EDUCACION SUPERIOR
El presupuesto ordinario de la institución no alcanza siquiera para el pago de nómina
El quehacer científico, tarea casi imposible en la UAG debido a carencias materiales y humanas
Contra todos los obstáculos, 144 investigadores promueven una "revolución silenciosa"
CLAUDIA HERRERA BELTRAN ENVIADA
Chilpancingo, Gro. Diez científicos del laboratorio de Investigación Biomédica de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) están de plácemes con su nuevo equipo: un sofisticado secuenciador de ADN. Ahora su preocupación es cuándo van a poder encender este aparato comprado con fondos federales de la Secretaría de Educación Pública (SEP). La universidad, dicen, puede llevarse un año o más en tender un cableado eléctrico especial y en comprar un mueble para esta moderna máquina.
A pesar de estos obstáculos, la mayoría de los 144 investigadores de la UAG están promoviendo una "revolución silenciosa" en una institución que no destina recursos a la ciencia (su presupuesto ordinario no alcanza ni para pagar la nómina) y en la que ninguno de sus programas de posgrado (tres doctorados y 25 de maestría) está incluido en el padrón de excelencia del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
El cambio es lento, pero comienza a remover a la institución. Ya hay ocho científicos de la UAG inscritos en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), aunque esta cifra es muy baja frente a los más de 2 mil de la UNAM y 180 de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, una de las instituciones estatales con mayor número de científicos de excelencia. Los ocho investigadores, junto con otros 40, han ganado en cinco años fondos de la SEP por 57 millones de pesos, con los que paulatinamente han ido equipando sus precarios laboratorios.
Los científicos de la UAG aportan además el mayor número de proyectos del Sistema de Investigación Benito Juárez (Sibej), en el que participa Guerrero junto con los estados de Chiapas y Oaxaca.
El círculo vicioso de la pobreza
Si hacer ciencia en México es difícil, en Guerrero es casi imposible. El primer obstáculo son los recursos. La UAG dispone de un pobre presupuesto (unos 600 millones de pesos para atender a 64 mil alumnos) y la Federación apoya poco a los investigadores de entidades rezagadas porque no cumplen con los estándares de calidad mínimos, como son haber estudiado posgrado, contar con laboratorios equipados y haber publicado en revistas internacionales.
Pero esta situación se convierte en un "círculo vicioso", explica Marco Antonio Leyva, ex responsable de Investigación de la UAG y director del Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología. "Los científicos no recibimos apoyo porque no cumplimos con los estándares de excelencia, pero cómo los vamos a cubrir si no nos dan un empujón".
La universidad enfrenta graves problemas económicos. Su presupuesto asciende a 600 millones de pesos: 90 por ciento proviene de la Federación y 10 por ciento del gobierno del estado (el cual es de los que aportan menos en el país frente a otras entidades que dan hasta 60 por ciento del subsidio a su universidad pública).
De este modo, si no fuera por los apoyos externos la UAG estaría en números "rojos", lo que ha provocado que los recursos destinados para la ciencia en ocasiones sean desviados a otros fines. El rector Florentino Cruz refiere que el año pasado tuvo un déficit de 23 millones de pesos, el cual, asegura, fue cubierto con "recursos extraordinarios" del gobierno estatal.
Pero Jesús Samper, profesor investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAG, hizo un estudio sobre la calidad de la investigación en la UAG, en el que asegura que en ocasiones estos faltantes se han cubierto con recursos destinados para la investigación. "El dinero viene etiquetado de la SEP y se toma para pagar otras cosas", asegura.
Marco Antonio Leyva refiere que el año pasado los recursos del Programa de Fomento para la Modernización de la Educación Superior (Fomes) -por medio del cual la SEP promueve el equipamiento de laboratorios- tardaron casi seis meses en entregarse porque la UAG los utilizó para cubrir otros requerimientos. "Al final se dio todo el dinero, pero tuvimos que esperar mucho tiempo para comprar el equipo que necesitábamos", señala.
Leyva renunció a la oficina de Investigación de la UAG precisamente por la falta de apoyo: "le pedí al rector que destinara una partida especial de un millón de pesos para que se lanzara una convocatoria y se presentaran proyectos de investigación, pero no hubo el compromiso de aportar esos recursos ni de buscarlos en el Conacyt".
En esas condiciones, el número de académicos que se dedica a la investigación es bajo, y casi todos están ubicados en el nivel de licenciatura. De los casi 3 mil profesores que dan clases en la UAG, sólo 144 realizan investigación.
Berenice Yáñez, prestigiada investigadora de la Facultad de Ciencias Químico-Biológicas, lo explica: "los académicos nos sentimos solos. Aunque este rectorado le dio más importancia a la academia, en nada es suficiente ni es lo que debería hacerse. El investigador en esta universidad no tiene un papel importante".
Además de los obstáculos económicos, la ciencia está frenada por otros factores: pocas vocaciones científicas (85 por ciento de la matrícula se concentra en carreras de ciencias sociales y administrativas), deficiente preparación de los académicos (apenas 20 por ciento de los que hacen investigación tienen estudios de posgrado), y como en Guerrero casi no hay industrias, pues tampoco hay fondos particulares para invertir en esta actividad
Este problema llevó al sociólogo Samper a escribir su libro preguntándose por qué no se hace investigación de calidad en la UAG, y concluye: "durante décadas hemos formado mucha gente que no tiene la capacidad de ejercer. Más que contribuir al desarrollo de la entidad, la universidad está ayudando a que Guerrero siga siendo pobre".
La falta de recursos humanos es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la ciencia en la UAG, explica la doctora Yáñez. "Los laboratorios se están equipando, pero si los profesores no están preparados para usar aparatos modernos, de qué nos sirve. La universidad se tiene que preocupar por la infraestructura y por los recursos humanos".
Las adversas condiciones para hacer ciencia en el estado y el poco aprecio por los científicos han propiciado la fuga de cerebros. Leyva señala que el año pasado dos investigadores que habían sido "repatriados" terminaron yéndose a otras entidades debido a la falta de apoyos.
Pese a todo, se hace ciencia. Hay un grupo, quizás pequeño, pero que ya está propiciando un cambio. Berenice Yáñez, quien estudió su doctorado en biología en la Universidad de Connecticut, no sólo se quedó, sino que regresó a la institución cuando concluyó su posgrado. "Hubiera sido más fácil irme a otra universidad más consolidada, porque seguramente habría mejores condiciones, pero quiero a esta institución, me formé en ella y creo que algunos tenemos que ayudar a fortalecer a las universidades de provincia".
Es así como están surgiendo grupos de científicos que empiezan a hacer la diferencia en esta universidad. Entre éstos se encuentran los de la Facultad de Ciencias Químico-Biológicas, que desde 1997 obtienen fondos mediante concursos, así como los de la Escuela de Ciencias de la Tierra, de la Unidad de Estudios de Posgrado e Investigación (UEPI) y del Centro de Investigación de Enfermedades Tropicales (CIET).
Actualmente, en la Facultad de Ciencias Químico-Biológicas, que tiene su sede en Chilpancingo, se está investigando cuál es la prevalencia del virus del papiloma humano, lo que puede ayudar a atender y prevenir el cáncer cérvico-uterino en las mujeres guerrerenses.
A mediados de los noventa, cuando se extendió la epidemia de cólera en México, el CIET evitó que fuera más severa en el estado de Guerrero. El investigador Ascencio Villegas recuerda que ese centro, junto con la Facultad de Medicina de la UAG, dieron capacitación a la población y habilitaron cientos de médicos. En casos de emergencia, como los huracanes, la UAG tiene una enorme capacidad para ayudar a los habitantes. El CIET tiene además reconocimiento internacional por sus estudios sobre integridad.
En la UEPI se encuentra la doctora en economía Rocío López, una de las ocho académicas de la UAG que pertenecen al SNI y que está a cargo de una investigación sobre pobreza y mercado de trabajo en Guerrero. "En la universidad se piensa que somos pocos los investigadores, pero hay mucha gente que se dedica a la ciencia. Si la UAG recibiera más recursos podríamos hacer maravillas", afirma la economista.
Modernos equipos, en espera de ser usados
Los laboratorios que están siendo equipados gracias al Fomes y en los que hay académicos preparados para aprovechar estos avances tienen otro obstáculo: que las modernas máquinas comiencen a funcionar.
13 de febrero de 2002. Los científicos del laboratorio de Bioquímica de la UAG están felices. La doctora Yáñez le explica al rector Florentino Cruz que hace unos días desempacaron un secuenciador de ADN que costó más de 800 mil pesos (aportados por la Federación). Sólo que necesitan una instalación eléctrica especial y una base para colocar este aparato, que pesa 140 kilos.
La investigadora se queja: "la administración es sumamente deficiente. Tenemos un espectro de absorción atómica, equipo que cuesta cerca de 300 mil pesos y que tardó año y medio en echarse a andar porque se necesitaban muchos accesorios y la universidad no tenía dinero para comprarlos". Por eso se pregunta cuándo podrán estrenar su aparato.
Pero una vez que se echan a andar los equipos, el siguiente obstáculo son los reactivos. La UAG no dedica un fondo especial para el abastecimiento de los insumos, por lo que los investigadores ahora están pidiendo recursos al Conacyt y al sistema de investigación regional. Ese es el estado de precariedad de la UAG.