Entre 30% y 50% de las mexicanas padece algún
tipo de ataque doméstico
Crecen las denuncias, pero aún es insuficiente
el combate a la violencia contra la mujer
La delincuencia se genera en los "hogares agresivos",
afirma el siquiatra Ernesto Lammoglia
MARIA RIVERA
Abandonan sus casas sin más equipaje que sus vidas.
Una noche, de pronto, muchas mujeres tienen la certeza de que no amanecerán.
"Ahora sí, te va a cargar la chingada", les advierten sus parejas,
y en el gesto crispado, los puños apretados y el tono de la voz
perciben que no hay punto de retorno. Lo que sigue no son los insultos
y golpes de siempre, podría sobrevenir incluso la muerte. Devastadas,
piden ayuda, denuncian y sacan a la luz un fenómeno que, pese a
su magnitud ?entre la tercera parte y la mitad de las mexicanas sufren
algún tipo de violencia doméstica? permanece acallado.
Resulta
espeluznante, asombroso e inadmisible ?indica el siquiatra Ernesto Lammoglia,
especialista en el tema? ver cuánto presupuesto e interés
de la sociedad y de los medios suscita la inseguridad pública, en
comparación con la atención que reciben las víctimas
de la violencia doméstica. "Parecen ignorar que todo se origina
en los hogares violentos. Los delincuentes surgen de ahí."
Cuatro clases de violencia
Cifras de 1999 del Banco Interamericano de Desarrollo
señalan que la mitad de las mujeres latinoamericanas sufre alguna
forma de maltrato, y una de cada cinco, violencia física. En el
caso particular de México el titular de la Secretaría de
Salud, Julio Frenk, ha mencionado que entre 30 y 50 por ciento de los hogares
del país los hombres agreden a su pareja y la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal reconoce que uno de cada tres hogares
mexicanos vive violencia intrafamiliar.
Pero no siempre las agresiones terminan en golpes. Una
investigación de la Secretaría de Salud, en la que se analizaron
15 mil certificados de defunción en la zona metropolitana capitalina,
mostró que mil 935 fueron homicidios de mujeres, y de éstos,
casi la mitad (48 por ciento) fue producto de la violencia doméstica.
"En
México no existe una verdadera acción del Estado para atender
la familia disfuncional, que es la que genera esta violencia -concluye
el siquiatra-, sin ver que un niño maltratado va a ser un adulto
maltratador y una mujer agredida va a tener hijas que contemplen ese trato
como algo natural y van a unirse a individuos que las van a atacar."
Marta Torres, investigadora del Programa Interdisciplinario
de Estudios de Género de El Colegio de México, explica que
el interés por la violencia contra las mujeres, y más específicamente
la perpetrada por su compañero íntimo, es bastante reciente,
porque a lo largo de los tiempos se ha visto como natural.
Fundadora del Centro de Atención a la Violencia
Intrafamiliar (CAVI), relata que los primeros casos que atendieron a principios
de los 90 fueron relativamente sencillos, en términos legales, porque
los hombres pensaban que estaban ejerciendo un derecho y confesaban todo.
"Es muy común que todavía se piense que dar órdenes,
controlar el dinero o exigir actividad sexual son prerrogativas del marido."
La autora de La violencia en casa explica que se
han identificado cuatro clases de violencia: física, en la que están
incluidos golpes de cualquier tipo, heridas, mutilaciones y aun homicidios;
sicológica, que abarca, además de insultos, gritos, sarcasmos,
engaños, manipulación, desprecio, todo aquello que vulnera
la integridad síquica; sexual, en la que lo más evidente
son la violación, el hostigamiento o la prostitución forzada,
y económica, referida a la disposición y manejo de los recursos
materiales, y que lo mismo incluye el robo o la destrucción de un
objeto, que privar de los medios para satisfacer las necesidades básicas.
Un elemento a tener en cuenta, advierten los especialistas,
es que prácticamente nadie puede sentirse a salvo del maltrato.
En este tema ni la educación ni la clase social son factores inhibitorios.
"He tenido pacientes ricas que son capaces de usar collarines para simular
que tuvieron un accidente automovilístico con tal de ocultar que
recibieron una golpiza", relata Lammoglia.
Vergüenza, miedo y solidaridad política
Marta Torres narra la historia de una mujer millonaria
a la que el marido controlaba desde la comida hasta la ropa que usaba.
Si se le acababa el champú tenía que pedir la llave de la
despensa para sacar un frasco nuevo, y si le apetecía algún
alimento en especial, también debía pedir autorización
para tomarlo. Pese a las joyas que usaba, nunca tenía un peso.
En el albergue para mujeres maltratadas del gobierno capitalino
se encuentran dos mujeres con licenciatura. Una de ellas, Perla, recuerda
que en la entrevista de admisión al refugio le dio mucha vergüenza
aceptar que era trabajadora social. Su agresor también tiene licenciatura.
Sin embargo, su preparación sí le fue útil, le permitió,
por ejemplo, buscar el apoyo de un grupo de autoayuda y prepararse para
una agresión mayor. Cuando sucedió, como ella preveía,
tenía reunidos los números telefónicos de instituciones
que podían protegerla, los documentos más importantes de
su familia, así como llaves y algo de dinero.
Otro caso es el de Marta, una historiadora que durante
el tiempo en que fue víctima del maltrato físico no sólo
era militante de un partido de izquierda, sino también de una organización
feminista. El agresor también participaba en movimientos que reivindicaban
la igualdad de la mujer.
Nunca pudo llegar al mitin de protesta contra la invasión
de Granada, recuerda la mujer, porque la noche anterior además de
los golpes y patadas acostumbrados, le aventaron un armario que le rompió
la boca. Pese a que fue hospitalizada no demandó a su agresor. No
sólo por la vergüenza y el miedo, reconoce, sino por solidaridad
política. A la larga esa decisión le costó la custodia
de sus hijas, porque cuando decidió abandonarlo no pudo demostrar
el maltrato, en cambio él sí probó el abandono de
hogar.
Un alto nivel educativo, explica el autor de El triángulo
del dolor, vuelve más vulnerables a las mujeres en relaciones
de maltrato. "Son tan valiosas y tan capaces que no entienden por qué
un misógino las humilla, las maltrata y las minimiza. Se quedan
a su lado tratando de convencerlo de su error. Pero, además, en
algunas de ellas prevalece un falso orgullo. ¿Cómo van a
reconocer ante el mundo que siendo tan chingonas, disponiendo de tantas
personas, son agredidas por sus maridos? Las que aguantan son las más
fuertes, las débiles, por el contrario, a las primeras de cambio:
¡vámonos!".
En los últimos tiempos, reconocen los especialistas,
se ha avanzado en un hecho: se habla del asunto. Aunque, advierten, todavía
falta mucho para que haya conciencia plena de la cuestión. Por lo
pronto los medios de comunicación están sacando partido de
este interés. No hay programa matutino de la radio capitalina en
el que no se trate el tema y programas de la televisión privada
como Mujer, casos de la vida real, en Televisa, y Lo que las
mujeres callamos, en Televisión Azteca, abordan el asunto.
Dormir con el enemigo
Afrontar el problema no es nada sencillo porque involucra
la esfera sentimental. Según describen algunos textos, el hombre
arremete, se arrepiente, llora, pide disculpas, y comienza un periodo llamado
de luna de miel. Continúa otro de tensión, que generalmente
culmina en un nuevo estallido de violencia.
El ejercicio del poder en la pareja es uno de los puntos
nodales del fenómeno. La agresividad pareciera estar en proporción
directa con la seguridad del varón. "Mientras más impotente,
inseguro y carente de autoridad real es un hombre, más busca el
poder ?señala el siquiatra? y lo va a ejercer en la ínsula
donde le toca vivir y con los que tiene a la mano."
"No se trata del desgraciado que te ataca en la calle,
quitándote el bolso, es una persona a la que han querido y con la
que han procreado hijos", advierte Marta Torres; además, "aunque
las mujeres quieran romper se echa a andar toda una maquinaria para disuadirlas:
los hijos, la familia, el juez de lo familiar ?que dice 'por favor, sigan
juntos'?, el Ministerio Público ?que pide arreglar las cosas?, el
DIF ?que habla de la unidad de la familia?, el imaginario social ?que dice
'mujer sola, mujer...zuela'. Todo esto impide tomar una decisión."
Las cifras le dan la razón. Tres cuartas partes
de las que acuden al albergue para mujeres que viven violencia familiar
regresan a dormir con el enemigo.
"Cultura de la desconfianza"
Otro elemento en contra es el entorno legal. "Muchas veces
reciben un segundo maltrato por parte de los ministerios públicos
?lamenta Lammoglia? si no llegan con señales de tubazos y dos o
tres costillas rotas no les creen que fueron golpeadas. Lo que reciben
son sarcasmos e ironías como: 'usted lo provocó, o seguramente
le gusta que le peguen'. A esa cultura de la desconfianza en la atención
judicial se une la culpa y la vergüenza, por eso no hay denuncias".
Ante una situación de maltrato Ernesto Lammoglia
no admite concesiones. Pese a admitir que las víctimas no van a
recibir apoyo, y que de quien menos puede esperarlo es de sus seres queridos
?"porque la madre de una mujer maltratada le dirá sistemáticamente
'regresa a tu hogar, mira a tu padre y a mí, seguimos casados, aunque
no nos hablemos desde hace 20 años'"?, pide no vacilar. "Sálgase,
denuncie, busque ayuda. No hay tiempo para pendejadas".