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CHIAPAS: EL COSTO DE LA INDIFERENCIA
En
días recientes han ocurrido en Chiapas diversos hechos violentos
que contradicen la "tranquilidad nerviosa" a la que se refirió el
enviado papal Roger Etchegaray luego de una gira por el estado. Más
certera parece la impresión del arzobispo regiomontano, Adolfo Suárez
Rivera, quien destacó que en la entidad del sureste "las cosas están
pasmadas, como detenidas, y de repente explotan por otros problemas adyacentes".
En esta segunda percepción encajan sucesos como
el atentado perpetrado anteayer en la casa del titular de la Comisión
Estatal de Derechos Humanos (CEDH), Pedro Raúl López Hernández,
y el asalto o emboscada a vehículo de Progresa que se registró
ayer cerca de Salto del Agua con un saldo de dos muertos y dos heridos.
Es pertinente recordar que tales sucesos tienen como telón
de fondo el creciente golpeteo que el priísmo chiapaneco, expresión
política de la oligarquía local, ha venido orquestando contra
el gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía, en un momento en que el
madracismo --representado en Chiapas por el grupo del ex gobernador Roberto
Albores-- disputa con buenas perspectivas el control del PRI nacional.
Sería ciertamente aventurado establecer una vinculación
directa entre el creciente desasosiego que se vive en diversos puntos del
territorio chiapaneco y los hechos de violencia referidos, pero no puede
ignorarse que objetivamente cualquier elemento de inestabilidad en Chiapas
sirve a los intereses revanchistas del priísmo local.
Más allá de esos escenarios locales, la
creciente incertidumbre estatal obliga a recordar que el país sigue
teniendo, a más de ocho años del alzamiento indígena
del 1º de enero de 1994, la asignatura pendiente de resolver las causas
profundas de la insurrección y de establecer términos dignos,
justos y democráticos con sus pueblos indígenas.
Tras los errores legislativos del año pasado, cuando
el Congreso de la Unión aprobó unas enmiendas constitucionales
distorsionadas e insuficientes en materia de derecho y cultura indígenas,
el actual gobierno federal parece haberse convencido a sí mismo
de que la solución al conflicto chiapaneco consiste en no mencionarlo.
Semejante apreciación puede tener graves consecuencias para Chiapas
y para el país en su conjunto porque, aunque no ocupe --por ahora--
las primeras planas de los diarios ni espacios destacados en los noticieros,
el conflicto chiapaneco sigue irresuelto, y en tanto no se atiendan las
razones de fondo que le dieron origen, la estabilidad y la paz en aquella
entidad seguirán siendo irremediablemente frágiles y precarias.
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