Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 8 de marzo de 2002
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Sociedad y Justicia

Albergue para mujeres maltratadas, respiro para probar la experiencia de la no agresión

"Quería tener un hogar para que mis hijos no vivieran lo que yo, sin padre ni afecto"

Cachetadas, patadas y jalones: víctimas narran por qué se olvidaron de sí mismas

MARIA RIVERA

mujeres_albergue_04marAlicia no tiene que imaginarse cómo es el infierno: lo ha vivido. La mitad de su existencia -apenas 32 años- la pasó entre bofetadas y golpes de su pareja. Desde el noviazgo, recuerda, su compañero, aparentemente tranquilo y amable, empezó a controlarla. No hagas esto, no te pongas lo otro, le decía, y ella obedecía. Lo vivía como una demostración de afecto. Tres meses después de juntarse, a raíz de su primer embarazo, empezó el maltrato físico. A partir de entonces, "con cualquier motivo me agarraba a cachetadas, patadas y jalones".

Al principio, prosigue, estaba cegada, quería a su pareja y pensaba que tenía razón en agredirla, que realmente no se desenvolvía bien en el hogar, como él reprochaba. De niña lo único que le gustaba era estudiar, por eso no aprendió algunas labores domésticas, explica. "Pero trataba de aprender para que él no se enojara; realmente quería tener un hogar y que durara, a costa de lo que fuera, para que mis hijos no vivieran lo que yo, que crecí sin padre y sin afecto."

Dos años después, cansada del maltrato, decidió abandonar a su pareja. Consiguió trabajo y durante un año mantuvo la decisión de separarse. Sin embargo, los ruegos del joven, que aseguraba que iba a cambiar, y las presiones de su madre, que le señalaba "que de menos me daba para el gasto, no como los maridos de mis hermanas", la convencieron. Los propósitos de enmienda duraron unos meses.

Al embarazarse de nuevo se reanudaron los episodios de violencia. "Gozaba humillándome, no me bajaba de perra o de vaca. Yo no tenía derecho a opinar de nada, decía que era una estúpida y me callaba. Además me culpaba de todo lo malo que le ocurría. A las niñas les decía: 'dejen que nos atienda la criada, que para eso está aquí'."

Sus sentimientos se volvieron confusos: pese a sentir un profundo odio hacia su agresor, lo obedecía en todo. Le tenía un auténtico terror. Para evitar que se diera cuenta de que el dinero que le daba no le alcanzaba, empezó a trabajar a escondidas lavando y planchando ajeno. Cuando el hombre llegaba, en la casa no se escuchaba volar una mosca. Todos trataban de que nada lo incomodara para evitar su enojo. En eso tuvo su tercer hijo.

Una salida

Alicia recuerda que por entonces se dio por vencida. Creía que, como en la novela de Kundera, la vida estaba en otra parte. Hasta que un día la maestra de su segunda hija -que sufría trastornos de aprendizaje- la mandó llamar. En la entrevista que le hicieron la profesora y la sicóloga, a la que habían derivado el caso de la niña, afloró el tema de la violencia doméstica. Por primera vez la joven pudo hablar de lo que era su vida. Las mujeres no sólo la escucharon,mujeres_albergue_06mar sino que le ofrecieron información sobre las opciones legales que existen para estos casos. Por primera vez pudo entrever una salida.

El 3 de febrero pasado, por un motivo nimio, su pareja volvió a golpearla. Hubiera sido un hecho más en la cadena de agresiones, salvo por un detalle: por primera vez se defendió. "Ya no aguantaba más -rememora-; pese a las patadas me le fui encima, no sé ni de dónde saqué fuerza, pero esta vez no me dejé. Mi hija mayor tuvo que separarnos. Esa noche me fui a dormir con los niños para evitar más problemas. A la mañana siguiente preparé el café, pensando que a él ya se le había pasado el enojo, pero qué va, por el contrario, me dijo que me preparara, que ahora sí iba a saber lo que era bueno".

Aterrorizada, tomó a su hijo más pequeño y huyó. Se subió al primer micro que pasó, y al ver que su pareja la perseguía, pidió al conductor que no se detuviera porque su vida corría peligro. El hombre aceleró la marcha y ella logró ponerse a salvo. Fue a una subdelegación a pedir ayuda para ir por sus otras hijas, pero se la negaron.

Frente a la dependencia vio un módulo de una diputada y pensó que tal vez allí podrían auxiliarla y así fue. La acompañaron a recoger a la niña menor -la otra ya estaba bajo la vigilancia del padre- y al Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar (CAVI). De allí la trasladaron al albergue para mujeres maltratadas, perteneciente al gobierno capitalino, donde se recupera ahora.

En el albergue, que no se puede ubicar por razones de seguridad de las usuarias, las huellas del dolor están por todos lados. Mujeres y niños tienen la mirada de los que se han asomado a la parte más oscura del ser humano, a la maldad. Fueron humillados, golpeados, amenazados de muerte, e incluso agredidos sexualmente, por quien debía protegerlos y quererlos.

Una señora, de más de 60 años, espera que alguien llegue a recogerla. Se asoma a la puerta con mirada sigilosa, atemorizada. Su rostro amoratado lo explica todo. Grupos de mujeres caminan por las instalaciones con aire retraído. Algunas, delgadas, con signos de desnutrición, otras con sobrepeso. Son evidentes los signos de abandono. La mayoría narrará por qué se olvidaron de sí mismas. "Si me arreglaba mi marido decía que era una puta, que a quién quería gustarle, si no, que era una fodonga o una vaca echada. No había modo de darle gusto", comenta una de ellas.

Sonríen. Pero su sonrisa más que la expresión de un sentimiento es el acto reflejo de aquellos que no pueden permitirse un ceño fruncido. Pocas se atreven a expresar su rabia, la mayoría se encuentra en la etapa en que todo recuerdo culmina en llanto. "Ya no podía más", repiten, justificándose. "Tenía tanto miedo", explican unas y otras, como si no fuera evidente que el temor es su elemento natural. "No tenía con quién hablar", es otra de las frases que denotan la soledad en la que afrontaron su sufrimiento, porque, tratando de ocultar su situación o coaccionadas, cortaron todo nexo con el mundo.

Pero no todo es dolor por estos lares. También hay esperanza. Por primera vez en años la mayoría de estas mujeres se está atreviendo a soñar y a mirar hacia delante. Una recuerda que deseaba ser abogada, otra quiere volver a ejercer su profesión, la de más allá dice que su mayor compromiso es con su terapia, quiere entender lo que pasó. Pero también se están rencontrando con sus hijos. Hasta entonces toda su energía se había concentrado en su pareja, ahora están aprendiendo a amar, aceptar e incluso a acariciar a los niños.

Un rol diferente al de ama de casa

En el amplio salón donde se encuentran los pequeños de hasta tres años, todo son ronquidos. Una auxiliar los mira complacida. Están empezando a dormir sin interrupciones, indica. Para lograrlo les da masajes relajantes y les coloca almohadas encima que los hacen sentir protegidos. El subir y bajar de los almohadones azules, que evidencian un sueño tranquilo, resulta conmovedor. ƑPero cómo podían dormir antes si la mayoría de los episodios de violencia ocurrían en la noche y despertaban entre gritos y llantos de su madre, si tuvieron que huir muchas veces en medio del frío de la madrugada, si en un descuido su mundo podía quedar de cabeza?

Este albergue existe desde 1997, cuando surge la ley de prevención y atención a la violencia intrafamiliar. Tiene un enfoque de género y derechos humanos. Es atendido por 42 trabajadoras, en su mayoría profesionistas. Además de terapia y asesoría legal, se capacita a las usuarias para aprender un rol distinto al de ama de casa. Cuentan con una bolsa de trabajo que les permite incorporarse a proyectos del Gobierno capitalino en educación, salud, vivienda y trabajo.

Es un espacio que salva vidas, explica la directora, la sicoanalista María Jiménez, porque a las mujeres en alto riesgo, incluso de otros estados, se les envía a este lugar. La mayor parte del tiempo el aforo es suficiente. Sin embargo, en temporada vacacional se incrementan los episodios de violencia y se satura. En el Distrito Federal, continúa la funcionaria, se requeriría por lo menos un sitio como este en cada delegación. Acepta que la mayoría de las mujeres termina regresando con su pareja, pero aun en estos casos hay algo rescatable, indica, tuvieron un respiro para pensar y probaron la experiencia de vivir sin agresiones. Tal vez más adelante tomen una acción definitiva.

Termina la entrevista y una de sus asistentes le pasa un recado. Le piden refugio para una señora de una entidad vecina. Viene con tres hijas pequeñas. La de nueve años fue violada por el padre.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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