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Ť Misa de cuerpo presente en la parroquia de Santa
María
Despiden cientos de mariachis a Cutberto Pérez
en la plaza Garibaldi
ARTURO CRUZ BARCENAS
El de ayer fue un largo adiós para Cutberto Pérez
Muñoz, en el homenaje luctuoso del pueblo a quien dedicó
sus arreglos musicales. Falleció el jueves y ayer fue llevado al
panteón Español, donde sus restos fueron cremados, luego
de recorrer gran parte de la ciudad, desde la funeraria situada en Félix
Cuevas, a las 12 horas, donde el cortejo se dirigió a la plaza Garibaldi;
aquí, cientos de mariachis interpretaron la que se considera su
máxima pieza, su máximo arreglo: La Bikina.
Alrededor
muchos no pudieron contener las lágrimas. El sello de Cutberto como
director de mariachi era el toque clásico. La música de viento
se unió al clima frío, lluvioso, que predominó en
la ciudad capital de la República. Tristeza y lluvia. "Se fue muy
pronto, a los 55 años", comentaban dos mujeres dolientes.
En el parabrisas de la carroza, gris plomo, la llovizna
escondía las lágrimas por el nacido en Ojinaga, Chihuahua.
A las 13, todo estaba listo en Garibaldi. El féretro se colocó
en los arcos situados frente al Eje Central. Unas 50 coronas con listones
morados fueron el marco del largo adiós. Amigos y más amigos.
Gente del pueblo, transeúntes, varios curiosos,
se acercaron al ver el gentío. Y cantaron Chihuahua, el tema
que los mariachis entonan para recordar a esa tierra de desierto y mujeres
hermosas y bravías.
La lluvia apuró el adiós. Algunos lúmpenes
se acercaron y lloraron y gritaron "¡Viva Cutberto!" Quién
sabe por qué. El vendedor de jugos de naranja detuvo su carrito
de tienda de autoservicio. Unos mariachis taloneros -de los que corren
tras los carros donde viajan potenciales clientes- se acercaron a participar.
De ahí a la misa de cuerpo presente, en la parroquia
de Santa María la Ribera, ubicada frente a Garibaldi. Cual réquiem
de Mozart, unos 300 mariachis tocaron y cantaron los temas de la misa que
Cutberto arregló en vida y que el padre Francisco dirige en su liturgia
cada domingo, a las 12 horas, ahí, en la parroquia de Santa María
la Redonda.
Se lee el Evangelio según San Juan. Se habla de
la vida y la resurrección. Polvo al polvo. Se vive y se vivirá
por siempre, mediante la fe. Qué mejor que vivir y morir siendo
recordado por los que gustaron de un legado tan noble como la música.
Se escucha el Santo-santo, Dios del Universo, el Aleluya, Peregrinos de
Emaús... Hasta que se llega al clímax con Dios nunca muere,
el segundo himno oaxaqueño que se canta para citar, invocar, a la
eternidad. Sólo lo finito es eterno. Lo que muere es aquello que
es olvidado.
Dirige a los cientos de mariachis el maestro Régulo
Villanueva Torres, del Zacatecano de Pepe Aguilar. Ahí, en el altar,
como atestiguando la misa, la Virgen de Santa Cecilia, patrona de los músicos.
Pide el padre Francisco por Cutberto para que lo reciba Santa Cecilia.
Finaliza la liturgia y el ataúd es levantado. Varios
se ofrecen, pero Dalila, la hija de Cutberto, dice a quiénes corresponde
tal honor.
En la iglesia de arquitectura clásica, la muchedumbre
sale a paso lento, a paso de entierro. Las notas de Las golondrinas,
las dolorosas, hacen tragar saliva. Un nudo en la garganta y la emoción
desbordada.
De nuevo frente a los arcos de Garibaldi, se pronuncian
palabras que calan en la memoria. Un aplauso de varios minutos por Cutberto.
Varios ¡vivas! Ahora rumbo al panteón Español, donde
sus restos fueron cremados. Ahí estarán, hasta que su viuda,
Aída Polanco, cumpla la voluntad postrera y los lleve a la ciudad
de Ojinaga.
Como siempre, no faltó quien pronunciara la frase
lugar común: "Sólo se nos adelantó; allá nos
vemos, don Cutberto".