Olga Harmony
La moneda de oro
En uno más de los diálogos imposibles logrados a través de la parasicología a la que es tan afecto el autor, Ignacio Solares enfrenta a un Sigmund Freud muerto hace 30 años con un Carl G. Jung, entonces vivo pero retirado y envejecido según cuenta Clara, un personaje ficticio, en el primer aniversario del fallecimiento del segundo. Clara, una adinerada histérica ofrece una supuesta conferencia ante la Sociedad Sicoanalítica en 1970, en la que relata sus recuerdos de ambos, de la que se dice paciente y fiel ayudante de Jung en su torre de Bollingen, donde transcurrieron los últimos años del creador de los tipos sicológicos y la teoría del inconsciente colectivo. Poco a poco la presencia de Clara se va diluyendo, cuando narra la aparición fantasmal de Freud que viene, pleno de bonhomía, a ofrecer a Jung unos supuestos apuntes en los que acepta el ocultismo, antes de que se inicie una disputa con final abierto para el texto dramático y la inventada conferencia.
De inmediato surgen todas las dudas posibles. Es bien cierto que Freud en algún momento se interesó por la telepatía (a partir de su experiencia con la paciente de la moneda de oro del título de la obra de Solares, en que advierte comunicación telepática entre madre e hijo) e incluso escribió acerca del tema, pero por su inquietud intelectual que le impedía negar algún hecho y pronto relegó los experimentos que hizo con su hija Ana y su discípulo Sándor Ferenczi por temor de que se pudiera caer en el ocultismo. En sus escritos posteriores siguió sosteniendo su postura agnóstica -que lo llevó a no participar en el sionismo por los orígenes religiosos de éste- e incluso, a los 80 años, habló de la muerte como el tránsito al no ser. No cabe en este contexto su aparición fantasmal a Jung para darle la razón en cuanto a la parasicología.
Tampoco es entendible su amistosa actitud del principio ante el discípulo renegado, quien todavía en 1934 -a un año de que sus libros fueran quemados en las hogueras nazis de Alemania- escribió el despectivo ensayo Sigmund Freud como fenómeno en la historia de la cultura. Ni, mucho menos, que le perdonara su acercamiento al nacionalsocialismo que le había costado emigrar al extranjero y la vida de sus familiares: no cabe en quien, en una anécdota que parece ser verdadera, se negara a tomar el dinero para emigrar que le ofreciera el hijo de Franz Riklin (al parecer en su nombre y el de Jung) con la demoledora frase: ''Me niego a estar agradecido a mis enemigos".
Todas estas dudas se disipan cuando se sabe que Ignacio Solares es todo menos un autor ingenuo que tuerce los hechos para que quepan en una tesis acerca del ocultismo. En su texto, y en un acierto del montaje, se nos dan pistas. La esencial es que mientras a Jung se le presenta como el enjuto anciano en que se convirtió el que fuera robusto modelo germánico, Freud aparece en el vigor de su madurez, no como el lastimadísimo viejo comido por un cáncer bucal que le obligó a usar prótesis que casi le impedían el habla a los 83 años que tenía al morir. Preguntarse si los fantasmas se aparecerían o no como estaban en el instante en que esa alma, en la que Jung creía y de la que Freud descreía, se separa del cuerpo, es la clave para entender el propósito real del dramaturgo. En efecto, vemos al viejo Jung que recuerda Clara y al maduro Freud que recuerda Jung y entonces entendemos que ese Freud que llega a darle la razón al antiguo discípulo es una alucinación de éste, que lo ve como quisiera haberlo visto, aceptando todas sus teorías. Y, por otra parte, es el Freud que Clara conoció en la juventud de ella y la madurez de su analista.
En una escenografía funcional en cuanto a los espacios, sobre todo a los dos planos del retiro de Jung, pero poco afortunada por su excesiva ornamentación, Antonio Crestani mueve a sus actores con un trazo muy limpio, aunque haya evidentes fallas en la actoralidad de su elenco. Mónica Serna es la actriz irremediablemente exterior y falsa que siempre ha sido; Miguel Solórzano parece hacer una falsa copia de Ricardo Blume (quien ya parece haber prefijado la imagen freudiana en nuestros escenarios, aunque otros actores como Augusto Benedico lo interpretaran hace años), pero sin el talento de éste y hasta el buen actor que es Jorge Avalos resulta inconvincente como Jung.