FOX EN CUBA
La
visita de Estado que realizó ayer el presidente mexicano Vicente
Fox a Cuba marca el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales
que este año cumplen un siglo de establecidas y que, tanto para
los gobiernos como para las sociedades de ambos países, resultan
necesarias e irrenunciables.
Cabe recordar que, tras el triunfo de la revolución
encabezada por Fidel Castro en 1959, los nexos con México resultaron
cruciales para el nuevo régimen de La Habana, que desde entonces
es acosado, aislado y hostigado militar, política, diplomática
y económicamente por Washington.
Sobre la base de una relación estrecha y entrañable
entre los pueblos de Cuba y México, los gobiernos que se reclamaban
como emanados de la Revolución Mexicana y el régimen de Castro
hallaron, pese a sus grandes diferencias, puntos de identificación
en los principios de justicia social y en la resistencia a los inveterados
afanes hegemónicos de Estados Unidos en América Latina, pero
también en el rechazo de ambos a las fórmulas de la democracia
parlamentaria preconizadas por las potencias occidentales como la única
forma de gobierno válida en el mundo.
Las buenas relaciones persistieron, sobrevivieron al creciente
desgaste del llamado sistema político mexicano y resultaron fundamentales
para la isla cuando se desintegró el bloque socialista --del cual
dependía buena parte de la economía cubana-- y desapareció
la Unión Soviética, principal proveedor financiero, tecnológico
y militar de Cuba.
La cordialidad y el buen tono en los vínculos gubernamentales
se mantuvieron incluso durante la intensificación del viraje neoliberal,
emprendida por Carlos Salinas de Gortari, y a pesar de que éste
rindió ante Estados Unidos, mediante la firma del Tratado de Libre
Comercio, buena parte de la economía y de la soberanía nacionales.
Como para muchos otros aspectos de la vida nacional, el
último gobierno priísta resultó nefasto para las relaciones
con Cuba, las cuales se mantuvieron congeladas, cuando no salpicadas por
confrontaciones verbales causadas por la impericia diplomática del
equipo de gobierno de Ernesto Zedillo, quien, por lo demás, fue
incapaz de ocultar su antipatía personal hacia todo lo relacionado
con Cuba, país al que no realizó ninguna visita oficial.
En contraste, la buena relación personal entre
Castro y Fox, a pesar del abismo ideológico que separa a ambos presidentes
y a sus gobiernos, ha logrado reactivar los vínculos oficiales en
su conjunto y hasta minimizar las torpezas del canciller Jorge G. Castañeda.
Los nexos oficiales parecen orientarse hoy en día
por un rumbo menos ideológico de lo que fueron las relaciones de
Castro con los regímenes priístas, y por acciones más
pragmáticas. Cabe esperar, en todo caso, y por el bien de ambas
sociedades, que en el presente gobierno se incrementen la cantidad y la
calidad de los intercambios económicos, culturales, tecnológicos
y deportivos.
Lo que no va a cambiar, independientemente de las orientaciones
gubernamentales, es el afecto y la solidaridad que unen a ambos pueblos.