ENTREVISTA
Carlos Montemayor, barítono
La música vocal es la esencia del ser humano
PABLO ESPINOSA
El músico Carlos Montemayor responde así
a la pregunta de cuál es la trascendencia de la voz humana, es decir,
de la música como el gesto mayor de los humanos:
--La voz es el sonido de nuestra especie. Así suena
el cuerpo humano, así vibra la realidad humana. Es la fuerza de
la tribu. El canto convoca a toda la especie y esa es toda la gracia del
arte vocal en sus distintos momentos, espacios, alturas, expresiones, fortaleza
o suavidad. La música vocal es la que comunica más rápida
y profundamente a los humanos. Es la esencia de lo que somos.
El maestro Carlos Montemayor (Parral, Chihuahua, 1947)
ejemplifica la personificación del Renacimiento. Doctorado en el
saber de la naturaleza humana, ha traducido a Píndaro, Séneca,
Pessoa, Ledo Ivo, Camoes y Safo, por igual que cultiva el saber en otras
lenguas con la misma docta exactitud en comunidades mixes, zapotecas, chinantecas,
mayas. A la literatura en lenguas indígenas de México y América
Latina adjunta el amor experto, igualitario, con las odas de los bucólicos
griegos y los líricos y los elegíacos helénicos y
la deliciosa, Eros en flor, poesía de los goliardos.
Un amor de siempre
A
sus tareas de novelista, historiador, experto en guerrilla, latín,
hebreo, en luchas clandestinas con fusil y lápiz, Carlos Montemayor
ha decidido compartir un amor de siempre: la música. Circula en
lugares selectos (Casa Lamm, algunos Sanborns) un disco delicioso: El
último romántico, editado por Global Entertainment, en
el que el humanista Montemayor da vida con su tesitura de barítono
a 12 piezas de arte.
Abre el disco un arpegio de corcheas como las cascadas
de mujer cuando peinan el aire con sus cabelleras. Al piano está
el maestro Antonio Bravo (Querétaro, 1967), alumno de Mario Lavista,
Horacio Franco, Paul Badura-Skoda y Franco Donatoni. Del cabello más
sutil, gema musical de Fernando Obradors inicia esta grabación
preñada de placeres y que reúne joyas de varios alhajeros:
canción napolitana, española, italiana, vienesa, dichas con
la dicha de hacer música: línea de canto, colocación,
emisión, compromiso, verosimilitud. Pasión. Así suenan
en este disco espléndido canciones de Manuel de Falla, Pérez
Soriano, Moreno Torroba, Paolo Tosti, Eduardo Di Capua, Rodolfo Falvo y
Franz Lehar.
El último romántico captura ?como
el mundo condensado en un grano de arena? la plenitud del arte de la música,
del placer de hacer música, de sus significados y del mero deleite
de vivirla, degustarla, sencillamente comprenderla, de igual manera como
se entiende un cuadro, una sonata, una novela.
En la biblioteca de su casa, un sábado, el maestro
Carlos Montemayor y el pianista Antonio Bravo reviven las sesiones, intensas
todas, que culminaron en la grabación de El último romántico,
durante una charla que es tertulia, que es taller, que es una sesión
de análisis y disfrute de la música. Canta Montemayor frente
a su piano vertical de más de un siglo de antigüedad, gesticula
su pianista, suena luego el disco en las bocinas con una visita guiada
por sus autores. Más que una explicación del disco en cada
uno de sus tracks, es un compartir el placer del ejercicio de la
música. El destino final será el lector, que recibirá
muchas sorpresas agradables cuando escuche El último romántico.
Héctor Anaya es uno de los padres de este disco,
cuenta Carlos Montemayor. "Me insistió en que cantara en el programa
que tenía en la XEW, Abrapalabra. Ante su insistencia le
dije, como para quitármelo de encima: está bien, consigue
un pianista y voy. Y en efecto, consiguió un pianista. El programa
era un sábado y vinieron a recoger las partituras dos días
antes, entre ellas iban La pícara molinera y El último
romántico. Antonio Bravo, el pianista, y yo nos conocimos una
hora antes del programa, aquí en mi casa. Escogimos Malía,
de Paolo Tosti, y en ese momento nos dimos cuenta de que teníamos
una idea muy semejante de la música, de la manera de entenderla
y estudiarla. Este 20 de marzo cumplimos tres años de aquel programa
que fue el antecedente inmediato de El último romántico,
grabación que realizamos en tres días".
Ese tiempo de grabación es un récord incluso
para cantantes de profesión, tercia el pianista Antonio Bravo. "Ya
en 1999 habíamos tenido un intento de grabación en los Estudios
Churubusco, con Alfredo Joskowicz, pero más con el propósito
de estudiar, de grabar para oírnos ya no sólo en el momento
del trabajo de una interpretación musical sino tomar distancia con
una grabación".
Esas sesiones de trabajo en la biblioteca de Carlos Montemayor,
frente a las obras de los clásicos de todas las lenguas y con un
bello piano y muy selectas partituras, le llaman los músicos Montemayor
y Bravo de una manera inequívoca: "tallerear".
El contenido de El último romántico,
explica el maestro Montemayor, se puede definir como "piezas de arte de
canto, piezas de concierto. La ópera no suele escucharse con acompañamiento
de piano en disco, por lo regular el acompañamiento de orquesta
es el referente inmediato de quien se acerca a la música de concierto.
En cambio la canción de concierto, o canción de arte, por
su propia rareza o por su poca frecuencia discográfica suele ser
más aceptada con acompañamiento de piano. Gran parte de la
música de Tosti, de la música española, puede desenvolverse
muy bien en conciertos de cámara con voz y piano. Hay mucha resistencia
a creer que un escritor pueda cantar y se le pueda apoyar con una infraestructura
orquestal. Incluso hay tiendas que se supone en México profesionales
en esta línea de música de arte que se han negado a aceptar
el disco porque dicen que yo soy escritor y no tengo por qué meterme
en otras áreas, de tal manera que la distribución del disco
va a efectuarse fundamentalmente por medio de Casa Lamm, Vips, una distribuidora
de provincia de discos compactos y en algunas tiendas Sanborns. Lo que
este disco propone es una serie de piezas de arte que pueden estar entre
lo popular y lo clásico. Cuando digo popular pienso en Parlami
d´Amore, Mariú, de Bixio; pienso en Despedida,
de María Grever, pero hay otras piezas en las que hay una confluencia
y un alarde de música, de armonía de ejecución, que
son las piezas de Lehar (tres fragmentos de La viuda alegre, Die lustige
witwe) en las que el piano llega a niveles absolutos de orquesta en
su caudal armónico y melódico".
Explica el pianista Antonio Bravo: "Cuando llego al ensayo,
el maestro Montemayor, como buen músico, tiene ya preparadas, estudiadas
todas las partituras y a diferencia de cantantes de profesión, atiende
de manera especial el texto. Esa es una gran diferencia, porque me he topado
con cantantes cuyo divismo los lleva a preocuparse más por la ambición
vocal y poco por la música, mucho menos por el texto, menos si no
está en su idioma. Aunque se trate de un texto escrito en su idioma,
muchos cantantes no lo entienden porque al cantar no están diciendo
lo que la canción dice, lo que está escrito en el texto.
Esta es una de las cosas que he disfrutado mucho con el maestro Montemayor,
el trabajo minucioso frase por frase, desde las piezas de ópera
hasta la más ligera, como puede ser Parlami d´Amore, Mariú.
Además, el estudio del texto lo lleva a hacer su voz de acuerdo
con lo que el texto requiere, es decir que puede hacer desde unos mezza
voce, casi murmurando, hasta un agudo pleno. Pero no es la voz lo que
se antepone sino todo el contexto, la obra misma junto con el texto que
es lo que lleva a los cantantes a cantar como tal. El maestro Montemayor
no tiene una voz sólo de cantante, sino una voz cantante. Son deliciosas
estas sesiones de estudio, de ensayo, tallereando. Nos pasamos aquí
en esta biblioteca unas ocho horas como todos unos obreros, tallereando".
Todo al servicio de la voz
Completa la idea el barítono Carlos Montemayor:
"El procedimiento consiste en tornar todo al servicio de la voz y no la
voz al servicio de la música. En eso mi maestro, el barítono
Roberto Bañuelas, ha sido una influencia muy importante. Es un hombre
prácticamente renacentista, también es escritor, ha publicado
relatos breves, es pintor y ha montado varias exposiciones. Con él
aprendí no sólo la música, el canto. También
aprendí que no hay barreras en las disciplinas artísticas
si uno se acerca con tenacidad, con voluntad y, sobre todo, con amor".
Comparte el humanista: "El amor a la música para
mí fue anterior al amor a las letras. Antes de los nueve años
desperté a la música porque vi a un minero, que yo quería
mucho, tocar una guitarra y a mí me sorprendió que de sus
manos y de todas sus uñas, duras, negras, quebradas, pudiera brotar
la música. La primera impresión que tuve con este minero
fue que de él salía la música, que él producía
la música y eso es lo que me ha quedado claro hasta ahora, que uno
puede producir la música y lo que uno debe hacer es eso: producir
la música, no someterla sino ayudarla a que brote".
Traza
su genealogía: "En mi familia siempre ha habido músicos.
Las voces de mi padre y de mi madre eran estupendas. Mi abuelo paterno
era también un buen músico, en guitarra, salterio, violín.
Por el lado de mi familia materna mi abuelo era también músico.
Un hermano de mi abuela cantó con Caruso en México Cavalleria
rusticana. La música fue parte durante muchas generaciones en
mi familia. En mi casa, en Parral, había muchas reuniones con los
mejores guitarristas del rumbo. Guitarristas asombrosos, extraordinarios,
entre ellos mi maestro de guitarra era de los más exigentes y excelentes
músicos de la comarca. A la casa de mis padres en Parral iban muchos
músicos; crecí en ese ambiente. El músico chihuahuense
es muy bueno, muy autocrítico, exigente. Ese quizá sea el
punto clave. Hay una disciplina que nace supongo del mismo medio cultural
de los desiertos chihuahuenses que nos obliga a ser tenaces. Quizá
sea eso".
Otro marzo, otro sábado. Es 1994 y estamos en La
Habana. El maestro Carlos Montemayor forma parte del jurado del Premio
Casa de las Américas y llevamos casi dos semanas entre sesiones
deliberativas, lecturas de las obras literarias provenientes de todo el
continente y convivencias que incluyen una larga charla, de pie y desde
que es medianoche hasta que es ya otro día, con el comandante Fidel
Castro, con temas que van desde la guerrilla hasta los clásicos
latinos, griegos e indígenas. Entrañable y familiar, Gabriel
García Márquez se aparece de vez en vez en las sesiones.
Un atardecer de sobremesa en La Habana. Al fondo de las
mesas, entre el barullo de cristales, cucharas, arroz con frijoles y carne
de puerco y mojito, un piano vertical se eleva entre las brumas caldas
de la música de Ernesto Lecuona. Una dama cubana descrucifica las
teclas. La atmósfera llega hasta el ensueño. Entre los comensales,
el maestro Carlos Montemayor sigue la música con un murmullo a labios
cerrados que luego asciende al sotto voce que luego sube al mezza
voce que llega hasta el agudo pleno y el maestro Montemayor termina
de pie y a garganta y pecho abiertos cantando una canción napolitana
ante la aprobación, expresada en aplausos y vivas de un público
ocasional que habría de convertirse, dos días después,
en público formal, pues entre los comensales alguien lo comprometió
a ofrecer un concierto en forma, cosa que aconteció en la sede de
la Orquesta Sinfónica de Cuba, acompañado al piano por Juan
Espinoza. Un compromiso más, éste con la radio italiana,
no habría de cumplirse, pero la mecha ya estaba encendida. Todo
ha estallado ahora: El último romántico, disco compacto
y formidable, es una bella realidad.
Pocos saben que existe un disco con música de Friedrich
Nietzsche. Otros más están enterados de que hay óperas
enteras, como Einstein on the Beach, acerca del violín del
autor de la teoría de la relatividad. En la era de la globalización
también se tiende a considerar el arte de la música como
mero adorno o, peor, simple mercancía. El disco de Carlos Montemayor,
además de brindar placer, ofrece la esperanza de recuperar el arte
de la música como una forma de conocimiento. De autonocimiento.
-¿Resulta provocador y crítico apelar a
la unidad renacentista de, por ejemplo, cantar como escribir o escribir
como cantar, es decir, diversificar las vías de acceso al conocimiento?
-Es muy posible que el mundo esté más tranquilo
si alguien es solamente zapatero o dentista o escritor o fotógrafo
o ingeniero ?responde Montemayor?. Cuando se hacen más cosas de
las debidas se provoca cierto nerviosismo, pero la mayor parte de los artistas
se dedican a más de una de las disciplinas de arte. James Joyce,
por ejemplo, era un excelente tenor y decidió desterrarse de Irlanda
porque en un concurso de la Opera de Dublín le dieron el segundo
lugar y no el primero. El primero lo obtuvo por cierto John McCormick,
admirado por Caruso. En México, Eduardo Lizalde es un barítono
muy poderoso y un conocedor de la ópera a fondo. David Huerta es
un magnífico guitarrista. Alberto Blanco y Evodio Escalante son
magníficos pianistas. Tito Monterroso, Fernando del Paso, Marco
Antonio Montes de Oca son pintores también. Günter Grass es
pintor. A mí me tocó la buena suerte de además de
ser escritor, ser músico y dentro de la música, ser cantante.
Y eso me apasiona.