REPORTAJE
En Chigmecatitlán la mitad de aprendices de banda
son niñas
Ellas también acarician el viento
ANASELLA ACOSTA NIETO ENVIADA
Chigmecatitlan, Pue. Cleofas Flores vive en Chigmecatitlán,
en la mixteca baja de Puebla. Cuida chivos y gallinas, teje palma, asiste
al segundo semestre de bachillerato y es integrante de la Orquesta Sinfónica
Infantil de México.
Hija de dos clarinetistas con formación en bandas
de viento, Cleofas aprendió desde pequeña a leer música,
pero las posibilidades de tocar eran pocas en un pueblo que, con sus excepciones,
seguía considerando como ajena la participación de las mujeres
en los grupos musicales.
Hace
año y medio recibió la oferta de asistir a la primera escuela
de música de banda en su municipio; no tenía que pagar ni
comprar el instrumento.
Empezó a tocar el corno francés. Posteriormente
fue elegida para participar en la Sinfónica Infantil de México,
con la que realizó una gira por el interior de la República.
Cuenta que a su regreso la gente la miraba distinto, aunque ella se sentía
igual.
Cleofas mira lejos, no se sabe hasta dónde. A sus
16 años tiene claro que se debe superar. Quisiera dirigir una banda
de mujeres en Chigmecatitlán y si tuviera dinero estudiaría
música en la ciudad de México.
Chigmecatitlán, el perro en el lugar de los
mecates
Las bandas de viento y la artesanía de palma constituyen
el eje que mueve a la población de Chigmecatitlán, municipio
poblano ubicado en la Mixteca Baja.
Orgullo de todo el pueblo, el municipio con menos de 2
mil habitantes cuenta con tres bandas de viento y desde hace año
y medio con un centro de capacitación para niños y niñas.
Todos, sin excepción, tejen la palma con la que
dan vida a pequeños personajes que emulan al hombre en el acto creativo,
o que representan el bien y el mal.
Como la música, las artesanías de palma
son orgullo de la población, por lo que desde pequeños sus
habitantes aprenden a tejer. Doña Alicia Rangel Espinosa, una de
las mujeres que más han impulsado la continuidad de esta tradición,
comenta que los hombres dejaron de hacerlo porque se fueron a trabajar
a las ciudades y ahora las mujeres y los niños son quienes más
tejen.
Doña Alicia cuenta que las mujeres se organizan
y llevan a vender sus artesanías a las fiestas de los pueblos. Ahora
el ayuntamiento les ha proporcionado un local en la ciudad de Puebla para
que ofrezcan su trabajo. Sin embargo, quisieran más apoyo para vender
en otros lugares.
Desarrollo de concreto
Chigmecatitlán queda a tres horas del centro de
Puebla; una hora de autopista, hora y media de carretera federal y treinta
minutos de terracería.
El viento frío que llega desde lo alto de la sierra
y el clima árido no permiten el cultivo a gran escala, así
que la siembra de maíz y frijol se destina al autoconsumo.
Cientos de cactus adornan la montaña que se debe
rodear para llegar hasta el municipio, que con el sacrificio de los hombres
que emigran comienza a desarrollarse. La construcción de casas de
concreto está en auge, pero sólo hay un teléfono.
La escuela de bachilleres del municipio es otro de los
orgullos de Chigmecatitlán, junto con la iglesia y el pequeño
museo de artesanías que alberga la parte baja del kiosco en la placita
central.
Viento y ritual
Los festejos del pueblo se realizan en torno a la iglesia
de la Inmaculada Concepción. Según la versión clerical,
la fundación del pueblo tiene lugar cuando la imagen de la Virgen
aparece en un árbol que se halla en el centro de la comunidad.
La imagen de la Virgen, estampada en un lienzo, aún
se conserva en el templo de Chigmecatitlán y cada 8 de diciembre
se le rinde culto. Las bandas le dan serenata, y a manera de competencia
se turnan para ofrecer la mejor interpretación a la patrona del
pueblo.
Los niños del Centro de Capacitación para
Música de Banda (Cecamba) ya han empezado a participar en las festividades
religiosas, porque así lo ha pedido la comunidad. Pero de acuerdo
con Marco Velázquez, responsable del proyecto por la Secretaría
de Cultura, la intención es que la agrupación infantil se
mantenga como propiedad de la comunidad, no del ayuntamiento ni de la iglesia.
Como Dios le dio a entender
Como
una forma de organización social solidaria, la tradición
bandística de este poblado data de 1882, cuando el sacerdote Domingo
Ramírez aporta los recursos para la adquisición de instrumentos.
Así se funda la banda Sandoval.
Pero la consolidación de la música de banda
llega cuando el señor Bernardino Rangel funda la Sociedad Filarmónica
Central, hoy Banda Rangel. Posteriormente la agrupación Fuentes
afirmaría la tradición que hasta ahora permanece en Chigmecatitlán.
Don Juan, músico de la banda de viento Fuentes
y presidente del comité de padres de familia del Cecamba en el municipio,
cuenta que aprendió a tocar desde "chiquito", mientras muestra una
foto de 1933, cuando los primeros Fuentes vinieron a la ciudad para tocarle
a la Virgen de Guadalupe.
Ahora, reconoce, hay bandas mejores porque hay músicos
que estudiaron en el Conservatorio. Por eso se le escucha orgulloso de
que su hijo esté en el Cecamba y aprenda a tocar en una escoleta,
pues él aprendió "así nomás, como Dios le dio
a entender".
La niña que toca la tuba
Doña Herminia Lima Sandoval es otra de las mujeres
que ha impulsado la existencia del Cecamba, a pesar de la oposición
de su marido, que dice pasa mucho tiempo fuera de la casa. Recién
se instaló el centro en el pueblo, Herminia corrió a invitar
a las niñas a participar en él; muchas no querían.
¿Cómo?, si eran mujeres. Incluso, hubo quien se opuso a que
su hija asistiera, porque al fin y al cabo iba terminar casándose
y de nada le iba a servir.
Pero las mujeres de la mixteca son entronas, y hoy más
de 50 por ciento de los aprendices son niñas, y no sólo eso,
le entran a todos los instrumentos: clarín, tuba, saxofón
y corno.
A Angélica no le importó la burla de los
niños y se abrazó a la tuba. Comenzó a tocarla desde
hace dos meses. Los niños no pudieron y ahora se ha convertido en
la primera niña del pueblo que toca ese instrumento.
Son las cuatro de la tarde, es la hora del ensayo en la
escoleta de Chigmecatitlán. El maestro Pedro Pineda Palacios da
la entrada a una obertura. La sonoridad de los vientos se dispersa por
el pueblo, sube por la sierra y riega los cactus y la tierra árida.