TIEMPO DE DESLINDE
Conforme
el gobierno estadunidense acentúa la unilateralidad, la violencia
y la irracionalidad de sus estrategias antiterroristas, diversos aliados
de Washington han tomado distancia y han expresado sus reservas, o sus
críticas abiertas, al renovado belicismo del país vecino.
La semana pasada el canciller francés, Hubert Vedrine, hablando
en nombre de las naciones europeas, deploró el simplismo de Geor-ge
W. Bush ante la amenaza terrorista y en su política hacia Medio
Oriente.
A principios de esta semana, el presidente ruso Vladimir
Putin rechazó las cada vez más delineadas intenciones de
la Casa Blanca de lanzar un ataque militar en gran escala contra Irak.
Ayer fue el turno del jefe de la diplomacia alemana Joschka Fischer, quien
advirtió que su país no va a comportarse como un satélite
de Estados Unidos en la presente circunstancia y criticó la pretensión
de Washington de "guiar, por sí solo, a seis mil millones de personas
hacia un futuro mejor".
De este lado del Atlántico, el gobierno estadunidense
ha acusado recibo de estas expresiones de desacuerdo, ante una percepción
del mundo que merece ser calificada de delirante. Prueba de ello es que,
ayer mismo, el secretario de Estado, Colin Powell, pidió a los europeos
que "respeten el liderazgo" de Washington, en lo que constituye más
una expresión de debilidad que de fuerza.
Paradójicamente, el principal responsable de las
crecientes fracturas en occidente ha sido el propio Bush, quien suscitó
los disensos de sus aliados al esgrimir el espantajo de un "eje del mal",
a todas luces inexistente, conformado supuestamente por Irak, Irán
y Corea del Norte.
Para colmo, el mandatario amenazó con emprender
acciones bélicas contra esos países que, independientemente
del juicio que merezcan sus respectivos gobiernos, carecen de los atributos
requeridos para erigirse en amenazas serias a la seguridad de la máxima
potencia bélica del planeta.
Los distanciamientos mencionados obligan a voltear la
vista hacia México y a preguntarse los motivos por los cuales el
gobierno de Vicente Fox no ha actuado en consecuencia frente al vecino
del norte. Por el contrario, las autoridades nacionales han reiterado una
creciente integración con aquel país en todos los terrenos,
relación que podría justificarse en el ámbito económico
pero que, en materias como la política exterior, el control migratorio
y el manejo energético, linda con una inaceptable sumisión.
En la circunstancia mundial presente, cuando el belicismo
unilateral estadunidense representa una grave amenaza para la paz mundial,
México tendría que retomar los principios tradicionales de
su política exterior y erigirse en factor de moderación y
sensatez, en defensor de la paz y promotor de la negociación, el
diálogo, la no intervención y el respeto a las soberanías.
Ciertamente, resultaba pertinente --y hasta obligado--
solidarizarse con el país vecino y condenar los atentados atroces
y criminales del 11 de septiembre; en cambio, la adhesión ciega,
acrítica e incondicional a la peligrosa cruzada de Bush contra enemigos
mundiales inciertos, si no es que inexistentes, es contraria a los intereses
nacionales y representa un atropello a los principios rectores de nuestra
política exterior, principios que no corresponden al presente gobierno,
sino a una tradición histórica y a la nación en su
conjunto.