BUSH, PELIGRO PARA EL MUNDO
Al
recordar los mortíferos atentados terroristas perpetrados hace seis
meses en Nueva York y Washington, el presidente de Estados Unidos, George
W. Bush, externó una nueva exigencia al resto del mundo para que
se una a su país en el combate al terrorismo internacional y a lo
que denomina el "eje del mal", presuntamente integrado por Irak, Irán
y Corea del Norte.
En su afán por denostar a un enemigo que ha resultado
mucho más ubicuo, indefinido y fantasmagórico que la enorme
capacidad de destrucción que se manifestó en los ataques
del 11 de septiembre, Bush trazó un preciso e involuntario retrato
de su propio gobierno: "Los hombres que no tienen respeto a la vida ?dijo?
no deben controlar los últimos instrumentos de la muerte", y se
refirió a quienes "usarían armas de destrucción masiva
sin ningún remordimiento" y podrían provocar, con ello, "un
caos mundial".
Si algo ha quedado claro tras la campaña militar
estadunidense en Afganistán, en la que el gobierno de Bush arrasó
lo que quedaba de un país que salía de dos guerras previas,
es que el poder político de Estados Unidos está dispuesto
a emplear su poderío bélico inconmensurable sin argumentación
alguna, con una crueldad implacable y sin ningún escrúpulo
moral. Si algo se ha hecho evidente después de esa incursión
es que Washington desea llevar al mundo al caos de los conflictos bélicos
sin más propósitos aparentes que reactivar su economía,
hacerse con el control de regiones estratégicas y abrir nuevos mercados
para su industria armamentista. Si una conclusión inequívoca
puede extraerse de las recientes revelaciones de Los Angeles Times sobre
los planes "de contingencia" de la Casa Blanca para atacar con armas atómicas
a China, Rusia, Irak, Corea del Norte, Irán, Libia y Siria, es que
el máximo peligro para la paz mundial es el gobierno encabezado
por George Walker Bush.
Lo más grave de la circunstancia presente es que
el aparato de intereses que se hace servir por la actual administración
de Estados Unidos ha logrado anestesiar y seducir a más de 88 por
ciento de la opinión pública de ese país y mantenerla
uncida al embuste de la "guerra contra el terrorismo", a pesar de los dudosos
saldos de la incursión en Afganistán: un gobierno integrista
remplazado por una inestable coalición de mafias; un puñado
de secuestrados de guerra, entre los cuales no figuran ni Osama Bin Laden
ni el mullah Omar, ni ninguno de los presuntos cabecillas principales de
Al Qaeda, ni ningún supuesto responsable intelectual de los ataques
del 11 de septiembre; una cantidad incierta, pero voluminosa, de millones
de dólares gastados, y varios miles de afganos inocentes masacrados
por las bombas de Estados Unidos. Por doloroso y alarmante que resulte
constatarlo, el vasto respaldo popular de que goza el gobierno de Bush
huele a fascismo.