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MAR DE HISTORIAS
Plato fuerte
CRISTINA PACHECO
Todo sucedió en cuestión de segundos: escuché la risa, reconocí a Leopoldo, pronuncié su nombre, él se volvió a mirarme. Para mi sorpresa siguió hablando con sus compañeros. Me quedé con la boca abierta y los brazos extendidos.
Otras personas esperaban su automóvil a las puertas del restaurante. Las más cercanas advirtieron lo sucedido. A los hombres les provocó una sonrisa incómoda y a las mujeres un gesto solitario que me irritó. Debieron considerarme una-pobre-mujer-abandonada que había rencontrado a su amante sólo para soportar un nuevo desaire.
Tuve ganas de acercarme a Leopoldo y pedirle que les explicara a los curiosos que entre él y yo sólo había una amistad entrañable, interrumpida por él sin pleito de por medio. Cuando empezó a vivir con Lorena primero dejó de llamarme y luego no respondió a mis telefonemas. No insistí.
Leopoldo se despidió de sus amigos y en cuanto el valet-parking le entregó su automóvil subió a él sin mirarme. Fue tal su precipitación que se le cayeron las monedas de la propina. El tintinero atrajo la atención de los que seguían en la fila. Vi encenderse el rostro de mi amigo. La mujer a mi lado arqueó las cejas: consideraba aquella situación bochornosa como mínimo castigo para el donjuan que me había convertido en su víctima.
Ya en mi coche seguí pensando en qué lo había llevado a desconocerme de modo tan brutal. Quizá Lorena le había prohibido el contacto con sus viejos amigos por juzgarnos "convencionales"; acaso él mismo hubiera decidido mantenerse lejos de quienes sabíamos su vida al detalle.
II
Conocí a Leopoldo en segundo de prepa. Fuimos junto a la universidad. El se inscribió en Arquitectura y yo en Odontología pero seguimos viéndonos con frecuencia. Nuestra rutina se alteró cuando se fue a Veracruz para realizar su primer proyecto: una pequeña unidad habitacional. En esa época mantuvimos contacto por teléfono. A su regreso, como siempre que tenía buenas noticias, me habló al consultorio y me invitó a comer: "Voy a casarme." Le pregunté quién sería la afortunada. "Adivina", respondió.
Mi amigo no es un galán de cine pero es muy atractivo y tiene una sonrisa deslumbrante, así que no era fácil adivinar. Sin embargo, lo intenté medio en broma: "ƑUna aristócrata millonaria? ƑUna gringa tipo Barbie? ƑTu socia Denisse? Es guapa y muy brillante." Lepoldo me aclaró que iba a casarse con una muchacha veracruzana: "Ella estaba de vacaciones en el puerto aunque vive en el DF. No tiene nada que ver con nuestro círculo de amigos. Es una mujer preciosa, inteligente, sencilla y por si fuera poco un genio para la cocina." "ƑY cómo se llama esa maravilla?" "Jazmín del Carmen."
Todos esos datos y el entusiasmo reflejado en la voz de Leopoldo me permitieron vaticinar un matrimonio afortunado. Mis augurios se convirtieron en certeza el día en que conocí a Jazmín y a su familia.
Mi prima Lorena me acompañó a la boda. En cuanto le presenté a Leopoldo me comentó en voz baja: "Tenías razón: es muy atractivo y con los años estará mejor. Si Jazmín no se pone lista, se lo van a volar." El comentario me disgustó. Por desgracia el tiempo le dio a Lorena algo más que la razón: la oportunidad de volverse compañera de Leopoldo.
III
Antes de dos años de matrimonio Jazmín del Carmen y Leopoldo se divorciaron. Cuando me dio la mala noticia lo lamenté. El asumió una actitud cínica: "Estoy dentro de los márgenes de tolerancia: en Estados Unidos y Europa las parejas se divorcian a los cuatro, cinco años. Además, mi ex y yo conservamos una magnífica relación. Voy a comer con ella todos los viernes."
Leopoldo fue el primero en comprometerse de nuevo. Mi sospecha de que le gustaba su socia quedó confirmada cuando supe que Denisse era la elegida. Aunque no se lo pedí, él se apresuró a justificar su decisión: "Denisse y yo tenemos muchas cosas en común: el trabajo, el gusto por la música y el deporte, las amistades. En ese sentido tuve muchos problemas con Jazmín. Todos mis amigos, excepto Lorena y tú, la aburrían o le provocaban desconfianza. Espero que no faltes a la boda."
La ceremonia y la fiesta se celebraron en el departamento de la novia. La decoración en blanco y arena armonizaba con el banquete: un amplio despliegue de platillos minimalistas. A las once de la noche le confesé a Julián, mi novio, que me estaba muriendo de hambre. Con otros amigos huimos a Garibaldi. Nos hartamos de birria y brindamos por la felicidad de Leopoldo.
Mientras estuvo casado con Denisse -ocho meses exactos- dejamos de vernos. Cuando Leopoldo y yo nos rencontramos lo noté desmejorado. Evitamos las explicaciones: ni yo le pregunté las causas de su divorcio ni él me aclaró los motivos de su alejamiento. Ese silencio puso a prueba nuestra amistad.
Julián y yo prácticamente lo adoptamos. Era divertido salir juntos. Una noche Lorena se sumó al grupo. Estaba saliendo de una decepción amorosa y juró que iba a mantenerse sola el resto de su vida: "O por lo menos hasta que encuentre un hombre capaz de entender que a nosotras nos impresionan más la inteligencia y la ternura que el tamaño de su artefacto."
Pregunté qué les interesaba a los hombres de las mujeres. Julián dijo que era imposible generalizar: "Hay tipos que desconfían de las inteligentes, otros que buscan nada más lo físico. Cada quien..." Leopoldo desvió la conversación: "Ahora sólo me importa mi trabajo. Volveré a las comunidades marginadas, construiré casas modestas pero cómodas, llenas de luz y de color." "Suena maravilloso", comentó Lorena temblando. Su emoción me hizo presentir lo que ocurrió después: se volvió la compañera de Leopoldo.
V
La relación parecía ideal: ambos estaban de acuerdo en vivir sin convencionalismos ni ataduras. Rechazaron la posibilidad del matrimonio y cada uno conservó su departamento porque, según ellos, sólo evitando los horrores de la vida cotidiana podrían mantener la magia del amor. Leopoldo empezó a distanciarse hasta que al fin se alejó; sin embargo, nunca perdí la esperanza de recuperar nuestra amistad.
Creí llegado el momento cuando rencontré a Leopoldo en el estacionamiento del restaurante. Pero su huida me desalentó. Mi abatimiento se desvaneció más tarde cuando me llamó: "Sé que estás enojada pero no cuelgues. ƑAceptas que te invite mañana a cenar?" "ƑVendrá Lorena?" "Paso por ti a las siete."
La noche siguiente, antes del primer brindis, Leopoldo se disculpó: "Perdóname por no haberte hablado en el estacionamiento. Temí lo que dirías cuando supieras que voy a casarme." "ƑCon Lorena?" Leopoldo sonrió: "No. Con Jazmín del Carmen." Murmuré: "Ibas muy bien con mi prima." Leopoldo me tomó de las manos: "Hasta que me hartaron las sopas instantáneas. Según ella, cocinar o permitir que yo lo hiciera significaba el comienzo de una relación de esclavitud y dependencia."
Era el momento de preguntarle si por igual motivo se había divorciado de Denisse: "Pues sí, sólo que al revés. Me fascina comer y ella me tenía prohibido todo lo que no fuera natural. ƑSabes lo que significa pasártela a base de yoghurt, algas y granola? šHorrible! Empecé a llegar tarde a la casa..." "ƑTe ibas con otra?" "No, me metía en cualquier lugar donde pudiera tomarme un filete o unos tacos sin que Denisse me dijera: Te estás suicidando con la grasa, el colesterol, los triglicéridos, las calorías y las toxinas."
La explicación me irritó más que la anterior: "ƑVuelves con Jazmín sólo porque cocina muy bien?" Leopoldo me sonrió: "No sé como decírtelo: en sus guisos, hechos con una pizquita de esto y de lo otro, como ella dice, hay gracia, generosidad, amor por la vida. Necesito recuperar todo eso. ƑVendrás a la boda?"