Alegría del portugués que fue a
Granada
En 1987 el novelista escribió, con gran emotividad,
este texto sobre Miguel Ríos a raíz de la entrega de la medalla
de oro de esa ciudad al rockero. El cantautor dará en México
una serie de conciertos a partir del viernes
José Saramago
No me pidan nombres. Hablo tan sólo de una gente
que he visto sonreír y aplaudir, de la que he oído altas
y luminosas voces en el patio del ayuntamiento de Granada, donde, quizá
por primera vez, resonaban palabras sencillas y populares en un acto oficial.
Circunstancias particulares de mi vida me llevaron allí
para ser, simplemente, un acompañante, pero luego la fiesta me perteneció
como si granadino fuera. Y joven, yo que no soy más que portugués
y mayor. Además no soy aficionado al rock y no voy a convertirme
ahora, es demasiado tarde, aunque me parezca que en una época que
vive bajo la amenaza del trueno nuclear el clamor rockero puede ser entendido
como un grito humano de protesta.
Estoy escribiendo torpemente en castellano, y eso es un
riesgo terrible para mí, si mis lectores españoles ponen
sus ojos en estas cuartillas y me juzgan por sus méritos. No tengo
otra justificación que la alegría, muy señores míos,
y la alegría puede justificar la osadía. Por eso vengo aquí
a decir que en Granada, en el acto de la entrega a Miguel Ríos de
la medalla de oro de la ciudad, me he visto a mí mismo participando
de una felicidad ajena como si fuera mía.
Sonreí y aplaudí como los demás.
Y si me atrevo a decirlo con palabras llanas y elementales es porque la
alegría se puede expresar elementalmente con el gesto, con la risa,
con las manos que bailan en el aire. Es decir: en este momento no estoy
escribiendo, estoy aplaudiendo a Miguel Ríos y a sus amigos, tanto
los que tienen nombre como los que no necesitan decirlo. Y si mal escribo,
el aplauso, al revés, es bueno, sincero y fuerte.
Pero hay más que aplaudir: Mis palmas van igualmente
a una ciudad que, por lo visto, cultiva la gratitud, flor entre todas rara,
sujeta a matices y desviaciones que la convierten, muchas veces, en objeto
mercantil.
Miguel Ríos es un cantante popular, pero quizá
sea también un sabio en humanidad. Si como cantante ha merecido
una medalla, bueno. Que la haya merecido como persona, mejor. Porque a
los buenos deberían ir las medallas aunque fueran mudos.
Por todo esto he sido un hombre feliz en Granada. Tan
feliz que no he compartido solamente la alegría, también
mis ojos se ahogaron de una incontenible lágrima ante la felicidad
casi dolorosa de Miguel. Por eso ahora estoy dudando si no habrá
un error en mi título, si a lo mejor no debería llamarle
a estas líneas "emoción del portugués que se fue a
Granada".
Granada, marzo de 1987.