MAR DE HISTORIAS
Personas extraviadas
CRISTINA PACHECO
Llevo cinco meses trabajando en el albergue y he comprobado
que cuando aparece un nuevo huésped hay peligro de bronca. Los que
viven aquí desde hace tiempo se ponen de uñas porque creen
que vamos a reducirles el espacio y las raciones para dárselos a
los recién llegados.
Hace dos semanas la situación estuvo más
difícil. Si no hubiera sido porque El Toro y Aníbal
me ayudaron, no habría podido impedir que Tiburcio ?así se
llama el huésped que recibimos a las seis de la tarde? le clavara
una punta a don Jerónimo. Cuando sintió las manazas
del viejo recorriéndole todo el cuerpo, de seguro Tiburcio pensó:
"Ese ruco es marica o quiere robarme."
Varias veces Jerónimo tuvo el mismo problema pero
nunca lo vi asustarse tanto. Aunque me dio lástima ver cómo
temblaba, esa vez no le di por su lado. Entonces el viejo me salió
conque yo estaba en contra suya. No me dejé chantajear: "Si fuera
así, ¿cree que le habría permitido quedarse todo este
tiempo?" Escupió. Lo hacía para demostrar que algo no le
importaba.
Me dio coraje. Sé que en parte fui responsable
del problema por no haberle advertido al nuevo lo del periódico,
pero le cargué calor al viejo: "Usted tuvo la culpa de que Tiburcio
haya reaccionado con tanta violencia. Comprenda: la gente que llega aquí
viene muy temerosa, muy golpeada. Cuando siente que alguien la amenaza
se vuelve una furia, y más si un tipo loco quiere meterle mano."
Jerónimo se ofendió y por primera vez amenazó
con irse. Fingí creerle y me disculpé. Luego, para acabar
de contentarlo, me pasé un buen rato viendo sus recortes y oyéndolo
quejarse de su familia, que por cierto yo dudaba de que existiera. Como
siempre, el viejo terminó llorando y preguntándome si sus
hijos todavía lo buscaban. Le mentí: "¿Cómo
cree que no?" Agachó la cabeza y miró sus pedacitos de periódico:
"Entonces, ¿por qué no han publicado otra vez mi foto? Me
urge verla. Es lo único que espero para irme." No me gusta que hable
de esas cosas y por quitármelo de encima le respondí lo primero
que se me ocurrió: "Ya aparecerá. La cosa es estar muy atentos
con todos los periódicos." Enseguida me di cuenta de que había
metido la pata y de que quizá Jerónimo volvería a
molestar al nuevo huésped: quiere arrebatarle las páginas
que trae bajo la camisa desgarrada para protegerse del frío.
II
Aunque le habíamos quitado la punta a Tiburcio,
era posible que ocultara otra arma. Por eso, a la hora de la cena, procuré
sentar en mesas distintas a él y a Jerónimo. De todos modos
estuve vigilándolos. Estimaba al viejo y no quería que le
pasara nada malo. También lo hice por las consecuencias que pudiera
tener para mí una pelea con sangre: mínimo perdería
la chamba y ahorita no consigo otra.
Antes de recoger la mesa pedí que levantaran la
mano quienes iban a dormir en el albergue. Pocos se van a la calle, y más
cuando hace tanto frío, pero mi obligación es consultarlos
para que luego no vayan a andar de bocones diciendo que aquí se
les tiene prisioneros. Al ver que Tiburcio alzaba la mano, me dije: "Ya
me chingué. Aunque lo ponga en el otro galerón tendré
que echarme una o dos vueltas para comprobar que no pase nada." Pero algo
sucedió, aunque no lo que yo temía.
Cuando terminó el noticiario apagué la televisión.
Acababa de acostarme cuando oí unos gemidos. Pensé lo peor
y salí corriendo. Llegué a la mitad del patio y vi a Tiburcio
sentado en el suelo, con la camisa desabotonada, y llorando como una Magdalena
mientras el viejo le contaba la historia que yo había oído
mil veces:
III
"Ana murió cuando mis hijos todavía estaban
muy chicos. Para los cuatro fui padre y madre. Nunca les faltó comida
ni escuela gracias a que trabajé como burro. No tuve otra mujer
porque no me quedaba tiempo ni siquiera para pensar en eso. Dormía
tres o cuatro horas y luego vuelta al camión. Muchas veces me sentí
decaído pero me recuperaba imaginando que cuando mis hijos crecieran
de seguro iban a devolverme algo de lo mucho que les di. No me habló
de dinero sino de cariño, atenciones, cuidados. ¿Y sabes
qué me dieron?
"El mayor, un cuartito en su casa, hasta que se aburrió
de tenerme allí; el segundo, una esquinita de su sala; el tercero
me construyó una pieza de cartón en su azotehuela. El cuarto
me buscó un asilo. Un domingo me llevó allá, dizque
para que la directora y el médico me estudiaran. A un viejo, ¿qué
se le estudia? Trae en la cara cuanto perdió y todo lo que necesita.
"En aquel momento pensé que necesitaba darles una
lección y me les desaparecí. En el fondo esperaba que se
dieran cuenta de que soy su padre y me buscaran. No sabes el gusto que
me dio ver mi foto en la tele y en el periódico: "Jerónimo
Melquiades Arocha. Salió de su domicilio el 23 de diciembre."
El viejo se interrumpió. Tomó el recorte
con su foto impresa y la miró un buen rato antes de volver a hablar:
"Siempre que abría el periódico y me encontraba en la sección
de Personas Desaparecidas sentía el amor de mis hijos. Con decirte
que llegué a hacer planes para el momento en que dieran conmigo
y alguno me invitara a vivir en su casa como lo que soy: su padre y no
un estorbo."
Tiburcio temblaba de emoción y de frío,
pero siguió inmóvil, escuchando: "Un día ya no apareció.
Sentí como si mis hijos me hubieran abandonado otra vez; sin embargo,
a lo mejor porque soy un estúpido, he vivido con la esperanza de
que reaparezca mi anuncio en el periódico."
Tiburcio preguntó lo que yo la primera noche en
que el viejo me contó su historia: "¿Para volver con ellos?"
Jerónimo suspiró: "Claro que no." "Entonces, ¿qué
caso tiene que busque tanto?" "¿No entiendes? Sentiré que
aún les importo, que me quieren y podré irme tranquilo. Estoy
cansado. Necesito morirme."
El viejo tomó las hojas de periódico que
le había quitado a Tiburcio: "Ayúdame a buscar." El muchacho
inclinó la cabeza: "No sé leer." Don Jerónimo se impacientó:
"Pero tienes ojos para mirar un retrato y reconocerme, ¿o no?" Tiburcio
soltó una carcajada: "Por lo que me dice ya pasaron más de
veinte años y su foto ha de ser muy vieja." "¿Quieres ayudarme
o no?"
Desde lejos vi a Tiburcio recorrer con el dedo la hilera
de fotografías. Tuve una corazonada. Antes de que llegara al final
le arrebaté el periódico: "¿Qué pasa? Ya saben
que está prohibido salir de los pabellones después de las
diez." El viejo me miró de una manera muy extraña que después
comprendí.
IV
Cuando estuve seguro de que habían vuelto a la
cama entré en mi cuarto. En el momento en que iba a tirar el periódico
descubrí en la sección de personas desaparecidas y extraviadas
un recuadro con una fotografía y una breve leyenda: "Se busca.
Jerónimo Melquiades Arocha salió de su domicilio el 23 de
diciembre de 1980. Sus hijos, nueras y nietos agradecerán informe
al..."
En aquel momento todavía no era supersticioso pero
de todas maneras, como precaución, arrugué las hojas y, sin
leer el número telefónico, las tiré a la basura.
Los albergados siempre aparecen antes que yo en el comedor.
En la mañana, apenas entré, vi los dos lugares vacíos.
Regresé a los pabellones. Tiburcio no estaba. Corrí en busca
de Jerónimo. Sentí alivio cuando lo vi acostado. "Se enfermó.
¿Ya ve por andar saliéndose de noche al patio?" No me contestó
y me acerqué. Entonces vi en su cara su última sonrisa. Alcanzó
a saber lo único que le daba sentido a su existencia: sus hijos
todavía lo buscaban.