Luis González Souza
Adiós, Causa Ciudadana
Si a los de arriba siempre exigimos una buena rendición de cuentas, también abajo hay que hacerlo. Además, el derecho a la información -a nuestro entender- ha de operar no sólo de arriba hacia abajo y viceversa, sino también horizontalmente: así entre los políticos y magnates, como entre los ciudadanos y sus organizaciones. Por eso aprovechamos este espacio (ya sólo quincenal, según nos informaron hace unos días) para rendir cuentas de nuestro trabajo al frente de Causa Ciudadana APN (agrupación política nacional). Lo empezamos a hacer en El Correo Ilustrado del domingo pasado, pero ni así podremos evitar esquematismos y simplificaciones (esperamos que nuestro informe completo pronto pueda ser consultado, por cualquier interesado, en la correspondiente página web: [email protected]).
Dos años atrás (febrero de 1999), aceptamos nuestro nombramiento como coordinador nacional de Causa Ciudadana (CC) bajo tres condiciones: 1) que ese fuese el deseo, clara y genuinamente mayoritario, de la asamblea nacional correspondiente; 2) que se nos permitiera ensayar nuevos ingredientes de una cultura democrática, como la dirección no caudillesca, sino colegiada; y 3) que se estuviese de acuerdo en retomar el proyecto original de CC, es decir, el de una organización popular de lucha, y no el de una agrupación elitista de acomodamientos o trampolines personales. Un espacio que mire mucho más a los de al lado y a los de abajo, que a los moradores en las alturas del poder (no más tortícolis cupular).
Cumplidas tales condiciones, hace dos años nos volcamos a hacer de CC, no tanto una APN sino una EPN: escuela de política nueva, firmemente hermanada con la ética y con los valores democráticos. Y es que seguimos convencidos de que el México por todos tan soñado antes, y sobre todo después de la alternancia electoral del 2 de julio, está cada vez más urgido de esa nueva política. Para que el anciano régimen priísta sea remplazado por un nuevo régimen, todavía falta la "transición" principal, que es el cambio de cultura política: usos y costumbres ligados al consenso, y no al autoritarismo; a las luchas de todos, y no al vanguardismo; a la lucha como fuente, no de prebendas, sino de dignificación elemental; al "empoderamiento" entendido como el desarrollo y ejercicio del poder y la autonomía de toda la sociedad, y no como el "enhuesamiento" de los más hábiles para escalar las alturas del dinero y del poder. En fin, la práctica de una política limpia y trascendente; no más política-estiércol y decadente.
Impulsar esos ideales no fue fácil. Nos tocaron dos años turbulentos. Años cruzados por eventos tan perturbadores como los seis siguientes: 1) el cataclismo electoral del 2 de julio, incluídos los mareos y desangramientos en torno al "voto útil" y al "beneficio de la duda" para el nuevo gobierno de Fox; 2) la histórica Marcha de la Dignidad Indígena, que nos pareció una última llamada respecto a la oportunidad de reconstruir nuestro país sin el cáncer del racismo y sin la maldición de los episodios sangrientos; 3) el primer Informe presidencial de Fox, tan ofensivo como demagógico y huérfano de autocríticas; 4) la nueva guerra mundial (o casi) desatada por los halcones de Bush II y que coloca a la humanidad al borde de la extinción nuclear; 5) la nueva guerra sucia en México, detonada con el cobarde asesinato de Digna Ochoa. Todo ello, y por si fuera poco, con 6) el golpe presupuestal del IFE, con el que CC entró en una grave crisis financiera, y con lo que se apuntalaron las visiones, trampas y costumbres de la vieja cultura partidocrática (los partidos como principio y fin del universo).
Ante ese contexto tan escarpado tuvimos que cancelar muchos proyectos, y centrarnos justamente en esos seis hechos clave. Por ejemplo, promovimos y publicamos el Primer Informe Ciudadano en busca de sentar el precedente necesario para sepultar el presidencialismo más primero, que es el informativo. Antes del ritual del 1Ɔ. de septiembre, la sociedad contó con algo útil para informarse a sí misma sobre el estado real del país, y sobre las cuentas que debió haber rendido el gobierno todo.
A la caravana indígena intentamos acompañarla, física y moralmente, de la mejor manera. Publicamos, en el libro La marcha color de la tierra, los principales pronunciamientos que ella generó. Y en ejercicio de nuestra autonomía, buscamos darle continuidad a través de un amplio debate luego publicado en el libro La agenda nacional después de la marcha zapatista. Otro tanto ocurrió con el foro, y el libro resultante de las Jornadas por una paz justa y digna en el mundo (ya no sólo en Chiapas). Asimismo, promovimos la medalla Digna Ochoa a la dignidad y al valor ciudadanos. Poco, pues, pero picoso.
Y así, hasta que el tiempo se nos acabó en la coordinación de CC. Y hasta que llegó la prueba de fuego para convicciones democráticas, como la no relección y el cero maximatos. Hace dos años recibimos una agrupación-limusina. Hace dos semanas, devolvimos una organización-ruletera. Sobrevivimos, y ahora regresamos a nuestra vocación de gitanos de la lucha. Lucha donde sea y como sea, pero siempre en pos de un México y un mundo en verdad dignos... no para pocos, sino para todos... y todas. Arrieros somos, y en la lucha seguiremos (semanal o quincenalmente, dentro o fuera de nuestro país). Información rendida, conciencia (un poco) menos intranquila.
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