EL PRI DE MADRAZO
En
el proceso de elección de nueva directiva, que vivió entre
el 24 de febrero y ayer, 4 de marzo, el Partido Revolucionario Institucional
pareció darse una oportunidad mayor para renovarse, democratizarse,
superar sus lacras históricas y convertirse en una formación
moderna. Fue, sin embargo, un ejercicio de simulación, un margen
de maniobra para la negociación cupular a espaldas de la militancia
y, a fin de cuentas, una ratificación de la vigencia de los aspectos
más turbios y atrasados de la subcultura política.
En el proceso comicial en el que contendieron las fórmulas
de Roberto Madrazo y Beatriz Paredes lo determinante no fue la aptitud
de cada uno para convencer a los votantes, sino su capacidad de cometer
trapacerías, desaseos y manipulaciones del sufragio; la Comisión
para del Desarrollo de Proceso Interno (CDPI), en vez de garantizar la
limpieza de la consulta, se limitó a convalidar las notorias irregularidades
practicadas en ella; los ganadores, más priístas que nunca,
recurrieron al albazo y el madruguete, mientras los perdedores, también
más priístas que nunca, doblaron la cerviz en nombre de la
unidad y la disciplina partidista, y se dispusieron a negociar, en lo oscurito,
posiciones de poder y canonjías en la estructura partidaria.
Tal vez el PRI contemporáneo se encuentre huérfano
de brújula y dedo presidenciales --es sólo una suposición--,
pero en todo caso no ha perdido su verticalismo ni su sentido de la disciplina
cercano a la abyección. Marginado del poder público federal,
el tricolor en manos de Madrazo permanece tan insustancial en lo ideológico
y en lo político como cuando era la agencia electoral del presidente
en turno. El viejo partido de gobierno ha sido repudiado por el voto ciudadano,
pero no por ello ha corregido sus vicios corporativos y clientelares; su
proclividad al fraude --ahora practicado en sus propias filas-- ni sus
excesos demagógicos, claramente ilustrados por los discursos de
toma de posesión de los integrantes de la planilla triunfadora.
Erigido en una temible coalición nacional de cacicazgos
estatales, feudos sindicales y agrarios, liderazgos de huestes urbanas,
bancadas parlamentarias e infiltraciones y remanencias en la administración
pública, el tricolor comandado por Roberto Madrazo ofrece a la sociedad
mexicana el peor rostro que el partido haya tenido jamás en toda
su historia: el de un grupo de presión ajeno a cualquier escrúpulo
y empapado en el pragmatismo más rampante. Lo mejor que puede esperarse
del PRI en esa, su configuración actual, es que no sea capaz de
recuperar, ni siquiera por el desgaste del presente gobierno, la confianza
ciudadana que perdió en los comicios federales del año antepasado.