Octavio Rodríguez Araujo
El PRI ante sí mismo
ubo un largo periodo en que el PRI dependía del gobierno para sustentarse como partido. El presidente de la República nombraba a los dirigentes partidarios y, mediante el uso político de la organización, determinaba buena parte de la composición del Congreso de la Unión, de los gobiernos de los estados y, en ocasiones, sobre todo si se trataba de municipios importantes, hasta de los presidentes de éstos. Sobraría añadir que el gobernante en turno le daba línea al partido o, de otra manera dicho, lo subordinaba a la orientación de sus políticas. A cambio de este control los priístas vivían con el señuelo de puestos y cargos en el ámbito del poder.
Al perder el Revolucionario Institucional la Presidencia de la República se perdieron línea, recursos públicos federales y, lo más grave (para sus militantes), las colocaciones en la administración pública federal y en los órganos de representación también federales.
Algo en lo que suele repararse poco es que a partir del presidente Cárdenas los priístas (entonces perremistas), incluido el mismo gobernante saliente, se han cuidado de escoger para la máxima magistratura a un hombre fuerte o que pudiera ser caudillo o convertirse en caudillo. Con esta regla no escrita los militantes del partido gobernante garantizaron que una persona, con la investidura presidencial, pudiera ser fuerte sólo seis años; no más tiempo, porque de ese modo se aseguraba la movilidad política y la conciliación de los grupos internos como medida de autoprotección para sobrevivir. Si un presidente pudiera seguir siendo fuerte después de abandonar el cargo (como fue el caso de Calles), entonces su grupo seguiría gobernando y los otros grupos tendrían que abandonar el partido, luchar entre sí enconadamente o caer en tentaciones golpistas. Esta sabiduría es la que explica que los candidatos a la Presidencia hayan sido siempre (desde 1939) personas comunes y corrientes y no réplicas del jefe máximo. Pero esa misma sabiduría no previó que el PRI pudiera perder el gobierno nacional.
Las cosas cambiaron. Ahora el PRI está en la oposición y, obviamente, quiere recuperar la Presidencia, pues sin ésta se siente como pez fuera del agua. Esto explica que compitieran por la dirección del partido líderes, políticos-políticos -valga la repetición-, y no, por ejemplo, ex funcionarios públicos salidos de los gabinetes tecnocráticos de los últimos gobiernos. Se trata de grupos que siempre han aspirado al poder, pero que ahora tienen que rascarse con sus propias uñas o, a lo más, contar con los modestos recursos de los gobernadores de su partido para los acostumbrados acarreos y otras formas de inducción del voto.
El casi empate de los dos candidatos a la dirección del PRI se debe precisamente a que la militancia (dividida en más de dos grupos) buscó pragmáticamente dos "jefes", es decir, dos líderes para aliarse, más que por afinidades ideológicas, por antipatías hacia el adversario o la adversaria o por la certidumbre de que su alianza sería recompensada a su debido tiempo. La perspectiva de esta elección es la Presidencia, la recuperación del poder nacional y los ganadores son los que competirán contra los otros partidos, primero en la próxima elección federal y luego en la grande. El PRI, contra lo que han opinado otros analistas, no se dividirá (aunque pudiera haber fugas): los perdedores saben de disciplina y más de uno conoce el poder y sus beneficios. ƑPor qué formar otro partido si no son principios los que están en disputa?
Escogieron líderes, políticos-políticos, porque no existe el amparo presidencial, es decir, del líder temporal (de sexenio) que unifique (en el poder o en la perspectiva de éste) a los grupos. Es como cuando muere el jefe de familia: los hermanos, aunque tengan grandes diferencias entre sí, cargan de responsabilidades al mayor o, si éste no da la talla, al más fuerte, al más maduro, al que (finalmente) tiene madera de líder. Se trata, en este caso, de sacar adelante a toda la familia. Es igual en el caso de este partido: se trata de recuperar el poder. Después ya se verá o se arreglarán las cuentas, como siempre se han arreglado. Si en algo tienen experiencia los priístas es en la negociación, en primer lugar entre ellos mismos.
Los resultados de las recientes elecciones estatales han servido no sólo para ganar posiciones, sino también para medir su fuerza -nada despreciable según los resultados obtenidos. Esta fuerza es el capital por el que luchan los grupos, pues sus perspectivas, como partido, no son tan malas comparadas con las de los otros partidos.