León Bendesky
Sostiene Salinas
Hay una frase que parece clave en la más reciente diatriba de Carlos Salinas en contra de Ernesto Zedillo y se refiere a una cita que hace de Vicente Fox en su discurso de toma de posesión: "Ningún acto relacionado con el pasado estará inspirado por resentimiento alguno, venganza, ansias de reivindicación personal o aspiraciones a reinterpretar la historia" (El Universal, 19-20 de marzo, 2002). Y eso es precisamente lo mismo que puede aplicarse al ex presidente. La airada defensa de su gobierno frente a lo que considera la traición e incapacidad de quien nombró directamente su sucesor es ineficaz y sólo pone a ambos en evidencia, una vez más.
El pretexto del financiamiento para el desarrollo le sirve a Salinas para dar su versión sobre el desastre económico de fines de 1994, apenas cuando había dejado la Presidencia y para rematar con el desquiciamiento del orden legal en el país provocado en el anterior sexenio.
Salinas cree poder salir completamente limpio de la mala gestión económica hecha por Zedillo, pero eso no es posible, pues el terreno lo dejó muy bien preparado para que ello pudiese ocurrir, incluyendo, lo que acepta como su error, designar a su sucesor en un acto muy poco democrático.
Fue su propio secretario de Hacienda, Pedro Aspe, quien reconoció públicamente que habían dejado la economía prendida con alfileres, pero que fueron los otros quienes los quitaron, en directa alusión a Zedillo y Serra. Pues bien, también con alfileres está sujeta toda esta nueva versión que ofrece Salinas.
Es indudable que a fines de 1994 se cometieron faltas graves en el terreno financiero que provocaron una fuerte alza de la inflación y de las tasas de interés, así como una devaluación de 100 por ciento. Pero esas faltas tuvieron como soporte el elevado endeudamiento (una parte con los Tesobonos), un déficit externo de comercio de 18 mil millones de dólares y la gran ampliación de los créditos bancarios con muy bajo control de su calidad, tanto por los propios bancos como de las autoridades de la Comisión Bancaria.
El escenario era indudablemente muy vulnerable, había dejado a la economía en su límite de resistencia; pensar que sólo porque se hubiera ratificado a Aspe en su puesto se habría evitado la crisis, es un argumento bastante débil. No debe olvidarse que el estado de la situación de entonces en torno al tipo de cambio y las cuentas externas se debatía internamente de modo abierto, y que fue Salinas quien no veía ni oía a quien pensaba diferente y que, además, se vanagloriaba de ello.
Pero hay un punto en el que Salinas tiene razón y es el relativo a la gestión de la propia crisis mediante el Fobaproa y la forma en que se impuso el saneamiento de los bancos por Zedillo. Esto llevó hasta la reconformación del sistema bancario en cuanto al número de instituciones y su propiedad por bancos extranjeros. Sobre este tema la discusión sigue abierta en México y, sobre todo, se sigue pagando muy elevado costo de las decisiones tomadas después de la quiebra de los bancos. Es cierto que se perdió la capacidad de financiamiento a la inversión por parte del sistema bancario, pues desde 1995 no existen créditos para las empresas y ello provoca que el crecimiento reciente de la economía muestre rasgos de gran desigualdad sectorial, que no ha hecho sino reducir la competitividad general de la economía. Es cierto también que se salvaron los depósitos de los cuentahabientes, pero nunca se ha demostrado que la forma en que se hizo fue la mejor y, mucho menos, la única posible.
Salinas usa todos los recursos a su mano para formular sus acusaciones, cita profusamente al presidente Fox y notas periodísticas, pero sobre todo se apoya en el actual secretario de Hacienda Gil para demostrar los errores de la administración Zedillo-Gurría. Gil empezó a reconocer públicamente el gran déficit fiscal que se mantenía escondido cuando Gurría repetía hasta el final de su estadía en Hacienda que había salud en las finanzas públicas. Lo hizo después de presentar al Congreso su primer proyecto de presupuesto federal, pero no lo hizo antes, cuando también podía. Mientras desde el gobierno se seguía escondiendo el déficit se sabía que estaba ahí y se hablaba de él, en tanto que así se hacía la política económica.
Salinas amplía su debate al colapso del sistema de la procuración de justicia en el gobierno anterior con un argumento que apunta, evidentemente, a un objetivo de tipo personal que difiere del dirigido a la crítica de la economía. El texto, que es muy desarticulado, destila sobre todo un gran rencor y le priva del carácter de reflexión política medianamente útil al país. En este sentido ofrece una nueva versión clásica de la política mexicana asociada estrechamente al presidencialismo priísta, que recuerda la época en la que Echeverría denostaba a su sucesor, López Portillo.
Todo esto no nos sirve y el ex presidente Salinas, junto con su ex amigo, el también ex presidente Zedillo, no debe-rían seguir confiando en la falta de memoria de la sociedad. Ese olvido sería lo único en que podrían fincar su pleito personal y eso es algo que no debe confundirse con una disputa por el bien de la Nación. En México hay muchos conflictos que superar y lo que menos se necesita son lastres de este tipo.