Hermann Bellinghausen
Quien toca
Toc. Toc. Toc. Como si alguien tocara abajo. Toc. Toc. O un niño rebotara su pelota contra la fachada. Toc. O el jardinero, que llegó temprano. Toc. Suena demasiado lento para provenir de nudillos humanos. Toc. ƑUna rama suelta azotando las ventanas? Eso, las ventanas de la parte posterior. Mientras bajaba la escalera, no distinguía la dirección del toquido. En el pasillo se orientó mejor. Hacia la ventana.
Qué grande puede parecer una casa cuando está vacía. El hombre llegó al ventanal, a través de cuya reja de hierro contempló el jardín temprano. Tendría que mandar limpiar los vidrios, opacados por el polvo. No vio a nadie.
En el ciruelo, desnudo de invierno, una familia de los mosqueritos que van de paso ocupaban, inmóviles, las ramas. Aves del norte, bajan a invernar en Guatemala. Qué curioso, pensó en su distracción ociosa, van en sentido opuesto al río de migrantes, que ya quisieran ser un Empidonax afín como esos, para cruzar la frontera sin papeles y ni quien los moleste.
šToc! Hagan de cuenta una pedrada. Casi en la cara. Un pájaro. Mejor dicho, un loco cenzontle, del llamado tropical, queriendo entrar. No ve el vidrio. Desde la reja emprende sus intentos. Toc. Toc. Desiste. Se aleja raudo hasta la cerca de tuyas al fondo del jardín. Allí se para.
ƑQué veía? ƑQué lo atraía adentro? ƑUn resplandor reflejado? ƑSu propia imagen? O nada. ƑAbrigarse del frío? ƑUbicar un buen rincón o alero donde anidar? No, los cenzontles no anidan así. Ya, ya, ni que supiera el hombre tanto en la materia.
Rompe en canto, chiflado pájaro. La característica, larga y sostenida sucesión de notas que forman las frases de su canto. Cada una con rapidez, un par de veces, antes de pasar a la siguiente. Una espiral armónica notable, común en los de su especie, que cantan de día, de noche, en los ranchos, en arbustos junto a los caminos y a orillas de las ciudades.
Arremetió desde las matas contra el vidrio, otra vez. šToc! Con la cabeza, el pico, el pecho. Tonto animal, se iba a hacer daño. Y la ventana no se abre por ahí, no había manera de ayudarle. Saltó a la reja, que cubre la ventana a un palmo del cristal. Toc. Salto. Toc.
No cantaba ya. No entendía por qué no hay paso. Las aves pequeñas siempre traen un manojo de nervios. Carecen de la majestad conchuda del águila, el gavilán y el zopilote, que observan antes de depredar. Los pajaritos en cambio, como comen moscos, larvas, semillas, se estremecen como chinampinas cuando no vuelan, y necesitan estar cerca, como los miopes, para hacerse una panorámica.
Toc. Retornó a la cerca. ƑNo veía al hombre asomado? ƑO no bastaba ese espejismo para ahuyentarlo, y que desistiera de su embate inútil? Teniendo a todo su alrededor el campo abierto y sin límite, el cenzontle quería entrar por esa ventana, el único orificio del universo por el que podía pasar la luz, pero no él.
Cantó. Otra vez cantó sus escalas. No imitaba. Los cenzontles son muy miméticos, copiones. En inglés les dicen mockingbird, el que arremeda. Pero éste ahora apenas si se movía para entonar del ronco pecho sus frases pirotécnicas.
Cambió de táctica. Hizo chac, chac. Como trisitando. Chac. Otros cenzontles le respondieron a lo lejos. Renovadas las fuerzas, arremetió contra el vidrio. Toc. Pájaro burro. Pájaro necio. Fuera de la jaula, queriendo entrar.
El hombre miró al ciruelo deshojado. Los mosqueritos habían desaparecido. Se alejó de la veranda por el pasillo, y escaleras arriba dejó tras de sí la puerta abierta, para escuchar de lejos, en sordina, el toc toc del cenzontle que así se estuvo horas, horas.