Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 19 de marzo de 2002
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Espectáculos

ANDANZAS

Colombia Moya

Moulin Rouge en competencia

DESPUES DEL RUIDO que la película Moulin Rouge armó en su competencia por obtener alguno de los premios más codiciados de la industria Hollywoodense, nos parece interesante hacer notar algunas cosillas cuyo tratamiento en el filme de Baz Luhrman, son dignas de señalar. Resalta un pujante espectáculo trasquilado constantemente por un ágil edición que por momentos nos deja con las ansias de ver... los fabulosos bailes que un no menos espectacular grupo de ejecutantes desarrolla durante la mayor parte de la historia.

ESTE TRATAMIENTO, YA lo conocemos, pues la dinámica del movimiento, de la danza en sí, en esta película musical indiscutiblemente es sacrificado para producir un efecto de acción y agilidad menos formal que el espectáculo tal cual, amén de disimular, como ha ocurrido mil veces, la falta de pericia y hasta conocimiento de la danza de las estrellas, en este caso, la bella australiana Nicole Kidman.

DE ESTE MODO, la obra, que intenta revivir el cantare, ballare y actuar de las película maravillosas de los años treinta y los cincuenta, emplea una alucinante cantidad de secuencias a toda velocidad que aumenta nuestro ritmo cardiaco, pero poco nos deja ver, pues hay muy breves escenas en las que un baile, o "cuadro" completo, se puede apreciar. Todo se concentra en la hermosa Nicole, quien aguanta close up como nadie, pues posee un rostro privilegiado para ello, que no deja de aprovechar el director, productor y guinista, Baz Luhrman. El intento de un musical moderno no hace palidecer aquellas formidables secuencias de Buzz Berkeley, que aun en blanco y negro movía cientos de bailarinas y bailarines en un caleidoscopio extraordinario de aprovechamiento de los recursos cinematográficos y coreográficos, tantas veces estelarizados por Ginger Rogers y Fred Astaire. En este renglón, a la danza se le da lo que se merece, a la actuación lo que le corresponde, logrando un equilibrio justo y portentoso de esta mezcla de disciplina "a la antigüita", y que aún se respetó y explotó mucho en los años cincuenta, en la época dorada de las películas musicales, o de danza, como las zapatillas rojas con la inolvidable Moira Shearer.

LA PROPUESTA DE cine musical de Luhrman decididamente no nos convence porque sentimos por breves segundos el enorme desperdicio de las coreografías de John O'Conoll y sus extraordinarios bailarines, con inmensas ganas de devorarse la cámara, y que desde nuestro punto de vista hubieran enriquecido esta atmósfera de frenética y voragine que en su tiempo causó el can-can, baile pecaminoso y prohibido que sólo en Montmartre, cuartel de artistas y librepensadores, se podía encontrar en toda su arrolladora vitalidad.

Mezcla musical de rock contemporáneo


PARA LUHRMAN, LA mezcla musical de rock contemporáneo de artistas como Madonna, Sting, Massive Attack, Bowie, etcétera, con el universo de Toulouse-Lautrec, pintor inmortal del Moulin Rouge, la Goulue, Jane Avril, la célebre bailarina que con su enloquecido can can puso de cabeza el París de finales del siglo XIX, fue más interesante que resaltar de algún modo la profunda, densa y creativa personalidad de Lautrec, el campeón del ajenjo, a quien el director expone como un enano bufón, insignificante y distorsionado. Cosas que se permite Hollywood en este intento por incursionar y proponer una nueva forma de hacer musicales cinematográficos mediante el hilo conductor de una triste y vieja historia de amor, en la que éste vence el hambre de diamantes de Satine, la cortesana más codiciada y cara de aquel burdel con espectáculo, champaña, ajenjo, mucha vida y color, como una material girl, sucumbiendo ante la libertad del amor verdadero, como sucede en la Bohemia, la Dama de las Camelias etcétera, etcétera.

EN SUMA, TODO el esplendor, escenarios siempre brillantes y espectaculares de la película no son suficientes para la resurrección del musical cinematográfico simplemente porque no se respetan sus leyes principales, como son saber cantar y bailar en el más alto nivel, cosa que todo el vértigo esquizoide de las cámaras ni la parafernalia escenográfica pueden suplir. Así, la coreografía de cámaras, por buena que sea no logra engañar a los conocedores de lo que pudiera hacerse en un binomio de tal naturaleza en el que se pueden alcanzar efectos y latitudes insospechadas.

POR ULTIMO, EL Globo de Oro ganado por Kidman como mejor actriz, qué bueno por ella, más evidentemente no por bailarina, ya que en realidad quien la hizo bailar fue Jill Bilcock, premiado por el American Film Institute en 2001, como mejor edición, y Craig Amstrong por mejor composición musical por la British Academy, entre otros premios, sin que ninguno se concediera, injustamente, al coreógrafo, John O'Conoll, pues mover todo su contingente de bailarines, que aparece casi todo el tiempo en pantalla, representó, sin dudarlo, un gran trabajo con el director, que una vez más ha sido pasado por alto en una antigua discriminación y desconocimiento del potencial de la danza en el cine que muy pocos directores cinematográficos han logrado comprender y sentir.

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