EL PRI QUE SE ASOMA
¿A
qué está jugando el PRI? La pregunta brinca porque tras las
rendijas de un supuesto proceso democrático para renovar su dirigencia
nacional se asoma todo un entramado de intereses, dispuesto a crear confusión
en la sociedad y desviar la atención de los temas de mayor interés
según la conveniencia de sus candidatos. Si no, ¿por qué
el descrédito a instituciones, la confrontación como sustituta
del diálogo, la guerra sucia y los golpes bajos, la simulación
y la mentira descarada?
Posiblemente lo fácil sería suponer que
esto se debe a la absoluta incapacidad de este partido para adaptarse a
la vida democrática, pero, al margen del análisis superficial,
¿qué es lo que mueve al PRI para actuar de esa manera, para
crear deliberadamente un escenario de violencia y choque?
Sin poder encontrar una respuesta clara, o mejor aún,
racional a estas interrogantes, y tras haber presenciado campañas
carentes de propuestas, una de ellas plagada de golpes bajos contra la
contendiente Beatriz Paredes, lo único que queda claro es que las
elecciones de este domingo difícilmente tendrán un desenlace
exitoso o cuando menos no violento.
Prueba de ello es que simpatizantes del ex gobernador
de Tabasco, Roberto Madrazo, han amenazado con tomar la sede nacional del
partido "sea cual sea el resultado", y el mismo tabasqueño declaró
ayer que no reconocerá el resultado en caso de que "no haya transparencia"
en los comicios. Pero, ¿quién dentro del PRI puede garantizar
un proceso limpio? cuando el propio árbitro de la elección,
Humberto Roque Villanueva, se ha declarado impotente para evitar las posibles
irregularidades que puedan manchar la contienda, hecho que, además
de alertar sobre la inminencia de fraudes, pone en relieve la vigencia
de esa nefasta cultura política que imperó durante siete
décadas de gobiernos priístas, y que hoy se manifiesta y
encarna en voz de Madrazo y los grupos de interés que lo respaldan.
Por el bien de todos los mexicanos, y debido a la representatividad
de ese partido a escala nacional, cabe esperar que los priístas
logren sacar adelante la elección sin hechos violentos y demuestren
que, al margen de las fuertes inercias que les impiden cambiar, existe
la remota posibilidad de un PRI democrático. De no hacerlo, las
elecciones de mañana pueden ser el anuncio del hundimiento definitivo
o la fragmentación del PRI, así como de la pérdida
de la menguada confianza ciudadana en este partido.
Independientemente de que, a unas cuantas horas de la
elección, no existan las mínimas garantías sobre la
transparencia de la contienda y los candidatos permanezcan inmersos en
su guerra sucia, resulta necesario reiterar el cuestionamiento: ¿hasta
qué punto la sociedad mexicana tiene que soportar las mezquindades
de un partido que, lejos de contribuir a la necesaria democratización
del país, ha generado un escenario de confrontación tan lamentable
y a todas luces atentatorio contra la estabilidad política nacional?
Parece que tantos años de priísmo, con todo
lo que esta palabra implica, no han sido suficientes para que la sociedad
mexicana imponga, de una vez por todas, un alto a esa cultura política
que se resiste a la vida democrática.