José Cueli
El valor de Rafael
Ayer se vivió el valor de Rafael Ortega en la pachanga que era la corrida hasta ese momento. Rafael levantó al público de sus asientos con un toreo viril, serio, que se disfrutaba en calma, al peligroso toro de Barralva que le tocó en suerte. Graduaba el ritmo, abrigándolo bajo su personal naturaleza de torero, dándole a su quehacer vivencia, lo mismo con las banderillas que con la muleta. Lástima de sus defectuosas estocadas.
Había entrado en delirio al perpetuar con avidez esos refilonazos angustiosos que da el toreo cuando no es mera estética. Sin revulsiones ni posturitas. Raza subterránea; eso fue el toreo de Ortega. Temperamento concentrado en el toro, ahondando en los redondos y las banderillas; desgarrado, invasor, estático, trasmitiendo la angustia de muerte, que no la estética o lo gracioso.
Negra noche tlaxcalteca, leña desplazada a la negra noche de la Plaza México, en tarde que más allá de su actuación, los toros de Barralva, descendientes de Parladé, cornalones, fueron mansos y decepcionaron; pusieron en ridículo a las cuadrillas atemorizadas sin saber que hacer. Dos de ellos fueron regresados a los corrales, obviando la falta de administración del coso que implicó lapsos de 45 minutos para que los toros se regresaran a la ganadería. šQue no puede ser!