Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de marzo de 2002
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Editorial
 
BUSH, PELIGRO PARA EL MUNDO

SOLAl recordar los mortíferos atentados terroristas perpetrados hace seis meses en Nueva York y Washington, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, externó una nueva exigencia al resto del mundo para que se una a su país en el combate al terrorismo internacional y a lo que denomina el "eje del mal", presuntamente integrado por Irak, Irán y Corea del Norte.

En su afán por denostar a un enemigo que ha resultado mucho más ubicuo, indefinido y fantasmagórico que la enorme capacidad de destrucción que se manifestó en los ataques del 11 de septiembre, Bush trazó un preciso e involuntario retrato de su propio gobierno: "Los hombres que no tienen respeto a la vida ?dijo? no deben controlar los últimos instrumentos de la muerte", y se refirió a quienes "usarían armas de destrucción masiva sin ningún remordimiento" y podrían provocar, con ello, "un caos mundial".

Si algo ha quedado claro tras la campaña militar estadunidense en Afganistán, en la que el gobierno de Bush arrasó lo que quedaba de un país que salía de dos guerras previas, es que el poder político de Estados Unidos está dispuesto a emplear su poderío bélico inconmensurable sin argumentación alguna, con una crueldad implacable y sin ningún escrúpulo moral. Si algo se ha hecho evidente después de esa incursión es que Washington desea llevar al mundo al caos de los conflictos bélicos sin más propósitos aparentes que reactivar su economía, hacerse con el control de regiones estratégicas y abrir nuevos mercados para su industria armamentista. Si una conclusión inequívoca puede extraerse de las recientes revelaciones de Los Angeles Times sobre los planes "de contingencia" de la Casa Blanca para atacar con armas atómicas a China, Rusia, Irak, Corea del Norte, Irán, Libia y Siria, es que el máximo peligro para la paz mundial es el gobierno encabezado por George Walker Bush.

Lo más grave de la circunstancia presente es que el aparato de intereses que se hace servir por la actual administración de Estados Unidos ha logrado anestesiar y seducir a más de 88 por ciento de la opinión pública de ese país y mantenerla uncida al embuste de la "guerra contra el terrorismo", a pesar de los dudosos saldos de la incursión en Afganistán: un gobierno integrista remplazado por una inestable coalición de mafias; un puñado de secuestrados de guerra, entre los cuales no figuran ni Osama Bin Laden ni el mullah Omar, ni ninguno de los presuntos cabecillas principales de Al Qaeda, ni ningún supuesto responsable intelectual de los ataques del 11 de septiembre; una cantidad incierta, pero voluminosa, de millones de dólares gastados, y varios miles de afganos inocentes masacrados por las bombas de Estados Unidos. Por doloroso y alarmante que resulte constatarlo, el vasto respaldo popular de que goza el gobierno de Bush huele a fascismo.
 

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