OBSERVATORIO CIUDADANO DE LA EDUCACION
Comunicado No. 73
¿Tiene futuro el congreso de la UNAM?
Una vez más la UNAM escenificó cuadros de
violencia. Esta ocasión en el marco de la primera de tres jornadas
electorales para integrar la Comisión Especial para el Congreso
Universitario (CECU). Según el reporte oficial, la votación
del 26 de febrero, correspondiente a estudiantes y académicos, transcurrió
"con normalidad en al menos 70 de las 82 dependencias universitarias" (Gaceta
UNAM, 28 de febrero). En el resto, que incluye algunas escuelas de
mayor tamaño, la votación se vio interrumpida por la fuerza.
Además de la confrontación, la jornada se caracterizó
por el abstencionismo. Acaso 5 por ciento de los posibles electores sufragó.
Paradójicamente, el escándalo de urnas destruidas y boletas
quemadas restó visibilidad a la apatía o indiferencia de
una mayoría de estudiantes y profesores que no han hecho suya la
iniciativa de las autoridades para proceder al congreso. Lo que ocurre
en la UNAM se interpola y repercute en otros ámbitos de la educación
y la política.
El congreso como salida de la huelga
Como se recordará, la idea de un congreso universitario
"democrático y resolutivo" fue originalmente propuesta del Consejo
General de Huelga (CGH) aunque, en el contexto de la huelga, fue más
una carta de negociación que un planteamiento con contenidos específicos.
En agosto de 1999, el CGH propuso al rector Barnés la división
de las seis demandas de su pliego petitorio en cuatro puntos "de resolución
inmediata" y dos más (reglamentación del pase automático
y relaciones UNAM-Ceneval) a discutir en el congreso. La demanda estudiantil
sobre el congreso se repetiría con insistencia en el marco de los
frustrados "diálogos de Minería", a finales del año.
El 6 de enero de 2000, ya con el rector De la Fuente y
aparentemente agotada la vía de la conciliación, el Consejo
Universitario aprobó una "propuesta institucional" que planteaba:
suspensión del nuevo reglamento de pagos, retiro de actas y sanciones,
interrupción de las relaciones de la universidad con el Ceneval
y la aceptación de realizar el congreso al término de la
huelga. Un CGH radicalizado y copado por las fracciones más sectarias
del movimiento rechazó esa propuesta.
El 20 de enero, rectoría realizó un plebiscito
en que la gran mayoría de los 180 mil universitarios que votaron
se pronunció a favor de la propuesta del Consejo Universitario.
Este antecedente es importante, porque se reconoce como el compromiso del
rector y del consejo sobre el congreso. Pero no fue la vía que resolvió
la huelga.
Tras la ocupación de las instalaciones por la Policía
Federal Preventiva y la detención de casi un millar de estudiantes
el 6 de febrero de 2000, poco a poco y no sin tensiones y rebrotes del
conflicto, se reanudaron actividades. En mayo del mismo año ocurrió
otro intento de debate entre rectoría y CGH, conocido como "mesas
de diálogo". La estrategia de rectoría era llevar al congreso
los seis puntos del pliego petitorio. No hubo acuerdo, el diálogo
se rompió el 22 de mayo y ya no se reanudaría. Fuera del
contexto de la huelga, el CGH se fue debilitando y marginando, aunque seguiría
reclamando una representación estudiantil cada vez más inverosímil.
No obstante, sus esporádicas apariciones dejarían ver un
potencial agresivo constante.
El congreso para la reforma
Desde
un principio, la rectoría de De la Fuente hizo saber que el principal
instrumento para la reforma de la UNAM sería el congreso. Una demanda,
dijo, tanto del CGH como de otros sectores universitarios. Como paso importante
se estableció, hacia marzo de 2000, la Coordinación General
de Reforma Universitaria, oficina que remplazaba a la anterior Secretaría
de Planeación. Al mismo tiempo, se presentó al Consejo Universitario
una iniciativa con plazos para la realización del congreso, procedimientos,
número de delegados y, lo más importante, que las conclusiones
serían asumidas por las autoridades competentes. El consejo aprobó
la propuesta, se dispuso a organizar el congreso y el rector anunció
que se efectuaría en el primer semestre de 2001.
Los tiempos, sin embargo, se fueron alargando. Al consejo
le tomó más de un año integrar una propuesta. El 11
de mayo el órgano colegiado designó a los miembros del grupo
de trabajo (GT) que consultarían a la comunidad y presenta-rían
una alternativa. A este grupo de consejeros se sumó el coordinador
de la reforma universitaria, con voz pero sin voto. El 18 de julio se dieron
a conocer los resultados de la consulta y la iniciativa del GT sobre la
integración de la CECU. El 24 de octubre el consejo aprobó
las "Bases para integrar la Comisión Especial del Consejo Universitario
para el Congreso Universitario", documento que tiene algunas diferencias
con las propuestas del GT, en particular sobre la composición de
la CECU. La propuesta finalmente aprobada por el consejo determina que
la comisión se conformaría con 48 representantes, 17 de ellos
consejeros universitarios y 31 miembros por elección. Para los representantes
por elección se disponen once lugares para académicos, igual
número para estudiantes, uno para difusión cultural, dos
a eméritos, un egresado, tres trabajadores y dos "representantes
de rectoría".
Desde que se publicó, la propuesta de composición
de la CECU fue criticada, particularmente por la sectorización que
hacía de la comunidad universitaria y por la "aritmética
política" que cargaba la balanza en favor de las autoridades. También
se cuestionaba la fórmula de representación de la comunidad
universitaria. A estas críticas se sumó el escepticismo de
quienes veían en el diseño del congreso una simple repetición
de los métodos utilizados en el anterior congreso de 1990. El resultado
neto de esta fase del proceso fue un complejo conjunto de normas y criterios.
Baste mencionar que sólo las "Reglas del proceso electoral para
la integración de la CECU" constan de 70 artículos (la ley
orgánica de la UNAM tiene 18). Ni rectoría ni el Consejo
Universitario ni el grupo de trabajo se acercaron a una definición
sobre la posible temática del evento, asunto que quedaría
bajo responsabilidad exclusiva de la CECU. También en esta fase
fue muy notoria la ausencia de participación de estudiantes y académicos
en la discusión sobre la organización del congreso.
Las lecciones de una elección
Como continuación de su encomienda, el 10 de enero
de 2002 el GT emitió la convocatoria general para la integración
de la CECU, aclarando que serían los órganos colegiados locales
los que expedirían las convocatorias particulares para la elección.
En la convocatoria se indican las fechas de las votaciones y el procedimiento
de insaculación para sortear, entre los elegidos por voto, a los
31 integrantes de la CECU en la categoría de "no consejeros".
Conforme se acercaban las fechas de las elecciones, se
fueron haciendo patentes las muestras de inconformidad de grupos contrarios
a la convocatoria. En varias escuelas se rompieron o rayaron los carteles
de publicidad de las elecciones, así como los padrones que anunciaban
a electores y elegibles. Algunos académicos y trabajadores también
se pronunciaron contra el procedimiento. El 6 de febrero de 2002, segundo
aniversario de la ocupación de Ciudad Universitaria, los activistas
expresaron, a nombre del CGH, su intención de frenar las elecciones.
Días antes de la jornada, grupos de estudiantes promovían
un plebiscito contra la elección.
Del lado de la preparación de la elección
también se veían problemas; el principal, que en la mayoría
de las dependencias se contó con un solo candidato por "sector".
Además en algunas escuelas no hubo candidatos estudiantes. Finalmente,
el día 26, las votaciones fueron interrumpidas en varias dependencias.
La mayor violencia ocurrió en las facultades de Derecho y Filosofía
y Letras; también se registraron incidentes en una docena de escuelas
más. El otro aspecto destacado fue la abstención. Según
cifras oficiales, la votación total ese día fue de 15 mil
541 votos. Cabe recordar que en 1987 la elección de representantes
para la Comisión Organizadora del Congreso Universitario (COCU)
fue de más de 150 mil universitarios, y el plebiscito de 2000 superó
180 mil sufragios. En esta ocasión la principal abstención
fue de estudiantes, menos del 5 por ciento votó; y de los profesores
más de 80 por ciento no acudieron a las urnas.
Ambos hechos, violencia y abstencionismo, colocan la propuesta
de congreso ante una encrucijada. Hasta el momento, no hay evidencia de
reconsideración por parte de las autoridades. En este contexto,
el rector reinició sus críticas a la política de educación
superior del Ejecutivo federal, mostrando interés en impulsar, desde
la Universidad Nacional, el fortalecimiento de la universidad pública,
aunque sin hacer referencia explícita al proceso de la UNAM.
Académicos, en lo individual o en forma colectiva,
han manifestado su opinión en el sentido de que hace falta revisar
críticamente la ruta hacia el congreso. Es necesario, en opinión
de algunos, que rectoría exprese su visión de reforma, los
puntos básicos de una agenda de discusión y los motivos que
inspirarían la revisión del cuerpo normativo de la UNAM.
Para otros, la vía del congreso está prematuramente agotada,
a menos que se promueva una participación mucho más amplia
de universitarios en un debate que legitime la definición de su
agenda. En este sentido se ha sugerido que, en la fase inicial, se aproveche
a los cuerpos académicos colegiados como espacios que podrían
garantizar mayor representación y procesar de mejor manera la reforma
universitaria.
A estas opiniones se suman las posturas que critican la
insensibilidad de las autoridades para anticipar escenarios de conflicto
y carecer de alternativas que los eviten. También es cierto que
a la universidad no le conviene hacer coincidir su proceso de transformación,
ni con los tiempos ni con las fuerzas de la confrontación política
nacional. La UNAM no es un espacio aislado de la contienda en y entre los
partidos y deberá cuidar las intersecciones que pueden darse en
este escenario.
Las propuestas concretas de modificación del camino
hacia el congreso y el contenido de la reforma corresponden a los miembros
de la comunidad universitaria, pero desde Observatorio preguntamos:
Interrogantes
- Toda vez que la reforma es necesaria y va más
allá de un congreso, preguntamos a las autoridades universitarias:
¿qué otras opciones existen para llevarla a cabo?, ¿las
ha considerado rectoría?, ¿cuáles son?
- ¿Tiene rectoría capacidad de convocar
a la comunidad académica con una oferta atractiva que rompa su apatía?
- En este momento ¿el Consejo Universitario está
constituido legalmente para operar cualquier alternativa al congreso?
- ¿Cuál es la postura del cuerpo de directores
ante el fracaso de las elecciones para integrar la CECU?
¿QUIENES SOMOS?
Nuestros comunicados aparecen en el primer y el tercer
viernes de cada mes en este espacio periodístico; se pueden reproducir
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