Llegó a poseer una impresionante fortuna, parte de la cual dedicó a obras de beneficencia y a apoyar a la Iglesia católica. Dio ricas limosnas a los colegios de Propaganda FIDE de Querétaro, ciudad de México, Zacatecas y Pachuca; contribuyó al establecimiento de las capuchinas en la Villa de Guadalupe; financió la construcción de la iglesia de Real del Monte y sin duda su gran obra fue la fundación del Monte de Piedad.
En la ciudad de México se construyó una mansión en el actual número 59 de la calle República de El Salvador, de la cual se conserva parte de la fachada, ya que el interior, que era de una gran belleza, fue mutilado junto con parte del exterior en una remodelación que le hicieron en 1928. Lo que se salvó del exterior nos permite apreciar la maravilla que era. Construida en dos pisos, en tezontle y con elegantes pilastras de cantera, sobre el generoso zaguán se puede admirar el escudo familiar y un bello balcón. La parte baja fue brutalmente transformada; originalmente no poseía ningún vano de acceso y se cuenta que a ambos lados del zaguán se localizaban las grandes bodegas donde se almacenaban las barras de plata.
A un lado de la mansión, la congregación del Oratorio de San Felipe levantó un majestuoso conjunto arquitectónico, del que se conserva uno de los templos, que tiene una de las fachadas barrocas más bellas de la ciudad, que en la actualidad aloja a la biblioteca Lerdo de Tejada, cuyo interior está recubierto por murales del pintor Vlady. Junto se admira el que fuese el claustro y la fachada, sin nave, de otra preciosa iglesia que ahora es la sede de Comunicación Social de la Secretaría de Hacienda, afortunada custodia del antiguo conjunto filipense.
Es interesante recordar que estas instalaciones conventuales no llegaron a ser ocupadas por los miembros de la congregación, también conocidos como "oratorianos", ya que las primeras construcciones fueron destruidas por el temblor de 1768, conservándose únicamente la fachada y la torre, que son magníficos ejemplos de barroco rico. El resto lo volvieron a edificar y en esas estaban cuando fueron expulsados los jesuitas, abandonando, entre otras propiedades, el convento de La Profesa. Ni tardos ni perezosos se trasladaron a ese magnífico lugar, obra del gran arquitecto Pedro de Arieta, puesto a todo lujo y con su bello templo adjunto, cuyo altar mayor acababa de remodelar ni más ni menos que Manuel Tolsá.
Seguramente los jesuitas se dijeron desde el exilio: "nadie sabe para quién trabaja", misma frase que se habrán dicho los "oratorianos" cuando se instaló en su antiguo templo el Teatro Abreu, que durante muchos años fue de los más populares de la capital.
En ese tramo de la calle República de El Salvador se encuentran otras casonas espléndidas, como la que aloja al antro llamado La Malinche, seguramente edificada por algún amigo opulento del conde de Regla, que no quiso quedarse atrás. Unos pasos adelante desempeña importante función el Instituto Cultural México-Israel, que restauró una antigua residencia virreinal.
Casi enfrente se puede ver una hermosa residencia decimonónica, que volvió a la vida Papelerías Lozano, empresa que tiene el buen gusto de restaurar antiguas joyas arquitectónicas para instalar sus establecimientos; otra se puede admirar en la calle de Cuba 93. Varias otras papelerías ocupan la vía: Tigre, Lumen y La Casa del Sobre, en el 39, donde como su nombre lo indica, encuentra desde el diminuto para una notita amorosa, hasta el enorme para los planos o la foto inmensa del primogénito.
Como es de ley en el Centro Histórico, en la esquina de Salvador y Bolívar está situada una cantina: La India. Sus puertas revolventes de madera abren a un espacio sencillo con mesas para dominó y cubilete. Hay sabrosa y abundante botana que se sirve de cortesía con las bebidas espirituosas.
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