MONTERREY 2002
El comandante argumentó "situación especial creada por su participación" en el acto
Orilló Fox a Castro a dejar la cumbre; Bush llegó más tarde
Alarcón sustituye al presidente cubano Relaciones Exteriores niega presión de Washington
BLANCHE PETRICH, ROSA ELVIRA VARGAS, GEORGINA SALDIERNA Y J. M. VENEGAS ENVIADOS
Monterrey, NL, 21 de marzo. El presidente cubano, Fidel Castro, denunció que "una situación especial" creada por su participación en la cumbre de Monterrey lo obligó a regresar "de inmediato" a La Habana y a delegar en el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón, las prerrogativas que a él le corresponden como jefe de Estado en el encuentro internacional.
En la sala de plenarios cesó el usual murmullo que suele ser telón de fondo de la maratón de discursos en este tipo de reuniones. De la delegación estadunidense se había ausentado media hora antes el embajador John Dimitri Negroponte. En el sitio de México escuchaban los panistas Diego Fernández de Cevallos y Felipe Calderón. El canciller mexicano, Jorge G. Castañeda, no estaba en ese momento en la sala.
Castro planteaba: "Espero que no se le prohíba a Alarcón participar en ninguna actividad oficial a las que tiene derecho como jefe de la delegación cubana y como presidente del órgano supremo del poder del Estado en Cuba".
Agradeció y bajó del presídium con gesto grave. Salió del recinto en medio de una ruidosa aglomeración de reflectores, periodistas y curiosos. Con los 20 segundos que el líder cubano se "robó" de su turno ante el micrófono, le puso palabras a las presiones que suelen producirse en estas reuniones y que siempre se niegan y disimulan.
No transcurrió demasiado tiempo antes de que la noticia saliera al aire y con ella las distintas interpretaciones, entre ellas la más citada: que el presidente George W. Bush había condicionado su asistencia a la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo a que no estuviera en ningún momento en su presencia el líder cubano. Una breve declaración, un día antes, de la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, adquiría un nuevo sentido: "No se sorprendan -había dicho la funcionaria- si en Monterrey no se cruzan los caminos de Bush y Castro".
Demasiados sinónimos
Nuevamente se hablaba del papel de la Secretaría de Relaciones Exteriores jugando cartas en favor de Washington y contra La Habana. El canciller Jorge G. Castañeda desmentía en todos los tonos posibles: "No, no hubo ninguna presión, influencia, gestión, solicitud, sugerencia, insinuación. Si tuviera mi diccionario de sinónimos seguiría pero de memoria no se me ocurren muchos más. No hubo ninguna presión -repitió el canciller- por parte de ningún sector de Estados Unidos o de sus colaboradores más cercanos".
El vocero presidencial, Rodolfo Elizondo, también se hizo ver por donde hubiera micrófonos para negar lo mismo. Sobre la "situación especial" que llevó a Castro a abandonar la cumbre, respondía: "Pregúntenle a él".
Lo mismo decía el líder parlamentario Ricardo Alarcón en conferencia de prensa a la pregunta de si Bush habría amenazado con no venir si estaba Castro: "Pregúntenle a Bush. Pregúntenle a Condoleezza".
Claves de la salida
Las claves de la partida de Castro y lo que hay detrás pueden estar en la bitácora de lo que ocurrió en Los Pinos y Tlatelolco entre la noche del martes 19 y la madrugada del miércoles 20. El 19 el fax procedente del gobierno en La Habana confirmando al fin la asistencia de Castro llegó a la oficina de la Presidencia de la República a las 21 horas. Fox y el canciller fueron notificados. Presidencia decidió emitir antes de medianoche un boletín de prensa haciendo el anuncio. Correspondía a la SRE hacer los movimientos necesarios ante el Estado Mayor Presidencial para los preparativos. Nada se hizo.
El miércoles se comentaba ya que la visita del mandatario cubano sería de "pisa y corre". Y que se iría antes de la plenaria.
Ya sentado, durante la primera parte de la plenaria matutina, Fidel Castro jugaba con la curiosidad reporteril.
-ƑSe va a quedar toda la conferencia, comandante?
-Espera mi discurso; espera y verás.
Quizá fue la efeméride o tal vez hubo otra intención, pero en el discurso inaugural el presidente Vicente Fox habló del "respeto al derecho ajeno es la paz", una de las frases favoritas de todo cubano, "que constituye también uno de los principios en que se sustenta la convivencia entre nuestros pueblos".
Alarcón, excluido de encerrona
La partida de Castro no sólo puso al descubierto la forma como fue admitida en este foro una amenaza soterrada de Washington. También abrió una caja de Pandora en la esfera del protocolo: si el líder legislativo cubano, definido por el comandante como "presidente del órgano supremo del poder del Estado", debe ser reconocido como jefe de Estado o no. El asunto es de la mayor importancia, ya que en política, según saben bien los mexicanos, "forma es fondo". Del nivel que se le reconociera a Alarcón dependería que Cuba pudiera estar presente en el retiro de mandatarios de este viernes, en el Museo de Historia, o que Washington logre, como se lo propone, sacar a Cuba del acto culminante de este encuentro.
No pasaría mucho tiempo antes de que se confirmara la señal temida. La cancillería excluyó a Alarcón de la lista de jefes de Estado invitados a la "encerrona" de mañana viernes en el Museo de Historia, en plena Macroplaza.
Alarcón ni siquiera asistió a la cena de gala que el matrimonio Fox Sahagún ofreció a los jefes de Estado y de gobierno en el escenario de Fundidora Monterrey.
Ante esta disyuntiva, Castañeda definió: "En lo que se refiere a los eventos organizados por Naciones Unidas, se aplicarán las reglas que ha determinado y que determine la ONU. En lo que se refiere a los eventos, que son varios, muchos, que están bajo responsabilidad exclusiva del gobierno mexicano, se aplicarán las reglas que se habían determinado y anunciado antes y que se aplican por igual a todos los gobiernos que están aquí".
Pero Alarcón, que en materia de códigos y claves de la ONU es un viejo lobo de mar por los años que pasó como representante de su gobierno en Naciones Unidas, puntualizó que espera "recibir las mismas posibilidades que los demás participantes de la conferencia". Sobre las reglas, puntualizó que la delegación cubana "estuvo presidida por el jefe de Estado", y que una práctica elemental y común en la ONU es que la persona que continúa en la delegación siga participando a ese mismo nivel. "No conozco antecedente de trato diferenciado", expuso.
Advirtió que en la medida en que se trate de actividades que sean parte de la conferencia, "no tengo la menor duda que si no participo sería porque estoy siendo discriminado. Y la ONU no podría asumir esa responsabilidad". Diferenció entre lo que son actividades privadas -"tomarse un tequila, escuchar un mariachi, qué sé yo"- y las oficiales o relacionadas con la conferencia. En estas últimas nadie podrá ser excluido sin violarse un principio bien establecido por la ONU.
Catorce renglones
Los 14 renglones que le pusieron el cascabel al gato de la amenaza estadunidense fueron éstas: "Les ruego a todos me excusen de que no pueda continuar acompañándolos debido a una situación especial creada por mi participación en esta cumbre, y me vea obligado a regresar de inmediato a mi país.
"Al frente de la delegación de Cuba queda el compañero Ricardo Alarcón Quezada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, incansable batallador en la defensa de los derechos del Tercer Mundo. Delego en él las prerrogativas que me correspondían en esta reunión como jefe Estado."
Después dijo que esperaba que no le prohibieran al jefe de su delegación participar en las actividades oficiales.
Pero Castro no salió de inmediato de la llamada "ciudad prohibida", el centro de comercio Cintermex, sede de la cumbre. Se trasladó al área de oficinas para encuentros bilaterales y se reunió con el presidente colombiano, Andrés Pastrana, y con el secretario general de la ONU, Kofi Annan. De estas entrevistas nada trascendió. En una oficina vecina el presidente Vicente Fox atendía sus propios encuentros tête-à-tête. Pero a pesar de estar a pocos pasos de distancia no se vieron. Y ya no se volverían a ver. En este viaje, los dos mandatarios que presumen de la buena química que existe entre ambos sólo se dieron un apretón de manos protocolario. Nada más.
En ausencia de Castro, Alarcón se ciñó estrictamente a la explicación del mandatario. Interrogado sobre cuál sería la "situación especial creada" que lo obligó a retirarse, el dirigente dijo: "Fidel no quiso dar más detalles. Nosotros preferimos mantener la misma discreción."
Pero además del delicado problema de qué nivel se le reconocerá aquí a Alarcón para participar en el retiro de jefes de Estado y de gobierno, Castañeda echó a andar otro juego de equívocos entre México y Cuba. Señaló que en la carta en la que Castro confirmaba su asistencia dijo que "vendría por un tiempo mínimo". Remarcó: "La palabra era mínimo".
Alarcón replicó: "A Fidel Castro no estoy acostumbrado a verlo actuar con normas mínimas. Es un hombre con un modo de trabajar para el cual el calificativo de mínimo resulta extraño".
Cruce de caminos
Al final, los caminos de Bush y Castro sí se cruzaron, aunque fuera a toda carrera. Fue en un tramo de la carretera Monterrey-Cadereyta, la ruta al aeropuerto. Una caravana de vehículos con un dispositivo de seguridad imponente surcaba la vía a toda velocidad rumbo a la capital neoleonesa. En los autos ondeaba la bandera estadunidense.
Desde ahí quizá Bush no haya podido evitar otra caravana con no menos seguridad que corría en sentido contrario. Era la comitiva cubana. Sus integrantes venían de almorzar. Eran las 16:30 en punto.
Si bien los dos mandatarios no estuvieron nunca bajo el mismo techo, sus aeronaves compartieron pista. A las cuatro de la tarde, cuando el Air Force One de Bush tocaba Monterrey, el avión de Cubana -como cuento de Monterroso- todavía estaba ahí.
Y Fidel Castro podía ya usar la mordacidad con libertad en sus últimas declaraciones a la televisión. Decía que no le hubiera interesado demasiado un encuentro con Bush. "Yo llevo mucho tiempo en esta actividad, mientras el otro estaba naciendo o en la escuela. Pero no le echo mucho de menos".
En su adiós se declaraba satisfecho "con la imagen que me llevo de ustedes y la imagen de una ciudad tan bella rodeada de los cerros éstos. Entonces, en cualquier oportunidad que tenga, sin que moleste a nadie, vengo a Guadalajara". En fracción de segundos corrigió el lapsus: "šNo a Guadalajara! šA Monterrey!", dicho lo cual subió por la escalerilla, sus guardaespaldas y la tripulación cerraron la escotilla, y se fue.