RIDGE: EXIGENCIA DE SUMISION
Ayer,
en una conferencia de prensa conjunta con el secretario de Gobernación,
Santiago Creel Miranda, y en declaraciones por separado, el director de
la Oficina de Seguridad Interna de Estados Unidos, Tom Ridge, conocido
como el zar antiterrorismo, formuló propósitos con fuerte
tono de exigencia hacia México: buscar financiamiento de manera
conjunta en el sector privado y en instituciones financieras internacionales
para sufragar la cooperación binacional en seguridad, entendida
ésta como extensión de las estrategias antiterroristas implantadas
por el país vecino desde los atentados del pasado 11 de septiembre;
instaurar una frontera común "segura e inteligente" y procurar que
nuestro país avance en sellar su propia frontera sur, con Guatemala
y Belice. Finalmente, Ridge insinuó la posibilidad de que Washington
busque colocar agentes aduanales estadunidenses en puertos mexicanos.
Entre lo dicho por el encargado de la seguridad interna
de Estados Unidos se deslizó una abierta mentira: "Estados Unidos
--dijo-- no militarizará sus fronteras con los amigos y aliados";
sin embargo, en días pasados, en el tramo que corresponde a Texas,
la frontera fue colocada --así fuera de manera temporal-- bajo vigilancia
y mando de tropas regulares.
No obstante, lo más preocupante de las declaraciones
de Ridge no es esa distorsión de la realidad, sino la evidencia
de que la Casa Blanca pretende uncir a México a una política
de seguridad que puede ser conveniente y adecuada para el país vecino,
pero que de ninguna manera es adecuada para el nuestro, por razones que
no está de más repetir: los nebulosos "terroristas internacionales",
enemigos del gobierno de George W. Bush, no son los nuestros, ni hay nada
de razonable en pretender o procurar que lo sean; por el contrario, asumir
como propia esa amenaza a la seguridad nacional estadunidense es una manera
de generar graves peligros a la seguridad nacional mexicana.
Incluso en el ámbito de problemas en cierta forma
comunes, como el tráfico de drogas y de armas o de migración
de indocumentados, los dos países se encuentran en posiciones muy
diferentes: el narcotráfico implica, para la potencia vecina, un
conflicto de salud pública mucho mayor que para la sociedad mexicana,
la cual debe en cambio hacer frente a un alarmante fenómeno de delincuencia
organizada; el tráfico de armas estadunidenses a territorio nacional
es un ingrediente clave en la inseguridad que vivimos, pero para la industria
armamentista del otro lado del Río Bravo es un jugoso negocio que
las autoridades de Washington no desean interrumpir; por lo que hace a
los flujos migratorios, éstos son percibidos como una amenaza por
el país vecino --incluso si su economía se beneficia enormemente
con ellos--, en tanto que para México representa un asunto de libertad
de tránsito, una válvula de escape a presiones sociales y
económicas internas y un considerable ingreso de divisas.
Para finalizar, es indignante e incomprensible que las
autoridades mexicanas no tomen distancia del ucase expresado por Ridge
y que, por el contrario, se muestren entusiasmadas en contribuir a fortalecer
la seguridad de la máxima potencia bélica del planeta incluso
a contrapelo de los intereses nacionales, y empleando en ese objetivo recursos
que debieran utilizarse, por ejemplo, en el combate a la pobreza, en la
reactivación de la economía y en la dignificación
del campo mexicano.