Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 21 de marzo de 2002
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Mundo

El gobierno de Chávez enfrenta una contrarrevolución, afirma The Economist

Reformas que hirieron sus intereses unieron a la desperdigada oposición en Venezuela

Vive el país horas decisivas: los desplazados del poder apuestan a la carta del golpe militar

LUIS BILBAO ESPECIAL PARA LA JORNADA

Caracas 20 de marzo. El presidente Hugo Chávez salió airoso de una difícil prueba de fuerza planteada por la conducción del sindicato petrolero. Este desenlace coyuntural, sin embargo, no define una batalla crucial cuyo desenlace bien puede definir la suerte de su gobierno. Porque lo que realmente está en juego es la relación en el mediano y largo plazos del Poder Ejecutivo con el conjunto de los trabajadores, y específicamente con aquellos de las áreas más avanzadas de la producción: petróleo, acero y electricidad.

Llegado al poder en 1998 con masivo respaldo popular, con apoyo en importantes franjas de las fuerzas armadas y prácticamente todos los partidos del centro a la izquierda, el presidente venezolano careció y carece todavía de un partido con suficiente fuerza y coherencia para acometer la ciclópea tarea de desmontar el antiguo régimen y consolidar la nueva República Bolivariana de Venezuela. Esto ha cargado todo el peso de la relación con las masas sobre sus propios hombros. Hasta ahora, en el largo periodo que le tomó a los antiguos ejes del poder recuperarse del golpe letal recibido en las elecciones de diciembre de 1998 y redoblado en cada una de los cinco comicios subsiguientes que dieron vuelta como un guante la institucionalidad del país, los rasgos particulares de Chávez, su facilidad para transmitir ideas y esperanzas, fue suficiente para mantener a raya a la oposición.

Eso cambió desde el 5 de noviembre pasado. Según explica Allan Brewer a La Jornada, él y otro conspicuo integrante de la elite caraqueña, Maxim Ross, ambos ajenos a las estructuras partidarias tradicionales -Acción Democrática y Copei- convocaron a los restos dispersos de la oposición, que desde esa fecha comenzó a reunirse formalmente cada lunes. Un mes después, ocurrió el paro del 10 de diciembre, promovido públicamente por el nucleamiento empresario Fedecámaras y la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV). El poderoso motor de ese intento de recomposición fue la aprobación de un paquete de leyes entre las cuales sobresalían las que apuntan a una reforma agraria, a la defensa y control por el Estado de las riquezas del subsuelo y el control de la pesca marítima. Chávez daba con ellas un paso decisivo en su ofensiva estratégica. Y en ese punto, aquella reunión y esta manifestación pública, de notable alcance, trazaron una línea en el curso de la "revolución bolivariana". Fue, para utilizar la expresión del semanario inglés The Economist, "el nacimiento de la contrarrevolución". Ante el desafío, Chávez declaró a este periodista el 13 de diciembre que "no habrá transacciones con los escuálidos" (así llama a la oposición, cuando no apela al más conocido término de "oligarquía").

Sociedad fracturada

Desde entonces no hubo tregua de uno u otro lado. Alentado por su impulso inicial, el bloque opositor anunció movilizaciones para el 4 de febrero (décimo aniversario del levantamiento militar liderado por Chávez) y una huelga general de 72 horas para el 18 de marzo. La lucha frontal mostró a una sociedad fracturada en dos partes; desiguales cuantitativa y cualitativamente, pero irreconciliables. Es lo que en otros tiempos se denominaba "lucha de clases". Y que al parecer, pese a los responsos cantados en varios idipresident_chavez_933omas y con diferentes entonaciones, no estaba tan muerta como se supuso.

Como quiera que sea, el hecho es que Chávez avanzó con celeridad sobre sus propósitos. Eso se manifestó en diferentes planos, paralelos a la aplicación inicial de las leyes aprobadas: hubo cambios de ministros, se constituyeron formalmente los círculos bolivarianos (en un imponente acto de masas el 11 de enero) y se formó un Comando Político de la Revolución, integrado por todos los partidos y organizaciones que apoyan al gobierno, por gobernadores y alcaldes oficialistas y por el propio Chávez.

La oposición no fue a la zaga y apeló a la movilización callejera. En una impar disputa por las calles, Chávez llamó también a sus bases y se produjeron desde entonces imponentes manifestaciones: observadores objetivos calculan que más de un millón y medio de enfervorizados hombres y mujeres fueron a apoyar al presidente el 4 de febrero, mientras a escasa distancia la oposición reunía unas 200 mil personas. El 8 de marzo se repitió el desafío en ese terreno. En esta ocasión la oposición apeló a las mujeres y el gobierno volvió a convocar a las masas. La movilización opositora fue significativa, pero empalideció ante la cantidad y la combatividad de los partidarios de Chávez.

Paralelamente, comenzaron a aparecer individualmente oficiales de las fuerzas armadas proclamando su repudio al presidente y exigiendo la renuncia, una demanda multiplicada por la prensa mundial que por algunas semanas logró el objetivo de transmitir la idea de que Chávez estaba al borde de una sublevación que lo derrocaría. El impacto extraordinario de esa campaña, particularmente efectiva en América Latina, se transformó sin em-bargo en su contrario cuando al correr de los días y semanas la sublevación militar lejos de verificarse, desapareció de los titulares y se redujo a "informes ultraconfidenciales" susurrados a los oídos de los corresponsales de prensa extranjera.

Tal parece que esa sucesión de pruebas de fuerzas obraron de manera diferente en ambos campos. Todos los movimientos perceptibles en el oficialismo indican definiciones más netas por parte del presidente, fortalecimiento de las instancias de base y un lento y controvertido avance en la homogeneización de fuerzas mediante el Comando Político de la Revolución. Ese proceso incluye la deserción de algunas figuras, como la del diputado Pablo Medina, quien abandonó individualmente su partido Patria Para Todos (PPT) mientras la otra figura dirigente de esa organización, Aristóbulo Izturiz, asumió co-mo ministro de Educación. El PPT resolvió de este modo una prolongada ambivalencia, fenómeno en curso igualmente en el Movimiento al Socialismo (MAS).

Las filas de la oposición, en cambio, perdieron ímpetu a medida que volvieron a predominar sus divisiones internas. "No se lo-gra que partidos y organizaciones depongan posiciones personales e intereses individuales", dice Brewer. "Sienten la gravedad del momento, pero..." La gravedad del momento, según el ex senador y reconocido intelectual del establishment, consiste en que el gobierno avanza rápidamente hacia el autoritarismo y la dictadura, lo cual afirma la certeza de que "Chávez debe ser derrocado". Pero fallados por el momento la instancia de rebelión popular y el recurso de un golpe militar, se apela ahora a un punto débil en el esquema de fuerzas del presidente: el movimiento obrero.

En términos concretos, el movimiento sindical organizado es una parte ínfima de la clase trabajadora: sólo 12 por ciento de los asalariados está afiliado a algún sindicato. No obstante, la cúpula sindical -tradicionalmente asociada a Acción Democrática (fuerza socialdemócrata que por esa vía tiene amplios respaldos en la Internacional Socialista y en la Organización Internacional del Trabajo)- tiene una fuerza que los partidarios de la revolución bolivariana no han podido superar.

El llamado a la huelga de los petroleros, preparatoria de la huelga general por tiempo indeterminado que debía desatarse el 18 de marzo, era por tanto una prueba mayor para Chávez. Si una parte considerable de los obreros petroleros se alineaba con la CTV en respaldo a la cúpula técnica de la empresa, fuerza de choque para impedir la profunda restructuración encarada por el gobierno, acataba el llamado a la huelga, Chávez se hubiese encontrado en la imposible situación de tener que tomar medidas extremas para garantizar la producción petrolera, chocando con una manifestación obrera y argumentando en favor de un gobierno que se proclama defensor de los trabajadores y el pueblo.

Tiene particular interés observar los he-chos de la semana pasada en ese terreno: pese a que las fuerzas oficialistas son débiles e inarticuladas en los gremios en general y en las filas petroleras en particular, fueron vanos los esfuerzos de la dirigencia sindical de asociar su propósito con demandas salariales y lograr el respaldo de las bases. Más aún, la propia jerarquía técnica se fracturó y una visible mayoría hizo pública su oposición al paro. Así, el intento fracasó y además de abrir camino para la restructuración de PDVSA, arrastró la idea de una huelga general por tiempo indeterminado. Extraoficialmente la dirigencia de la CTV hizo saber que pospuso la fecha "para la primera semana de abril, aunque tal vez, por los problemas de Semana Santa, se pase a la segunda semana de abril".

Pasado que pugna por volver

No se trata de sacar conclusiones tajantes. En medio de estos dos grandes bloques confrontados de modo ciertamente irreversible, oscila una importante masa social compuesta por muy diferentes estratos, que no quiere volver al pasado, no está dispuesta a salir a la calle contra el gobierno, pero expresa un grande y creciente descontento y no acaba de saber hacia dónde ir.

Mientras tanto, el reducto más sólido de la oposición está en los medios de difusión. Es-te corresponsal no registra antecedente alguno de una militancia tan virulenta, agresiva, ofensiva y machacante como la que se ejerce por conducto de la totalidad de la prensa escrita y todos los canales de televisión, con excepción del canal oficial. En ese terreno, la oposición tiene una supremacía incontestable aunque camina sobre un piso resbaladizo: es imposible acusar al gobierno de autoritarismo y ataques a la libertad de expresión cuando se asiste a semejante espectáculo.

Desde esa tribuna se alientan por estas horas dos nuevos paros: de los maestros y de los médicos. Estos últimos anuncian una huelga general por tiempo indeterminado a partir del lunes 18. La ministra de Salud, María Urbaneja, dijo enfáticamente a La Jornada que éste es un paro político, impulsado por el centro opositor y que tiene además el propósito de frenar la nueva ley integral de salud. Adelantó también que no habrá tal huelga general por tiempo indeterminado, porque una mayoría del cuerpo mé-dico respalda, pasiva o activamente, la política que ha comenzado a aplicarse desde el Ejecutivo. Como prueba de la naturaleza del conflicto en curso, el presidente del Seguro Social, Edgar González, encabezó la conformación, el pasado sábado, de 250 círculos bolivarianos, integrados por unas 2 mil 500 personas, en esa área. "Es parte de nuestra estrategia política", declaró.

ƑHacia dónde se desliza entonces esta situación de máxima tensión? Tras los resultados adversos obtenidos con la movilización de masas, que generó una réplica de mayor masividad y politización en las filas oficialistas, la oposición descarta ahora la posibilidad de que Chávez renuncie bajo presión; la carta militar, siempre en la man-ga, no cae sobre la mesa; la huelga general por tiempo indeterminado se pospone. Pero la virulencia arrecia y la oposición, presente en todos los estamentos del aparato del Estado, se propone desde allí fomentar la ingobernabilidad práctica, tema que repercute aumentando el malestar de grandes sectores de la población.

"La huelga general no se improvisa", explica Brewer, desencantado con el curso de fragmentación vivido por el bloque opositor tan exitosamente impulsado por él y un grupo de amigos en carácter, dice, de "facilitadores". ƑSe marcha entonces a una guerra civil? "No, responde Brewer: para que la haya tiene que haber dos bandos. Todavía estamos en el desierto. La recomposición de la oposición va a tomar tiempo". Resta observar qué hará el presidente Chávez en ese plazo.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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