Elena Poniatowska
Pellicer, árbol de caoba que camina/ I
A los 25 años de su muerte, recuerdo a un Pellicer
vital y desconcertante a quien quise mucho. Me lo encontraba en el Museo
Frida Kahlo: "estás toda clavada de claveles"; en Tepoztlán,
pero no desnudo; lo visitaba en su casa de Sierra Nevada, casi frente a
la iglesia de Santa Teresita, y abría la puerta como abría
su camisa sobre su torso de atlante. Siempre pensaba: ''trágame
tierra", porque hacía muchos aspavientos, muchas caravanas, y su
voz atravesaba el espacio y hacía que los demás volvieran
la cabeza a ver qué volcán había explotado. Una vez,
en alguno de los Premios Nacionales de Artes, Ciencias y Letras, en el
Museo de Antropología e Historia, bajo el gran paraguas de Pedro
Ramírez Vázquez, corrí jubilosa a saludarlo:
-Maestro, ¿cómo está? ¿Cómo
le ha ido? ¡Qué bien se ve!
(Pellicer se queda impávido.)
-Maestro, ¡qué gusto verlo!
(El rostro de Carlos Pellicer es una máscara de
piedra)
-Maestro, ¿ya no se acuerda de mí? Soy Elena
Po...
(Entonces del órgano catedralicio y poderosísimo
de la caja del pecho sale la voz.)
-¿Quién?
-Ele...
-¿Cómo dice usted que se llama?
-¡María Conesa, maestro!
-Sí, eso sí me suena, eso me suena más.
(Pellicer da un paso atrás como para irse.)
-¡Maestro! -le grito desesperada. ¡Soy el
barón de Humboldt!
-¡Ah! Entonces sí, mucho gusto, muchísimo
gusto en saludarlo, barón Von Humboldt...
Todo
esto porque recordé la anécdota que Pellicer relataba con
motivo de un estudiante que se acercó familiarmente a saludarlo
en un restaurante y lo acosó a preguntas mientras el poeta intentaba
llevarse la cuchara a la boca. Pellicer, con esa suntuosa cortesía
que lo caracteriza ("soy su servidor, soy el más humilde, el más
pobre de sus servidores"), contestaba todo, aunque levemente fastidiado.
Respondía puras distancias cuando de repente el joven perdió
algo de su aplomo y le preguntó: "¿Usted se acuerda quién
soy yo?", y Pellicer respondió, posando los cubiertos sobre el plato
a medio vaciar:
-¡Cómo no, joven, usted es el barón
de Humboldt!
Así con Pellicer, cada vez que lo encontraba surgía
la deliciosa tortura de ¿qué va a pasar, qué me dirá
hoy- ¡Trágame tierra! A veces gritaba a media explanada: "¡Princesa
de las estepas!" "¡Sobrina de Francisco Iturbe!" "¡Consoladora
de los mortales!" "¡Escritora con nombre de bailarina!", y otras
cosas que rompían con su sonoridad las ondas hertzianas.
Pero esa tarde de un 23 de diciembre, Pellicer en su casa
de Las Lomas, en Sierra Nevada, al lado de los helados que antes eran Chantilly
y ahora son Yom-Yom, se portó como el corderito de Dios, ese que
pone cada año en el nacimiento más famoso de nuestro país.
Las maternidades
Pellicer, ágil, fuerte y elástico, como
un tigre, irónico, tierno, advierte con su voz operística:
-Desde el año entrante voy a poner una maternidad,
porque en diez días he puesto cuatro nacimientos. Uno en la nueva
librería del Fondo de Cultura Económica, que dirige la señora
Alba Rojo. Los hice con las esculturas de los Hidalgo. Mi colección
es tan numerosa que aguanta cuatro nacimientos. Hoy terminé el nacimiento
del templo de San Lorenzo que hago desde hace 14 años, pero ese
es un nacimiento fácil que hago en cuatro horas, porque es pequeño.
El tercer nacimiento fue en una casa particular, pero es un secreto, porque
los dueños no quieren estar abriendo las puertas a cada rato (sonríe
su peculiar sonrisa de buen humor), y el mío, este que todos conocen
y para el que tengo la puerta siempre abierta. De dos a tres mil personas
lo ven durante las cinco semanas. Este nacimiento es el más complicado
de todos. ¡Mire, venga a verlo! Este año la música
es de Monteverdi y mañana voy a grabar el poema. Encima del pesebre
he puesto un ángel con un laúd, justamente por la música,
y la Virgen está acostada, porque así aparece desde los bizantinos
y sigue acostada en Giotto, en Simone Martini.
-¡Acostada y enojada!
-¿Por qué enojada, Elena?
-En Florencia, en la Galería de los Oficios, vi
a una Virgen de Simone Martini, hosca, el ceño fruncido, las comisuras
de los labios caídas del enojo ante el ángel de la anunciación
que le daba la noticia de que iba a ser la madre de Dios.
-¡Pero no a la hora del nacimiento, a esa hora no,
estoy seguro de que la Virgen estaba contenta! Yo me meto aquí a
este cubículo de madera y desde aquí dirijo las luces, pongo
el poema anual cada vez distinto. El musgo es de a de veras, también
las plantas. Yo le pido a la gente que venga de 7 a 9, pero en las noches
acabo rendido porque se va hasta muy tarde, a veces a las 12 de la noche.
Escuche lo que le voy a decir: este nacimiento es lo único importante
que he hecho en mi vida.
-¿Pero como va a ser lo único importante,
maestro, si usted es uno de los grandes poetas de América? Un cantor
de la tierra americana al lado de Neruda y César Vallejo; un hombre
que acomoda las piedras, las montañas y las nubes: las pone bocabajo,
nos voltea la cabeza al revés. ¿Cómo va a ser lo único
importante, si usted cargó las cabezas olmecas sobre su dorso de
atlante y acomodó las piezas precortesianas con sus grandes y poderosas
manos de hombre que tiende al monte? A ver, dígame maestro, ¿cómo
va a ser más importante el nacimiento?
-Insisto en que es lo único importante, porque
en él he logrado conjugar todas las artes: la arquitectura, la escultura,
la música y la palabra. Todo esto pasa en 22 minutos, a través
del cambio de luz, porque el nacimiento dura un día y una noche,
desde que salen las estrellas hasta que desaparecen en la blancura del
alba.
-¿A poco el nacimiento es mejor que Práctica
de vuelo o Subordinaciones o cualquiera de sus libros?
-Sí, criatura, sí. El poema tiene la desventaja
de que se queda, luego vienen los críticos y lo muelen con sus dientes
de tapir.
-¿Y a usted le importa eso?
-En realidad, no. Los museos tienen su desventaja: en
los museos se roban una pieza o los guías cuentan mentiras que yo
oigo desde un rincón, absolutamente empavorecido, o de pronto hay
un nuevo hallazgo que lo cambia todo. ¡Confusión! Todos los
conceptos deben renovarse o un personaje influyente, un político
o un diputado, llega y dice: ''Este collar de jade que tiene usted en el
aparador se lo quiero regalar a mi esposa" ¿Ve usted cómo
tengo razón? ¡Además, los pleitos con Petróleos
Mexicanos, qué pavor, criatura, qué pavor!
-¿De dónde le nació tanto amor por
los nacimientos?
-Mire, provengo de una familia revolucionaria y al mismo
tiempo cristiana. Mi padre fue coronel de la Revolución y siempre
estuvo del lado de Venustiano Carranza. Después del triunfo de la
Revolución, como era químico, lo nombraron jefe del departamento
de medicina de la Defensa. ¡Esto que le estoy contando me compromete
mucho, Elena, pero es que usted me da cuerda! En ese alto puesto se dio
cuenta que ciertas sustancias -la cocaína, el opio, la cannabis
índica, o sea, la marihuana- desaparecían gradualmente
y se dio cuenta quién era la persona que sustraía estos elementos
y solicitó la audiencia del ministro de Guerra y le dijo:
-Mi solicitud de audiencia es por este motivo, aquí
tiene las pruebas.
-La audiencia duró tres minutos y a los cuatro
días mi padre, el coronel Carlos Pellicer Marchana, fue dado de
baja... ¡Dado de baja del Ejército Mexicano!
-¡Pero qué ignominia! ¡Con razón
hay tanta marihuana ahora!
-Así fue. Todas estas cosas me marcaron mucho,
fomentaron en mí el repudio a la injusticia, a la arbitrariedad.
En una familia cristiana como la mía, se fomentaron siempre las
ideas socialistas; así es que yo crecí en un ambiente socialista,
en un vecindario que fue antes el de Catedral. Allí nació
mi hermano Juan. Mi casa era un centro de conspiración tremenda.
Por eso la Revolución es parte de mi vida, está dentro de
mí. Y el nacimiento. Lo he puesto toda la vida, salvo una vez que
Vasconcelos me dijo de pronto: ''¿Y si nos fuéramos a pasar
la navidad en Belén?''. ''Pues vamos''.
''Fuimos en tercera, porque no había cuarta, en
tren. A Vasconcelos le gustaba llegar una hora antes a la estación.
Si el tren partía a las seis, esperábamos a las cinco en
el andén. Aguardábamos en pequeño café de la
estación y recuerdo que una vez en Egipto, rumbo a Palestina (como
se le llamaba entonces), pedí en italiano unos cafés y unos
bizcochos y alguna otra cosa. En Alejandría había muchísimos
italianos entonces; los periódicos más importantes que se
editaban en Alejandría eran en italiano. Yo ordené el café
y la merienda. (Pellicer habla el italiano como cantante de ópera,
además del francés y el portugués.) El mesero nos
vio de los pies a la cabeza y nos dijo: ''Ustedes son meseros de la Cook.
''Es que nos vio tan amolados que se compadeció
de nosotros. Teníamos zapatos gastados y trajes raídos, pero
se hubiera caído para atrás si sabe que en la bolsa de su
saco, Vasconcelos traía un pasaporte de ex rector, ex diplomático,
ex secretario de Educación Pública...
-¿Y usted maestro?
-Yo tenía veinte años. ¿No son veinte
años más que ningún puesto público?
Vasconcelos, grande de nuestra América
-¿Y usted quería a Vasconcelos?
-Admiro a Vasconcelos como uno de los grandes de "nuestra
América", como nos enseñó a decir José Martí.
Vasconcelos impulsó la pintura mural, creó las misiones culturales,
le dio un nuevo sentido a la educación en México. Fue un
gran promotor. ¿Acaso el Ulises Criollo no es una de las
mejores novelas de nuestra época? ¡Qué pavor, criatura!
Vasconcelos escribió hace cuarenta años lo que los jóvenes
quisieran escribir hoy. Hago, naturalmente, excepción con dos escritores
que admiro no sólo por su temática, sino por la manera de
escribir: Rulfo y Arreola.
-¿Y volviendo a Vasconcelos, maestro?
-Recuerdo que un periodista de El Universal de
aquel entonces, Helguera, lo denostaba diariamente y en uno de esos ataques
denunció que Diego estaba pintando en los muros de la Secretaría
de Educación Pública hoces y martillos. Le pregunté:
"¿Qué va usted a contestar, don José?". ''¿Qué
voy a contestar? ¡Nada! Yo aquí estoy de paso. ¡Que
juzgue a Diego la posteridad!''. Vasconcelos tenía una gran categoría
intelectual, criatura.
-Maestro, ¿y por qué está usted tan
orgulloso de ser de Tabasco y lo dice a cada momento?
-Porque en Tabasco nació la cultura olmeca, la
cultura madre, de allí me viene a mí todo. ¡Lo
más maravilloso sobre la tierra es la cultura olmeca! ¡No
hay palabras para describirla! Mire usted esta fotografía de Tikal.
¡Setenta metros de altura! El templo de Tikal es el único
lugar donde el maya se decidió por lo gigantesco. El hombre es una
rayita ante estas pirámides.
Tenochtitlán y Pekín, las ciudades más
portentosas del siglo XV
-A mí me enseñaron en la primaria que los
europeos nos trajeron la cultura y me costó años darme cuenta
que nos trajeron su cultura, no la cultura, porque las ciudades
más grandes a fines del siglo XV y principios del XVI eran Tenochtitlán
y Pekín... ¡Cuánto no le debemos al padre Angel Garibay
K!, ¿verdad, Elena? Y a Miguel León Portilla, su continuador,
que nos ha dado la visión de los vencidos en La filosofía
náhuatl estudiada en sus fuentes y Trece poetas del mundo
azteca que a mí me interesaron particularmente, porque nos dio
los datos biográficos de cada uno de ellos. ¡Dígame
usted si no se puede hablar de un ciclo de cultura completa del México
antiguo con una ciudad como Tenochtitlán!... Petróleos Mexicanos
anunció que iba a perforar sus pozos en el centro ceremonial de
la ciudad olmeca, al norte de Tabasco, y entonces me traje a las orillas
de la ciudad, de Tabasco, todas las piezas que pude salvar, porque este
centro, como usted debe saber, fue la culminación de la cultura
olmeca. ¿Qué había en Europa en los años 1300
y 1400 antes de Cristo? ¿Había ese centro ceremonial tabasqueño
del siglo XIII y XIV antes de Cristo? No, no, no. Nuestra cultura es portentosa.
Los monumentos de La Venta son contemporáneos de Ramsés II
y Ramsés III. Este es el sincronismo con referencia a la cultura
egipcia. Por eso moví todas las piezas, las saqué de los
manos de los bárbaros petroleros, porque creo que la cultura olmeca
tuvo una proyección enorme de México a Centroamérica.
¡Por eso hice seis museos arqueológicos, m'hijita! Creo que
un mexicano no está completo si no sabe de dónde viene, si
no conoce su raíz primera. Por eso me puse a rescatar las raíces
de nuestro ser. ¡Uno no puede amar lo que no conoce, dice el pueblo!
Por eso yo he querido mostrar para que los mexicanos se amen a sí
mismos.
(Isabel, que le ha abierto la puerta a una señorita
de larga cabellera negra, le pregunta a Pellicer, quien se inclina frente
a ella: "maestro, ¿me reconoce?".
-Señorita, ¡cómo podría olvidarla
siendo tan hermosa!
¡Y en verdad es hermosa!
Continuará