En las últimas guerras han ido identificándose
con alguno de los contendientes
Los periodistas ahora son blancos militares; se ha
minado su escudo de neutralidad y decencia
Tras el asesinato de Daniel Pearl parece necesario para
el oficio recuperar la imparcialidad
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Londres, 22 de febrero. El homicidio de Daniel
Pearl, periodista del diario estadunidense The Wall Street Journal,
fue asqueroso y atroz. Pero ¿por qué fue asesinado? ¿Porque
era occidental, un kaffir, o porque era periodista? Y si fue muerto
porque era reportero, entonces ¿qué ha pasado con la protección
que nuestro oficio solía tener? En Pakistán y Afganistán
podemos ser señalados como kaffirs, es decir infieles. Nuestros
rostros, cabello, incluso lentes, son una marca que nos identifica como
occidentales. Un clérigo musulmán que quería hablar
conmigo en un campamento afgano de refugiados a las afueras de Penshawar,
en octubre pasado, fue detenido por un hombre quien me señaló
y le preguntó: "¿Por qué hablas con ese kaffir
en nuestra mezquita?". Semanas después, una multitud de refugiados
afganos, desconsolados por la muerte de sus familiares tras un bombardeo
de un B-52, trató de asesinarme, pues los refugiados pensaron que
yo era estadunidense.
Pero
en un cuarto de siglo he sido testigo de la lenta, dolorosa y peligrosa
erosión del respeto hacia nuestro trabajo. Solíamos arriesgar
nuestras vidas en la guerra -y aún lo hacemos- pero los periodistas
rara vez eran blancos deliberados. Somos testigos imparciales de los conflictos,
a veces los únicos, los primeros en escribir la historia. Incluso
hasta las milicias más inmundas lo entienden. "Protéjanlo,
cuídenlo, él es un periodista", es así como recuerdo
la orden que la guerrilla palestina dio a sus hombres cuando entré
al pueblo de Bhamdoun, que estaba en llamas en 1983.
Sin embargo, en Líbano, en Argelia, y recientemente
en Bosnia, la protección comenzó a diluirse. Los reporteros
en Beirut fueron tomados en rehenes -Terry Anderson, de Associated Press,
desapareció por casi siete años-, mientras los periodistas
argelinos fueron acorralados y decapitados por grupos islamitas durante
los años 90. Olivier Quemener, un camarógrafo francés,
fue cruelmente acribillado por argelinos en el área de Casbah, mientras
uno de sus colega lloraba a su lado. Pegar calcomanías con la abreviatura
de "TV" en tu coche en Sarajevo era más que una invitación
para que los francotiradores serbios apostados en los puntos altos de los
edificios de la ciudad dispararan a los periodistas que una protección.
¿Qué fue lo que hicimos mal? Yo sospecho
que las cosas comenzaron a pudrirse en la guerra de Vietnam. Los periodistas
han sido identificados como militares por décadas. En ambas guerras
mundiales, los reporteros trabajaron con uniformes militares. Rezagarse
detrás de las líneas del enemigo con los comandos de Estados
Unidos no libró a un reportero de la AP del fuego de un pelotón
nazi. Pero esos fueron países en un conflicto abierto, los informadores
de cuyas naciones se declararon oficialmente la guerra. El usar uniformes
militares permitió a los periodistas pedir la protección
de la Convención de Ginebra; vestirse como civiles es motivo para
ser baleado porque se nos considera espías.
Fue en Vietnam donde los reporteros comenzaron a usar
uniformes y llevar armas -y a disparar con ellas a los enemigos de Estados
Unidos-, a pesar de que sus respectivos países no estaban involucrados
oficialmente, e incluso ellos pudieron haber hecho su trabajo sin usar
ropas militares. En Vietnam, los reporteros fueron asesinados por el simple
hecho de que eran reporteros.
Este extraño hábito de los periodistas de
ser parte de la historia, de actuar en cualquier papel durante las guerras,
se fue afianzando poco a poco. Cuando los palestinos evacuaron Beirut en
1982, me percaté de que varios reporteros franceses usaban el kuffia,
la pañoleta tradicional palestina. A su vez, los periodistas
israe-líes aparecieron en el ocupado sur libanés llevando
pistolas. Entonces, durante la Guerra del Golfo, en 1991, los reporteros
de televisión estadunidenses y británicos comenzaron a vestirse
con uniformes militares, apareciendo en pantalla -con cascos y camuflaje-
como si fueran miembros del batallón 82 Airbone o soldados de caballería.
Un periodista estadunidense incluso llegó con botas camuflajeadas
con hojas pintadas, y no hubiera servido de mucho sugerirle que no las
usara.
En un vuelo kurdo dentro de las montañas del norte
de Irak fueron encontrados más reporteros usando atuendos kurdos.
En Pakistán y Afganistán el año pasado ocurrió
el mismo fenómeno. Periodistas en Penshawar fueron vistos usando
sombreros pashtunes. ¿Por qué? Ninguno pudo darme una explicación.
¿Qué diablos estaba haciendo Walter Rodgers, de la CNN, vestido
como un marine de Estados Unidos en las afueras de un campo en Kandahar?
Gracias a Dios alguien le dijo que se quitara el uniforme después
de su primera transmisión.
Entonces Geraldo Rivera, de la cadena Fox News, llegó
a Jalalabad con una arma. El estaba decidido, dijo, a matar a Osama Bin
Laden. Era lo último que nos faltaba, un periodista que ahora se
había convertido en combatiente.
Sin embargo, ya no nos preocupamos más de nuestra
profesión. Tal vez estemos a punto de renunciar, antes de degradar
nuestros propios trabajos, antes de burlarnos unos de los otros, de adoptar
los ri-dículos títulos de "escritores de pacotilla", cuando
deberíamos considerarnos corresponsales extrajeros decentes en esta
honorable profesión.
"Casi muero, de la impresión"
Me quedé atónito en diciembre pasado cuando
el encabezado de un periódico estadunidense señaló
que yo me merecía la paliza que recibí de manos de la multitud
afgana. Casi me muero, no por la golpiza, sino por el artículo escrito
por Mark Steyn, cuyo título decía que "un multiculturalista
(yo) recibió su merecido". Mi pecado, por supuesto, fue que expliqué
que la multitud perdió a sus seres queridos tras un bombardeo de
un B-52, y que yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Ese vergonzoso y
poco ético encabezado, debo agregar, apareció en el periódico
en el que trabajaba Daniel Pearl, The Wall Street Journal.
¿Podremos hacer mejor las cosas? Yo creo que sí.
No fue culpa de los reporteros que se vistieron de militares ?Rodgers con
su ridículo casco, Rivera con sus payasadas con la pistola, o incluso
yo con mi máscara de gas, hace una década?. No fue eso lo
que dio motivo para que Daniel Pearl fuera asesinado. Fue asesinado por
hombres sanguinarios. Pero todos nosotros, disfrazándonos con atuendos
de combatientes o adoptando la vestimenta nacional de los países,
sólo ayudaremos a minar el escudo de la neutralidad y la decencia,
la cual ha salvado nuestras vidas en el pasado. Si no nos detenemos, ¿cómo
podremos protestar cuando nuestros colegas sean considerados espías
por hombres despiadados?
TRADUCCION: ERIK VILCHIS
© THE INDEPENDENT