Soledad Loaeza
Parlamentarios
La conferencia magistral que pronunció el canciller Gerhardt Schroeder en la Antigua Escuela de Medicina fue una también magistral muestra de lo que es un buen estilo parlamentario.
Con notable desenvoltura expuso ideas a propósito de los cambios que se han producido en el mundo a raíz, primero, de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, y luego, de los dramáticos acontecimientos del 11 de septiembre. Confirmó la solidaridad alemana con el combate al terrorismo y, en términos generales, con la política exterior estadunidense. Su descripción de los cambios internacionales hubiera tenido que completarse con una referencia al ingreso de Alemania al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, una presencia más importante que otras en ese organismo, la cual sería consecuencia natural de todo lo ocurrido y de lo que es hoy Alemania; pero nada dijo sobre este asunto.
El tono del discurso hacía pensar que entre Estados Unidos y los europeos se han distribuído los papeles del policía malo -Washington- y el policía bueno -Bruselas. Así, mientras los estadunidenses plantean los problemas internacionales desde el punto de vista de la seguridad, los europeos hacen hincapié en la importancia de la cooperación internacional para combatir la amplia brecha que separa a los países pobres de los ricos.
Esta división del trabajo se ha reflejado en la insistencia de los europeos en que occidente tiene que asumir un papel de responsabilidad en la reconstrucción de Afganistán, mientras los estadunidenses siguen concentrados en la caza de terroristas; el policía bueno, Tony Blair, realiza intensa gira por Africa; pero la división del trabajo también se refleja en las posturas aparentemente contradictorias de estadunidenses y europeos en el conflicto israelí-palestino, en el que Washington sigue apoyando la ofensiva de Ariel Sharon, mientras los gobiernos de la Unión Europea se han mostrado más favorables a la fundación de un Estado palestino.
El canciller Schroeder se refirió cortesmente a los numerosos festejos internacionales en que se ha comprometido la diplomacia mexicana, a la historia de las relaciones entre México y Alemania y al futuro. Pero también habló de las ventajas del libre comercio, de la inevitabilidad de la globalización y de la necesidad de aprender a sacarle sus ventajas en lugar de emprender guerras perdidas. Su reflexión evocaba la experiencia de los ejércitos que en la primera y hasta en la segunda guerras mundiales se lanzaron con estrategias del siglo xix contra la nueva tecnología militar del siglo xx, como les ocurrió a los franceses en las primeras semanas de 1914 y a los polacos en 1939. El resultado fue una penosa carnicería.
Más allá del fondo del discurso del canciller Schroeder, lo más amable, lo mejor, fue la forma en que lo pronunció: la claridad de la exposición, el juego de las entonaciones, el sabio manejo del volumen de voz, la administración de las expresiones faciales, los movimientos, las referencias juguetonas a la prensa -sin ironías baratas e innecesarias. Es obvio que poco hay de espontáneo en todo esto. Simplemente escuchamos a un político de carrera, un profesional, un militante partidista, un parlamentario que sabe que su función es, antes que nada, conquistar a su auditorio, convencerlo, argumentar, y en esa tarea concentra su persona por entero. También escuchamos a un parlamentario que está acostumbrado a debatir con sus adversarios políticos, con los miembros de su gabinete, con la prensa, con la opinión pública, con otros jefes de gobierno. Y la verdad es que nos inspiró una enorme nostalgia. La misma que provoca cada político europeo que nos visita, aunque no estemos de acuerdo con ellos.
Recientemente José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Felipe González, cada uno a su manera y con un estilo distinto -uno, gallito de pelea; otro, suave y conciliador; el tercero, una extraña aunque efectiva combinación de arrogancia y generosidad-, han presentado ante el público mexicano lo que puede ser un parlamentario.
Cada una de estas actuaciones podría ser un argumento a favor de la reforma para la relección de los legisladores, siempre y cuando se comprometan a aprender a comportarse como asamblea y no como multitud. Ha llegado el momento de terminar con la improvisación; de cerrar el barril sin fondo de anécdotas de la picaresca política en que muchos de los mismos legisladores se empeñan en convertir la Cámara de Diputados.
Los ciudadanos queremos escuchar razones, no presenciar sinrrazones; tampoco creemos que el mejor legislador es el más irónico, el más burlón, o el más insolente, porque sospechamos que ese legislador, precisamente ése, es también el que menos sabe y, como no sabe, insulta. Por eso la enseñanza más importante de la conferencia del canciller Schroeder fue su respuesta a una pregunta precisa del auditorio a propósito de cooperación mexico-alemana en materia de salud, a la que simplemente respondió: "No sé".