Soledad Loaeza
Vendetta tabasqueña
En los estados muchos pensarán que los defeños nos tenemos bien merecido el gobierno de la ciudad al que con duras penas sobrevivimos día con día. Uno hubiera pensado que con la descentralización política y el ascenso de la política local de los últimos diez años, los capitalinos podríamos disfrutar de la indiferencia del resto del país y ocuparnos de nuestra ciudad sin tener que atender los asuntos de otros, como lo hacen los regiomontanos que tratan sólo aquello que tiene que ver con Monterrey; los tapatíos, que están inmersos en sus propios temas, o los habitantes de Cancún, que concentran sus energías en su ciudad, si acaso sólo se involucran en su estado, y es posible que en ocasiones busquen enterarse de lo que ocurre en la península. Sin embargo, el comportamiento del Gobierno del Distrito Federal hace temer que Andrés Manuel López Obrador no sea el heraldo de las virtudes de su patria tabasqueña en esta ciudad de pasado priísta y devaneos panistas, sino que es en realidad un cruel instrumento de la hostilidad de los estados hacia la capital de la República. Si así fuera, entonces la presencia de López Obrador entre nosotros sería el resultado de una aterradora conspiración de quienes en los años ochenta proponían: "Haz patria, mata un chilango". ƑCómo explicar, si no, la determinación de convertir al Distrito Federal en la ciudad más fea y descuidada del país, mientras Puebla, Morelia o Oaxaca, cuyas calles centrales son amorosamente barridas y regadas cada mañana, se han visto también liberadas del comercio ambulante?
Sólo un poderoso ánimo de venganza podría llevar a López Obrador y sus huestes a cultivar los espectaculares que se reproducen como champiñones en torno al Periférico, desde donde se le vienen encima a todo capitalino que atraviesa lentamente esta "vía rápida"y que dispone de horas para medir la profundidad de las reflexiones que se hacen las clientas del Palacio de Hierro. Frases como "una mujer no sabe lo que necesita hasta que lo ve puesto en otra", seguramente forman parte del satánico plan de destrucción de los defeños, que a fuerza de leerlos y releerlos, sufriremos la disminución de nuestro nivel cultural, nos volveremos completamente idiotas y tendremos una filosofía de la vida "toda Palacio".
Si el Gobierno del Distrito Federal sintiera alguna simpatía por los habitantes de la ciudad y por la ciudad misma, entonces quizá pondría algún empeño en resolver el problema del transporte público ampliando la red del Metro, aumentando el número de vagones y de autobuses. En lugar de eso, la ciudad vive bajo el terror de la "banda de los microbuses asesinos" que cual guardia pretoriana mantiene a sus habitantes paralizados frente a cualquier acto de autoridad o de cualquier especie. Sus acciones sólo se añaden a las de asaltantes que se pasean en motocicleta por el gran estacionamiento que es el Anillo Periférico durante la mayor parte del día, amagan a los conductores para que abran la puerta del vehículo al que se suben, despojan de relojes y carteras a los ocupantes, luego se bajan y pasan al coche de atrás, y así sucesivamente hasta que se cansan. Operaciones en serie que ejecutan con toda parsimonia. Total, ni quién se mueva en ese embotellamiento.
Si López Obrador quisiera a los defeños y al Distrito Federal pondría a trabajar a funcionarios creativos e imaginativos para que diseñaran vías alternas al Viaducto y al Periférico, en lugar de insistir en un segundo piso sobre ellos, que es hoy nuestra mayor pesadilla. Sólo su construcción evoca visiones dantescas de embotellamientos, atorones, desviaciones, como si no supiera lo que significa quedar clavado en un vehículo dos horas en el tráfico, en un día "normal", para cruzar una distancia de menos de diez kilómetros. Siempre y cuando no llueva. A menos de que su mefistofélico plan incluya destruir todo rastro de civilización en el Distrito Federal, promoviendo comportamientos descontrolados entre habitantes enloquecidos por un medio adverso. En lugar de prometernos un futuro mejor, el jefe de Gobierno envía a su cada vez más desencajada representante -la señora Sheinbaum- a defender el segundo piso, que no convence a nadie (salvo a 5 por ciento del electorado que votó en el así llamado referéndum), porque lo único que sus respuestas evocan en los habitantes de la capital son momentos peores que los que vivimos cuando Carlos Hank -antecesor de López Obrador que tampoco era defeño- se empeñó en construir los ejes viales y reproducir aquí la cuadrícula de Los Angeles.
La provincia siempre ha mirado con desconfianza a la capital de la República. Para los jefes de la revolución de 1910 era la sede del porfiriato y el símbolo de la dictadura; para los democratizadores del último tercio del siglo xx el Distrito Federal era un conglomerado de burócratas, un enjambre de zánganos que vivía del gobierno, y como éste a su vez explotaba a la provincia, los capitalinos no éramos más que una carga. Si miramos lo que el gobierno de la ciudad nos ha hecho en los últimos meses y nos piensa hacer en el futuro, entenderemos que no fue gratuito que la felicidad de los capitalinos haya quedado en manos de un residente del estado de Tabasco. Llevamos meses tomando té de tila, como nos lo recomienda una y otra vez el jefe de Gobierno, pero ni así logramos disipar nuestras sospechas de que caímos en una trampa, mientras él quedó instalado en un trampolín.