Sergio Zermeño
Ciencia, técnica y exclusión
Ha causado estupor y malestar entre la comunidad académica la sucesión de torpezas generadas en torno a las instituciones educativas y científico-técnicas del país. "La investigación científica y tecnológica recibirá 4 por ciento de los egresos de la Federación en 2006" (en 2001 ascendía a 2 por ciento), se estableció en el plan de desarrollo respectivo, pero en los hechos se redujo 20 por ciento el financiamiento al Conacyt en el presente año. Luego, esta misma institución retrasó, durante más de dos meses, el financiamiento a proyectos de investigación y terminó reduciendo los fondos a menos de la mitad en áreas como ciencias naturales y ciencias sociales (sólo aprobó siete de los 57 que envió la UNAM). Durante un tiempo se vivió bajo la amenaza de que se-rían canceladas las becas a estudiantes de posgrado, la falta de recursos para repatriar a investigadores mexicanos, el retraso del pago del SNI en diciembre pasado, la tardanza en las convocatorias para la renovación de estímulos y nuevas candidaturas y, la más reciente mortificación: un sistema en Internet, que se ha vuelto un dolor de cabeza, para someter a concurso las solicitudes.
ƑPara qué castigar, desde la burocracia, a los investigadores mutilándoles su tiempo?, Ƒpara qué escanear libros y artículos, cuyas tramas y argumentos en ciencias sociales son tan minuciosos y desglosados, y enviarlos electrónicamente a archivos que deberán ser leídos en pantalla por jueces de vista cansada (otro castigo), si es tan práctico y agradable hojear los libros, admirar la calidad de su edición, ir y venir por capítulos, párrafos, bibliografías, fechas, autores y editores? Para colmo de males, la capacidad electrónica del SNI no pudo soportar el acceso simultáneo de los usuarios.
Uno no entiende por qué, si para el nuevo equipo administrativo de Conacyt está siendo tan complicado el manejo de las finanzas y otros desempeños (asunto comprensible cuando se es nuevo en algo), sus responsables se echan a cuestas problemas adicionales, que no hacen más que redoblar la irritación de académicos y científicos, un medio tan sensible a los derechos adquiridos.
Claro que cabría otra hipótesis a este respecto: las promesas de campaña son promesas de campaña, el estancamiento de la economía se nos vino encima y hay que recortar gastos donde sea posible. Si éste fuera el caso, más nos vale cerrar filas y no emplear, una vez más, el fatigado argumento de que en las instituciones científicas y en los centros de investigación debe apoyarse sólo a las disciplinas bien conectadas con el mundo global y la competitividad de la empresa, así como a las ciencias básicas, que son su soporte. Hoy está claro que ese camino sólo facilita, como en quinta columna, la intromisión de los recortadores de Hacienda y de los enemigos de la educación pública (máxime porque el SNI únicamente se sustenta en un decreto presidencial que urge ubicar institucional y normativamente).
En este país en desindustrialización, donde un alto porcentaje de la técnica aplicada al desarrollo (petróleo, maquila, turismo, por citar los tres renglones fuertes de nuestra apertura global; el cuarto son las remesas de nuestros compatriotas) nos viene en paquetes tecnológicos sellados (y los profesionistas de acá devienen excelentes técnicos aplicadores), nuestras urgencias se centran cada vez más en hacer frente a la pedacería humana y a la degradación ecológica, alimenticia, de la salud, a la violencia y la agresión crecientes en las megaciudades, en los campos de la muerte de la maquila. Así que nada de ciencias de primera y de segunda.
Nuestra competitividad en las fronteras de la ciencia y la técnica en el mundo global es muy baja, pero es enorme lo que podemos aportar en el mundo de la exclusión y de la destrucción de la naturaleza, es decir, más allá: en los desechos de la globalidad.
Con todo y todo nuestras instituciones educativas y de investigación deben seguir cultivando la astronomía, la filosofía, las letras, la biotecnología, la música, las matemáticas, etcétera. Los argumentos de algunos científicos, que se dicen duros, se vuelven ideología en la globalización dependiente.
Sirvámonos de la electrónica para presentar cada vez mejor nuestros currículos; pero ahí no está la frontera de nuestra guerra.