LOS ULTRAS DEL LIBRE MERCADO AL ATAQUE
En
Barcelona, la capital catalana donde se realiza la cumbre de la Unión
Europea bajo la presidencia de José María Aznar, los 15 miembros
están divididos en tres bloques. Por un lado se alinean los ultras
del libre mercado, dirigidos por el anfitrión español, que
tiene un pasado franquista y que está secundado por Silvio Berlusconi,
el hombre más rico de Italia, a su vez apoyado por fascistas y bajo
diversos procesos por fraude y corrupción; así como por Tony
Blair, el más firme aliado de Washington en Europa.
Por otro lado se alinean los gobiernos de Francia y Alemania,
dirigidos por socialistas, que son blanco de ira y de la ofensiva de Italia
y España en particular. En medio están los oscilantes, que
no pueden secundar al ex falangista y al caballero de industria italiano
en una ofensiva contra lo que queda del estado del bienestar, verdadera
base fundadora de la unidad europea, ni contra un mundo laboral que aún
conserva fuerzas importantes. Porque eso es lo que está en juego:
lo demostró, en la inauguración de la cumbre, una manifestación
sindical de repudio que contó con más de 150 mil trabajadores
que reclamaron una Europa más social y protestaron contra los nuevos
intentos de "flexibilización" laboral (léase ataque contra
las leyes protectoras del trabajo).
Mientras Berlusconi, con la "fineza" que lo caracteriza,
declaraba al respecto que "los sindicalistas son turistas profesionales"
para los cuales "cualquier ocasión es buena para irse de fiesta"
y mantiene en su país un proyecto de ley antisindical y antilaboral
(dictada por la confederación de los patrones italianos que le hará
enfrentar una huelga general nacional), Aznar se reunía con los
presidentes de las patronales de los 15 países, organizados en la
UNICE (la patronal europea) y lanzaba allí un ataque contra los
socialistas (no sólo de España sino de toda Europa) y en
favor de la llamada liberalización del mercado de la energía
eléctrica (que en Francia es estatal) y por la desregulación
salarial.
Hay que tener en cuenta que los tres paladines de sus
respectivas cámaras patronales son también las tres puntas
de lanza en Europa de la política de Washington, que en estos momentos
se enfrenta con la oposición socialista europea no sólo por
los impuestos proteccionistas al acero implantados por George W. Bush,
sino también por las amenazas de guerra atómica contra países
clientes de Europa.
De modo que la camarilla de ultras del libre mercado trabaja
de modo no muy oculto para imponer una relación subordinada de la
UE respecto a Estados Unidos. No deja de ser una paradoja que al proponer
la privatización de Electricité de France, que tiene un excelente
servicio, olviden lo que pasó con la privatización eléctrica
en California y la relación entre Enron, declarada en quiebra, y
el presidente Bush.
El primer ministro Lionel Jospin, que enfrenta las elecciones
generales en Francia, declaró que defenderá el "servicio
público", es decir los intereses de los ciudadanos propietarios
de la electricidad frente a los monopolios que pretenden apoderarse de
ella. Además, esa nación advirtió que su energía
eléctrica es una de las más baratas y descansa sobre la energía
atómica, de manera que los ciudadanos temen que las empresas privadas
no sean capaces de mantener la seguridad de las fuentes nucleares. De modo
que difícilmente la cumbre de Barcelona, a pesar de los vientos
sociales ultraconservadores que soplan por Europa, podrá imponer
la voluntad de los gobiernos de derecha peninsulares contra la de los dos
pilares de la UE, Francia y Alemania. Sin embargo, la discusión
debe sonar como campanada de alerta y arroja intensa luz sobre todas las
palabras pronunciadas en la otra cumbre, la de Monterrey.