Gonzalo Martínez Corbalá
La Doctrina Estrada y la seguridad nacional
La seguridad nacional de México no es -en la actualidad-
de naturaleza esencialmente militar; su objetivo final debe ser la solidez
en el presente y la estabilidad en el futuro inmediato, y, a corto plazo,
de la independencia y la soberanía del Estado. "La libertad de sus
ciudadanos para desarrollarse económica y socialmente"; es decir,
lo que genéricamente se llama desarrollo.
La seguridad nacional, de esta manera, puede estar fincada,
en mayor medida, en la política de desarrollo social en su sentido
más amplio, que en otras esferas del poder público que aparentemente
hubieran sido, en otros momentos de nuestra historia, la base de nuestra
seguridad nacional.
Hay amenazas a la seguridad de los Estados, que se puede
afirmar no son militares, como podrían ser las reducciones a las
perspectivas de crecimiento económico, el deterioro ecológico,
la escasez de recursos en el campo del desarrollo de la energía
y el crecimiento de la población mundial, en otro orden de cosas.
El balance de las fuerzas políticas internas y
externas determina en la práctica cuáles de las áreas
de gobierno -del poder público- predominan sobre las demás
coyunturalmente. Pueden, por ejemplo, ser determinantes ?como sucede en
la actualidad realmente? la de comunicaciones y la de energéticos,
las que a su vez se ven condicionadas por el entorno mundial. Es decir,
por las presiones políticas del exterior, en su origen de naturaleza
económica, pero que se transforman en acciones políticas
y diplomáticas con mucha facilidad. Se podría afirmar que
tienen estas fuerzas económicas, por su dimensión trasnacional,
vocación diplomática, ya trasladadas al ejercicio del poder
en el escenario de la realidad.
La cancillería mexicana tiene, por estas razones,
un papel de suma importancia. Es la institución receptora de las
presiones exteriores. En ocasiones se reciben con suavidad y tienen efectos
a plazo largo, y en otras son de mayor impacto y hay que darles un curso
determinado en lo inmediato, e impedir que se hagan luego irremediables,
como lo decía Maquiavelo en El Príncipe, comparándolo
con los síntomas del tifo que era mortal en su tiempo si se dejaba
avanzar, pero curable en el principio, cuando todavía aquellos no
eran visibles.
Las relaciones exteriores están hechas de eso,
de acciones directas y sutiles muchas veces, y otras de tal naturaleza
que en la difusión misma reside el alcance del mensaje. De su oportunidad
depende el obtener un resultado cualquiera, o que se produzca el efecto
contrario, generalmente, no deseado y mucho menos buscado.
Un recurso muy efectivo en el terreno de la política,
para preservar nuestra propia seguridad nacional, en este juego tan dinámico
y tan complejo de las fuerzas internacionales, fue durante muchos años
la Doctrina Estrada. Al regreso de México hacia Santiago de Chile,
en un momento muy delicado el 12 de septiembre de 1973, con casi 500 asilados
protegidos en las instalaciones de la embajada de México en Chile,
en la escala obligada de Lima, en el aeropuerto, fui requerido por los
numerosos corresponsales de la prensa internacional, para aclarar si nuestro
país rompería las relaciones diplomáticas con la junta
militar que dio el golpe de Estado, unas horas antes, al presidente Allende.
La respuesta fue escueta: "México aplica la Doctrina
Estrada y no califica gobiernos; mantiene o no las relaciones diplomáticas,
lisa y llanamente: Soy el embajador de México en Chile y voy de
regreso a Santiago". El contenido era obvio, aunque no explícito,
y las conclusiones obligadamente precisas, pero sirvieron de mucho para
que la junta militar tuviera el suficiente interés para facilitarnos
la salida, con el salvoconducto correspondiente, de muchos chilenos que
vinieron a México a encontrar la libertad y la vida.
Por otra parte, al no ejercer en nuestras relaciones exteriores
el recurso fácil de la calificación a otros gobiernos, evitamos
que pudiera intentarse calificar al nuestro, y de esta manera se le da
una vía de desfogue a ciertas presiones que puedan ser amenazantes
para nuestra propia soberanía. Esta es la sabiduría que encierra
la breve, pero concisa Doctrina Estrada.
Los principios fundamentales de nuestras relaciones exteriores,
llevados durante décadas a la práctica por nuestra cancillería
y por una verdadera pléyade de embajadores mexicanos, entre quienes
figuraron muy destacadamente Luis Padilla Nervo, Manuel Tello, Rafael de
la Colina, Jorge Castañeda y un premio Nobel, el canciller Alfonso
García Robles.
Precisamente fue Padilla Nervo quien en la Asamblea de
la ONU, en la que Krushov golpeó la mesa con su zapato, hizo una
propuesta muy breve, pero que fue un gran planteamiento: hacer una tregua
de silencio, que evitó que las tensiones -muy graves?-en ese momento
se exacerbaran y se salieran de control. La oportunidad y la mesura lo
hicieron todo.
Lo dicho: hay en las relaciones exteriores muchos factores
imponderables e imprevisibles que requieren tomar iniciativas y dar respuestas
tan claras como firmes; sobrias y discretas, y siempre oportunas, sin adelantos
riesgosos ni retrasos estériles. De ello dependen en gran medida
la soberanía y la seguridad nacional.
Recordemos una vez más a Luis Padilla Nervo; démonos
una tregua de silencio.