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Ť Con disfraz de beligerante el narrador pudo hablar sin empacho de la soledad
Más allá de las modas pasajeras, siempre se descubre al escritor arriesgado y genuino, diría el Nobel español
CESAR GÜEMES
La variedad de géneros abordados por Camilo José Cela habla de su diversidad. Más allá de las polémicas literarias en las que se vio envuelto, el Nobel español buscó ser distinto con la premeditación de quien se sabe contemporáneo.
Así lo muestran sus declaraciones al diario español El Mundo hace dos años, cuando señaló: ''Seguir haciendo novelas al modo del XIX no tiene sentido, se acaban cayendo por su propio peso, a menos que el autor se contente simplemente con cubrir el expediente, pero estoy hablando de literatura de calidad, no de seudoliteratura. A mí me solía decir Picasso: 'el único interés es el comienzo, porque después del comienzo empieza el fin'. Y tenía razón. Todo lo que no sea arriesgarse y abrir nuevos cauces es perder el tiempo. Yo nunca he tenido miedo al riesgo. La técnica en mis novelas es diferente siempre. Desde luego que es mucho más fácil seguir un guión. Pero por ese camino sólo se pueden hacer subnovelas, obras de género sin interés. Además, las aguas en una actividad tan cruel y dramática como la literatura siempre vuelven a su cauce, siempre se acaba redescubriendo al autor arriesgado, genuino, aunque haya estado olvidado durante mucho tiempo por el efecto de las modas pasajeras".
No obstante que el reconocimiento le fue favorable desde el comienzo de su trayectoria, afirmaba: ''No escribimos para hacernos un puesto en los libros de texto. Se escribe por uno mismo, por el mero placer de hacerlo, y a continuación puede resultar que haya muchos miles de lectores que estaban esperando leer eso. Si no se hubieran escrito ni El Quijote ni La divina comedia no hubiera pasado nada. Yo particularmente me alegro de que se hayan escrito porque me han deleitado y me han instruido, pero si no hubieran existido... A Kafka estuvimos a punto de no conocerlo. El dejó dicho en su testamento que quemasen todos sus libros y afortunadamente su amigo y albacea testamentario no le hizo caso y, gracias a él, no desapareció uno de los escritores claves del siglo XX".
El calendario como herramienta inexorable
Algo similar había sostenido en su texto Elogio de la fábula, el discurso con que recibió el Nobel de Literatura 1989. Escribió Cela: ''Mi viejo amigo y maestro Pío Baroja tenía un reloj de pared en cuya esfera lucían unas palabras aleccionadoras, un lema estremecedor que señalaba el paso de las horas: todas hieren, la última mata. Pues bien: han sonado ya muchas campanadas en mi alma y en mi corazón, las dos manillas de ese reloj que ignora la marcha atrás, y hoy, con un pie en la mucha vida que he dejado atrás y el otro en la esperanza, comparezco ante ustedes para hablar con palabras de la palabra y discurrir, con buena voluntad y ya veremos si también con suerte, de la libertad y la literatura. No sé donde pueda levantar su aduana la frontera de la vejez pero, por si acaso, me escudo en lo dicho por don Francisco de Quevedo: todos deseamos llegar a viejos y todos negamos haber llegado ya. Porque sé bien que no se puede volver la cara a la evidencia, y porque tampoco ignoro que el calendario es herramienta inexorable, me dispongo a decirles cuanto debo decir, sin dejar el menor resquicio ni a la inspiración ni a la improvisación, esas dos nociones que desprecio".
Y sobre el extremo en que lo había colocado la existencia, dijo: ''Escribo desde la soledad y hablo también desde la soledad. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, y Francis Bacon, en su ensayo Of solitude, dijeron -y más o menos por el mismo tiempo- que el hombre que busca la soledad tiene mucho de dios o de bestia. Me reconforta la idea de que no he buscado, sino encontrado, la soledad, y que desde ella pienso y trabajo y vivo -y escribo y hablo-, creo que con sosiego y una resignación casi infinita. Y me acompaña siempre en mi soledad el supuesto de Picasso, mi también viejo amigo y maestro, de que sin una gran soledad no puede hacerse una obra duradera. Porque voy por la vida disfrazado de beligerante, puedo hablar de la soledad sin empacho e incluso con cierta agradecida y dolorosa ilusión".
Había otro Cela, después de todo, para fortuna de sus lectores.