Guillermo Almeyra
Argentina: los peligros que acechan
En Argentina, el gobierno sigue cediendo a las grandes empresas trasnacionales (que siguen saqueando el país) y al Fondo Monetario Inter-nacional (que no ofrece nada a cambio y sigue exigiendo la sumisión total). Tanto aquéllas como el FMI, por otra parte, trabajan para derribar a Duhalde, al que consideran un populista inseguro y peligroso.
Por el lado opuesto se está consolidando la alianza social entre los desocupados y los piqueteros, por una parte, y un sector importante de las clases medias, las menos acomodadas, las que están haciendo un urgente e importantísimo aprendizaje político, aprendiendo la solidaridad y recuperando parte de la memoria histórica (o sea, de las luchas contra el intento de implantar la enseñanza religiosa en época del radical Arturo Frondizi, contra la dictadura militar de Onganía en la rebelión obrero-estudiantil-vecinal en el cordobazo, el rosariazo y los demás "azos"; y de la elaboración común -entre intelectuales, estudiantes y obreros-, en los años setenta, de programas concretos alternativos respecto de los del capital y del propio gobierno peronista de entonces).
Al mismo tiempo es muy importante que las asambleas populares de los sectores suburbanos de las capitales graviten en torno de las de éstas, que se coordinan ya sobre una base interbarrial. Es igualmente fundamental que las asambleas estén comenzando a esbozar un programa político que puede servir de mínimo denominador común. Pero, por un lado, la mayor politización y mejor organización de las asambleas está acompañada por una reducción de su carácter de masa, ya que a ellas concurren cada vez más los militantes y cada vez menos los reclutas de diciembre.
Eso no se debe sólo a la infiltración en las mismas de elementos provocadores que buscan la violencia (que la gente común rechaza, porque siente que ayuda a quienes quieren reprimir). Tampoco se debe al sectarismo de quienes van a tratar de imponer sus visiones enloquecidas sobre una presunta situación prerrevolucionaria y a tratar de pescar algún nuevo militante en vez de medir la disposición y comprensión real de los asambleístas y de tratar de hacer madurar al conjunto a partir de la discusión de lo que los demás piensan y no de lo que la supuesta vanguardia autoproclamada dice que deben pensar.
Sin duda los violentos e irracionales (sean ellos policías o de la izquierda ultra, del tipo de los que siguen al vidrioso grupo Quebracho o están en torno de Hebe Bonafini), al igual que los Predicadores del Dogma, alejan a las personas comunes de las asambleas. Pero este es un problema menor porque se puede aprender a distinguir, aislar o neutralizar a unos y otros. Si las asambleas no movilizan a las mayorías, si los piquetes no movilizan a su vez al proletariado industrial, es que no aparecen dando una alternativa creíble, por un lado, y a una profunda causa social, por otro, y no sólo al delirio de algunos, tanto en las asambleas como por Internet.
Por un lado, no es creíble decir que se deben ir todos los políticos y llamar al mismo tiempo a elecciones presidenciales dentro de dos meses, sin tener un partido o un frente, sin organizar aún y dar objetivos comunes al movimiento de protesta, pues esas elecciones darían la victoria a la derecha. Tampoco es posible rechazar la política y pedir, al mismo tiempo, la inmediata aplicación de medidas como la estatización de la banca, de las empresas privatizadas, un plan de trabajo y un plan económico basado en las necesidades de la población, el no pago de la deuda externa, todo lo cual es muy justo, pero requiere una firme dirección política y un gran apoyo político de masas.
Por otro lado, hay un grave problema político cultural. Una parte mayoritaria de las clases medias que repudian al gobierno y al sistema tiene rabia, pero no tiene claridad ni sobre los objetivos de la lucha ni sobre las consecuencias. Quiere vengarse, castigar a los ladrones, pero todavía no ve que éstos son la esencia del sistema, y la injusticia, su característica principal. Por lo tanto, es materia prima tanto para una solución radical anticapitalista como para un populismo dictatorial de derecha, antisocialista, antisemita, xenófobo, que prometa Orden y Jerarquías.
En algunas asambleas se dice "haga patria, mate un político", aparece la resistencia contra "los zurdos", y se habla hasta del complot judeomasón, como en la Liga del Norte italiana (y conste que ésta, como Le Pen en Francia o Haider en Austria, con su reacción populista xenófoba contra la mundialización ha ganado más obreros y más votos que la izquierda). Por consiguiente, lejos de estar en una situación prerrevolucionaria, la causa de los trabajadores argentinos, aunque cuenta con grandes posibilidades, enfrenta hoy dos peligros: un golpe militar organizado con el apoyo de Estados Unidos o un populismo nacionalista de derecha. Se requiere, por lo tanto, mantener la cabeza fría, en vez de dar por hecho lo que hay que hacer, que es orientar y organizar a las mayorías para que la salida sea por la izquierda.
[email protected]