Pensarán que oculto algo, pero no es
así, dice en el Senado
Lay se acoge a su derecho a no declarar sobre el caso
de Enron
La empresa destinó más de 5.7 millones
de dólares a contribuciones para los partidos Republicano y Demócrata
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington y Nueva York, 12 de febrero. Kenneth
Lay, ex presidente ejecutivo de Enron, se presentó hoy ante el Congreso
en lo que debió haber sido un punto culminante en la investigación
de la quiebra empresarial más grande de la historia estadunidense,
pero, como se esperaba, ofreció silencio sobre el escándalo
que ha hecho temblar a la cúpula empresarial y política de
este país.
Lay tenía buenas razones para callar. Ahora, una
de las figuras empresariales más famosas del país podría
afrontar cargos criminales por su comportamiento profesional en este caso.
Pero no sólo se trata de Lay, sino del comportamiento
de un grupo de ejecutivos de lo que era la séptima empresa más
grande de este país; de que Lay fue amigo y principal benefactor
del presidente George W. Bush (él y su empresa contribuyeron con
623 mil dólares a la carrera política de Bush); y la lista
sigue: por lo menos cuatro miembros del gabinete presidencial tenían
relaciones personales con la firma; cuatro altos funcionarios del gobierno
de Bush eran ex empleados o contratistas; 71 senadores y 187 representantes
federales recibieron contribuciones electorales, y la empresa destinó
más de 5.7 millones de dólares en contribuciones políticas
a ambos partidos (la mayoría a los republicanos), Y más allá
de Washington, el caso de la firma eléctrica con Lay al frente reveló
la falta de transparencia en el mundo empresarial y financiero.
El caso de Enron también se trata de "cómo
fue que 29 ejecutivos de alto nivel pudieron ganar mil millones en ventas
de acciones en 2001 mientras la gente de abajo lo perdió todo",
como dijo hoy el senador Byron Dorgan en la audiencia con Lay.
El comité de Comercio del Senado obligó
a Lay a presentarse este martes ante el Congreso después de que
el ejecutivo se negó a hacerlo voluntariamente, pero nadie se sorprendió
cuando declaró que, por consejo de sus abogados, invocaba la quinta
enmienda de la Constitución (el derecho de no autoinculparse) para
rehusar rendir testimonio y responder a preguntas de los legisladores.
Se dice profundamente triste por el colapso y su efecto
para sus empleados
En una brevísima declaración, Lay expresó
su "profunda tristeza" por el colapso de Enron y las consecuencias para
sus empleados y accionistas. Insistió en que deseaba informar sobre
lo ocurrido, pero que su abogado lo había convencido de invocar
su derecho a no declarar. Esto, admitió, será "percibido
por algunos como si tuviera algo que ocultar", pero reiteró que
no es así. Después de dos minutos de iniciada la audiencia,
se le permitió retirarse.
Antes, otros cuatro importantes ejecutivos de Enron habían
invocado la quinta enmienda, y hasta la fecha, sólo uno de los más
importantes, Jeffrey Skilling, se atrevió a hablar ante el Congreso.
Pero sus declaraciones, la semana pasada, de que "no estaba enterado" del
comportamiento irresponsable y posiblemente ilegal de sus subordinados
y compañeros dentro de Enron provocó tal incredulidad entre
los legisladores, los analistas y otros, que hasta su propia madre declaró
a Newsweek que su hijo tenía que saber más de lo que
confiesa. "Cuando uno es el presidente ejecutivo y está en la junta
directiva, debería saber lo que está ocurriendo con el resto
de la empresa", comentó Betty Skilling.
"Es un escándalo maravilloso ?aparte de los miles
que fueron golpeados por sus consecuencias?", escribió hoy la columnista
texana Molly Ivins. "Y el escándalo mejora día con día"
Desde la cúpula política de Texas, añadió,
hasta la nacional, además de Wall Street, están involucradas.
The Economist señala en su editorial que "el lío sólo
sigue ampliándose.... El único ingrediente que falta en el
escándalo ?hasta ahora? es el sexo".
Dos meses después de que Enron anunció
su bancarrota legal, las consecuencias están tocando desde el propio
presidente Bush (Lay y Enron fueron sus donantes políticos más
generosos) hasta cientos de legisladores que han recibido contribuciones
electorales de la empresa.
Además, se continúa investigando no sólo
a los ejecutivos de la empresa, sino a su junta directiva, sus auditores
y sus banqueros. También ha afectado a Wall Street, ya que el caso
ha minado la confianza de inversionistas y analistas en lo que es un pilar
del sistema capitalista: la transparencia y confiabilidad de los informes
financieros empresariales y la gobernabilidad del propio sector privado.
Ahora, todos están examinando las cuentas de empresas que se sospecha
que podrían ser "el próximo Enron".
La empresa eléctrica ha puesto esta cuestión
en el centro del debate: ¿cómo fue posible que una firma
ocultara más de mil millones de pérdidas, proyectara una
imagen optimista de su futuro convenciendo a analistas de Wall Street,
a bancos como Citibank y a las más altas esferas políticas
de Washington, y maniobrara para generar millones de dólares para
unos cuantos ejecutivos (29 hasta la última cuenta), quienes sabían
del desastre que se aproximaba, sin que nadie se diera cuenta?
La respuesta es la que convierte esto en un escándalo
político, y no sólo económico. Tal como lo define
John Sweeney, presidente de la central obrera AFL-CIO, "lo más atroz
de este escándalo es que Enron no violó las reglas (las leyes):
Enron escribió las reglas".
El caso Enron es el de una empresa que promovió
el ideal de la desregulación del sector privado invirtiendo millones
de dólares en actividades de cabildeo de la cúpula política,
en apoyar campañas electorales e intervenir en el desarrollo de
políticas económicas para favorecer sus operaciones en el
sector energético y de comercializar todo tipo de actividades vinculadas
con la llamada "nueva economía" de la era cibernética.
Enron logró crear el medio ambiente empresarial
y político en el que pudo realizar las maniobras que elevaron la
firma a ser una de las principales empresas del mundo, objeto de elogios
como una industria de "vanguardia", y que finalmente la llevaron al desastre,
todo ello sin violar las leyes.
Fue por estos vínculos con la cúpula de
Washington y Wall Street que el desastre financiero de Enron se convierte
en un escándalo nacional. Sus íntimas relaciones con la Casa
Blanca, su participación en el diseño de políticas
energéticas del gobierno de Bush al ser invitada a reuniones privadas
coordinadas por el vicepresidente Dick Cheney, y sus extensos contactos
con el Poder Legislativo (con políticos de ambos partidos), han
provocado un renovado debate sobre la relación del dinero privado
y la política pública en este país.
La red de influencia política de Enron era amplia,
y más allá de su sede en Houston y a nivel estatal en Texas,
su influencia llegaba hasta lo más alto en Washington, empezando
por el propio presidente (quien llamaba a Lay Kenny-boy), que recibió
más de 110 mil dólares de Enron en contribuciones para su
última campaña presidencial. Pero los tentáculos están
por todas partes: el dinero o relación profesional con Enron tocan
al procurador general John Ashcroft; al asesor principal de Bush en la
Casa Blanca, Karl Rove; al secretario del Ejército, Thomas White,
y a Elizabeth Moler, quien ocupa el segundo puesto en la jerarquía
del Departamento de Energía y quien fue miembro de la Comisión
Federal de Regulación Eléctrica durante el gobierno de Bill
Clinton; al presidente del Partido Republicano y ex cabildero de Enron,
Marc Racicot, y a Lawrence Lindsey, asesor económico de Bush y ex
consultor de la empresa, entre muchos otros.
Además, más de 30 altos funcionarios del
gobierno de Bush ingresaron a sus puestos siendo accionistas de Enron.
Casi la mitad de los legisladores federales han recibido contribuciones
políticas de la empresa. Esto ha resucitado la iniciativa, estancada
durante años por maniobras de legisladores, para promover una reforma
del sistema de financiamiento de las campañas electorales. La Cámara
podría votar sobre propuestas para esta reforma tan pronto como
mañana.
Afectadas, las cinco empresas de contabilidad más
grandes del mundo
Por otro lado, la falta de gobernabilidad y transparencia
en la información financiera de Enron ha creado una pesadilla en
Wall Street, que afecta a las cinco empresas de contabilidad más
grandes del mundo, empezando por Arthur Andersen, contratada por Enron
para ser tanto su auditor como su asesor, y el debate sobre la falta de
confiabilidad en la capacidad del sector privado de autogobernarse ?o sea,
un golpe fuerte contra la esencia del argumento de la desregulación,
de que el mercado libre es más responsable y eficaz que el gobierno
en gobernar el mundo económico.
"El mantra de Enron de que el gobierno puede estropear
todo lo que toca y que los mercados son superiores ya no tiene ninguna
credibilidad", declaró al New York Times el profesor William
Hogan, de la Kennedy School of Government, de la universidad de Harvard.
De pronto, Wall Street tiene en sus manos una empresa
cuyas acciones hace un año estaban valuadas en 80 dólares,
en agosto costaban 45 y acabaron oscilando en alrededor de 0.67 centavos
antes de ser retirada de la bolsa de Nueva York, y todo mundo espera la
respuesta a la pregunta: ¿cómo es posible? "El hecho de que
una empresa tan grande y bien conocida como Enron pudiera esencialmente
vaporizarse en unos cuantos meses ha agitado hasta a los inversionistas
más cínicos de Wall Street", comentó recientemente
el New York Times.
De hecho, algunos siguen argumentando que este desastre
fue sólo una serie de errores, y que no se debe culpar al "modelo".
El propio abogado de Enron, al registrar la bancarrota ante un tribunal
en Nueva York, en diciembre, declaró que Enron "fue y verdaderamente
es una historia americana exitosa".
Pero como comenta el economista Doug Henwood: "si aprovecharse
de vínculos políticos y tramar cómo despojar a consumidores
e inversionistas, mientras se esconde detrás de mucha retórica
de libre mercado, es lo que hoy constituye un historia de éxito
americana, entonces Enron ciertamente califica". Henwood sostiene que los
vínculos políticos de Enron utilizados para abrir el campo
de maniobra que marcó tanto su éxito como su desastre demuestran
que "detrás de cada fantasía del mercado libre está
escondido el poder estatal, administrado por los mejores políticos
que el dinero pueda comprar".