Se entregaron los premios nacionales de Ciencias
y Artes 2001 en Los Pinos
Leñero: la cultura no es un peldaño de
la educación; tiene escalera propia
Con una sola mirada, el presidente Fox tomó nota
de la tormenta desatada por el escritor
El galardonado dedicó a Ricardo Garibay la primera
banderilla de su faena
CESAR GÜEMES
Solamente una vez, como diría Agustín Lara,
miró el presidente Fox a Vicente Leñero, mientras el escritor
leía su discurso de recepción del Premio Nacional de Ciencias
y Artes 2001. Y no era para menos: los señalamientos caían
uno tras otro. Pero eso fue más tarde.
Barruntos
de tempestad
Se veía venir la tempestad, pese a que meteorológicamente
sólo algunas nubes poblaban el cielo de la entrada sur a Los Pinos.
Se veía venir, también, a Leñero, el único
de los premiados que no llegó en auto hasta la puerta de acceso
sino que tomó a pie, a buen paso, la llamada Rampa de la Hormiga.
Altas enredaderas de un lado, árboles que pasaron
la prueba del añejo, del otro. Seguridad discreta. Gafetes. Listas.
Pegatinas. Allá adelante, donde la cuesta pierde su nombre, se reúnen
los premiados para completar algún trámite. Acá, la
gente de prensa y la de ese misterio llamado logística. Eso sí,
ningún auto del año. Pasa Leñero junto a los periodistas
y declina adelantar siquiera una palabra de su discurso. Se aleja entre
sonrisas.
Aunque la entrega de galardones dará comienzo en
punto de la una de la tarde, según los cánones de la relojería
suiza, en realidad empieza con demora: los premios corresponden a 2001
y se entregan casi al cierre del primer trimestre de 2002. Hay un desfase.
No corre parejo el tiempo de la cultura y la ciencia con el de la política
en el país.
Minutos antes, en un descuido de la prensa que lo busca
con insistencia, Leñero hace mutis para arreglar asuntos particulares.
Se apersona de nuevo ya en la entrada del salón.
Nomás tantito
-¿Cómo está, Vicente?
-Nerviosísimo -dice más en broma que en
serio. De veras no quiere hablar antes de su participación, pero
no puede evitar al menos una pregunta:
-¿Les va a dar duro, maestro?
Sonríe, pícaro, guarda un instante de silencio
pero concede al fin:
-Nomás tantito -y se adentra, presuroso.
En punto de las 13 horas aparece el presidente Vicente
Fox en escena, precedido del anuncio usual que avisa de su presencia. Ni
un solo aplauso. El único sonido es el del aire acondicionado a
todo gas que enfría más si es posible el ambiente del salón
iluminado por 60 enormes tragaluces.
Primero en turno al micrófono, Reyes Tamez, titular
de la Secretaría de Educación Pública, hace una glosa
del premio y apunta después que ''en el curso del siglo XX, sobre
todo en su segunda mitad, los mexicanos construimos un vasto y vigoroso
sistema educativo, científico y cultural que ha sido la base propiciatoria,
el terreno generoso y fértil desde donde los creadores, los pensadores,
los investigadores y los promotores han sabido construir una vasta, rica
y maravillosa producción que constituye nuestro mayor patrimonio".
Cosechará algunos aplausos, aunque para el recuerdo
queda su mención de Ida Rodríguez ''Pramploni", que es casi
decir Pamplona y que le resta toda su bella sonoridad latina al apellido
Prampolini.
La cultura tiene sus propios peldaños
La entrega de los premios transcurre sin excesivos sobresaltos.
Vicente Leñero lo recibe en el área de Lingüística
y Literatura; Federico Ibarra por Bellas Artes; Alfredo Zalce, en el mismo
rubro, acude a la mesa principal con pasos menudos pero decididos, un doble
aplauso lo acompañará de ida y vuelta al lado de su hija
Beatriz. Alejandro Luna se suma a la lista, también en el rubro
de Bellas Artes; Ida Rodríguez Prampolini dentro del apartado Historia,
Ciencias Sociales y Filosofía; Herminia Pasantes, otro extenso aplauso,
en Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales; y dos personajes
más en el mismo ámbito, Onésimo Hernández Lerma
y Julio Everardo Sotelo Morales. En el renglón de Tecnología
y Diseño, el galardón es para Filiberto Vázquez Dávila.
Silbestre Tiburcio Noyola Rodríguez en Artes y Tradiciones Populares,
lo mismo que el maestro Maximino Ramos, quien a nombre de los reboceros
de Santa María del Río, San Luis Potosí, saludará
al presidente Fox al más puro estilo de la secundaria, con triple
apretón de mano.
Viene Vicente Leñero. Comienza la lluvia desde
el inicio, porque luego de saludar a los presentes, a sus hijas y esposa,
de inmediato clava la primera banderilla brindándole la tarde a
Garibay, tan absurda y procazmente ignorado por propios y extraños:
''Quiero
empezar este breve texto con una dedicatoria a Ricardo Garibay, que mereció
estar aquí antes que muchos; antes que yo, desde luego". Y no lo
estuvo. Negados sistemáticamente para el poderoso prosista los reconocimientos
de su propio país. Vicente Fox iría dando acuse de recibo
a las puntualizaciones con ese gesto tan suyo de mirar fijo al frente y
elevar la barbilla de vez en vez, como si asintiera pero hacia arriba.
Arreció el aguacero en palabras del escritor: "Habría que
encontrar el modo de convertir la cultura en necesidad". Ello porque: "Se
ha querido situar a la cultura como un peldaño en la escalera de
la educación, pero la cultura tiene en realidad sus propios peldaños
de su propia escalera. Desoyendo a Renato Leduc, que ya glorificó
la dicha inicua de perder el tiempo, algunos la consideran como una actividad
para el tiempo que te quede libre, siendo que el tiempo y la pasión
exigidos por la cultura deberían preñar el régimen
personal y social de nuestras vidas; como puntalanza, como sustento, como
contrapunto para una sociedad empeñada en regirse por exclusivas
exigencias económicas".
Dio un ejemplo de su dicho: ''Importa más el gozo
acumulado por los lectores de Cien años de soledad que el
secreto placer de García Márquez cuando desentrañaba
su prosa entre retortijones y dolores de parto".
Ahí, ante la evocación del Nobel colombiano,
el presidente Fox vio por única vez a Leñero, apenas una
mirada y luego los ojos al frente, la barbilla tomando nota de la tormenta
que continuaba: "Resulta hoy insólito, insisto, casi inimaginable
descubrir a un secretario de Estado o a un gobernador o a un líder
parlamentario en la butaca de un teatro o en una sala de conciertos asistiendo
gozoso a la función; insólito sorprenderlo perdiendo el tiempo
con la lectura de una novela o asomándose a la exhibición
de una película mexicana".
Remató la faena, mientras en el recinto escaseaban
los paraguas: "Y si quienes nos dirigen o nos representan desconsideran
para sus propias vidas la valoración íntima de las manifestaciones
culturales, resulta lógico entender que no hagan lo suficiente para
promover el ejercicio y la apreciación de lo que exalta la vida".
''Duro, duro, duro''
De manera sorpresiva, cuando Leñero terminó
entre aplausos y gritos de "duro, duro, duro", Vicente Fox se levantó
para decirle algo al oído y tenderle la mano. En su oportunidad,
porque la tuvo, el Presidente estuvo a punto de hacer un anuncio espectacular,
pero se abstuvo de esta forma: "Sin soslayar que las acciones que emprendemos
deben servir en igualdad de derechos y obligaciones a todos los mexicanos,
somos sensibles a las preocupaciones en torno a las regalías de
derechos de autor". Y nada más sobre el tema. Ni una palabra más.
Al final, otra vez a solas por unos segundos, una nueva
pregunta para Leñero:
-Qué le dijo el Presidente?
-Me felicitó -responde enarcando las cejas el escritor.
-¿Y usted le creyó?
La respuesta del galardonado es la última gota
del temporal:
-Me parece que no estaba muy atento.