Inmanuel Wallerstein
Porto Alegre 2002
La gran ofensiva neoliberal para socavar las ganancias
que habían obtenido las poblaciones del mundo en el periodo posterior
a 1945 se lanzó de manera simbólica (y real, en cierta medida)
al convocarse la primera conferencia de Davos, en 1971. Se planeó
como un lugar de encuentro para los poderosos del mundo ?directores de
los más grandes bancos y corporaciones, líderes políticos,
figuras clave en los medios? para consultar unos con otros, crear una retórica
propia y coordinar estrategias.
Hasta mediados de los años 90 esto parecía
sorprendentemente exitoso. Los principales regímenes soviéticos
fueron desmantelados, los movimientos históricos nacionales de liberación
quedaron desprestigiados o reducidos. La retórica del desarrollo
(ya no digamos la del socialismo) había sido remplazada en todo
el mundo por la retórica de la globalización, para la cual,
se dijo, no había alternativa posible. Los partidos comunistas del
mundo se habían convertido en socialdemócratas, y los partidos
socialdemócratas ya estaban casados con el liberalismo de mercado
que aparecía co-mo la versión apenas diluida del liberalismo
ligado a los partidos conservadores.
Las fuerzas de Davos aceleraron a toda máquina
y de pronto se toparon con problemas. El Acuerdo Multilateral de Inversiones,
discutido en secreto, que hubiera hecho ilegales legislaciones nacionales
que restringían las facultades de las corporaciones extranjeras,
fue hundido en 1998, en parte debido a la oposición de Francia.
Al año siguiente, en Seattle, una inesperada coalición
de ambientalistas y sindicatos estadunidenses se manifestó tan vigorosamente
contra el lanzamiento de una nueva ronda de pláticas de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), que la reunión planeada ni siquiera
procedió.
Esto
fue un logro, principalmente, de los manifestantes estadunidenses. Y siguió
una cascada de protestas en Quebec, Niza, Gotemburgo y Génova, todas
exitosas. Y después llegó el Foro Social Mundial de Porto
Alegre, en 2001: 15 mil personas de todo el mundo, de toda clase de organizaciones,
que insistieron en que "otro mundo es posible".
La prensa occidental se mantuvo escéptica, pero
la gente de Davos se sintió perturbada. Decidieron llevar sus reuniones
a lugares más seguros, desde Doha, en los Emiratos Arabes Unidos
para la reunión de la OMC, hasta una remota localidad montañosa
de Canadá para la junta del Grupo de los Ocho, y a Nueva York para
el Foro Económico Mundial.
El ataque del 11 de septiembre de 2001 sirvió a
los intereses de las fuerzas de Da-vos. Las manifestaciones a gran escala,
con sus riesgos de violencia, parecían amenazadas por acusaciones
de terrorismo. La bien protegida reunión de la OMC en Doha re-lanzó
las pláticas mundiales sobre comercio. Pero ahora, cinco meses después
de los atentados, se llevó a cabo Porto Alegre II. Esta vez, los
primeros cálculos de asistencia ascendían a 50 mil personas.
Esta vez, la prensa mundial está prestando mayor atención
a Porto Alegre que a Davos, salvo en Estados Unidos, por supuesto.
Es un momento que hay que atesorar. ¿Cuáles
han sido las fortalezas de la coalición antiglobalización?
La primera es que demostró la amplitud y profundidad del apoyo popular
del que goza en todo el mundo, lo cual deja claro que en efecto hay una
alternativa a la agenda neoliberal de las fuerzas de Davos. El 11 de septiembre
parece haber frenado el movimiento sólo momentáneamente.
En segundo lugar, la coalición ha demostrado que
la nueva estrategia antisistema es factible. ¿Cuál es esta
estrategia? Para en-tenderla claramente debe uno recordar cuál fue
la vieja estrategia. La izquierda mundial en todas sus muchas formas -partidos
comunistas y socialdemócratas, movimientos nacionales de liberación-
argumentaron por al menos cien años (de 1870 a 1970, aproximadamente)
que la única estrategia practicable incluía dos elementos
clave: la creación de una estructura organizacional central y tener
el objetivo primordial de llegar al poder estatal de una forma u otra.
Los movimientos prometieron que, una vez en el poder de Estado, podrían
cambiar al mundo.
Esta estrategia parecía muy exitosa, en el sentido
de que en los años 60 una u otra de estas tres clases de movimientos
había lo-grado llegar al poder estatal en la mayor parte de los
países de la Tierra. Sin embargo, era evidente que no habían
logrado transformar al mundo. De esto se trató la revolución
mundial de 1968; del fracaso de la vieja izquierda en su intento por transformar
al mundo. Esto llevó a 30 años de debate y experimentación
sobre las al-ternativas a la estrategia orientada hacia el Estado que ahora
parecía equivocada. Porto Alegre es la protagonización de
la alternativa. No existe una estructura centralizada. Por el contrario,
Porto Alegre es una muy flexible coalición de movimientos trasnacionales,
nacionales y locales, con múltiples prioridades unidas primordialmente
en su oposición al orden mundial neoliberal. Y estos movimientos,
en su mayoría, no están buscando el poder del Estado, y si
lo están buscando, lo hacen partiendo de que ésta es sólo
una táctica entre otras, pero no la más importante.
Hemos dicho suficiente sobre las fortalezas de Porto Alegre.
Es momento de señalar sus debilidades. Sus fortalezas son sus debilidades.
La falta de centralización pue-de hacer difícil coordinar
tácticas para las batallas más duras que quedan por delante.
Y tendremos que ver también qué tan grande es la tolerancia
hacia todos los intereses que se representan, la tolerancia ha-cia las
prioridades de unos y otros.
Y si lograr el poder desde la estructura del Estado ya
no es el objetivo primordial, ¿entonces qué lo es- Hasta
ahora las fuerzas de Porto Alegre han luchado, sobre todo, batallas defensivas:
impedir a las fuerzas de Davos llevar a cabo su agenda. Esto es importante,
útil, y ha sido más exitoso de lo que muchos hubieran predicho
hace algunos años. Pero tendrá que adoptarse una agenda seria
y positiva. El im-puesto Tobin (para combatir la especulación en
los flujos de capital), eliminar la fórmula del impuesto sobre la
vivienda, cancelar la deuda de los países del Tercer Mundo son todas
propuestas útiles, pero ninguna es suficiente para cambiar la estructura
fundamental del sistema-mundo.
Lo que las fuerzas de Porto Alegre necesitan hacer de
manera más clara es: 1) analizar hacia dónde va, estructuralmente,
la economía capitalista mundial y cuáles son sus debilidades
inherentes. 2) Comenzar a delinear un orden mundial alternativo. En cierto
sentido, el mundo está nuevamente donde estaba a mediados del siglo
XIX, pero tiene una ventaja: cuenta con la experiencia y el aprendizaje
a partir de los errores de los pasados 150 años. Un nuevo mundo
es posible, aunque no exista la seguridad de que logre concretarse.
Traducción: Gabriela Fonseca