DE LA SOBERANIA A LA CLAUDICACION
La
relación económica y geopolítica más importante
para México ha sido, es y seguirá siendo la que mantiene
con su vecino del norte. Tres mil kilómetros de frontera común,
el flujo migratorio más importante y constante del mundo y una integración
económica creciente nos atan a ese país y nos condenan a
convivir con la mayor potencia militar, industrial, financiera, tecnológica
y comercial del mundo; para nuestro país resulta necesario mantener
esa relación --fuente inevitable de roces y problemas, habida cuenta
de las asimetrías y las diferencias entre ambas sociedades-- en
los términos menos conflictivos que se pueda, pero, también,
en términos de inequívoca independencia y soberanía.
En esa lógica, el Estado mexicano desarrolló, por décadas,
la habilidad de resolver los desacuerdos más candentes con Washington
sin permitir que el país se deslizara más de la cuenta a
la poderosa y enorme zona gravitacional de Estados Unidos.
En el ámbito de la ética y los principios,
el país más importante en la política exterior mexicana
fue, durante 40 años, Cuba. Los sólidos y entrañables
lazos diplomáticos con esa nación caribeña no sólo
reflejaban las afinidades y simpatías entre ambas sociedades, sino
también una comunión de valores y de convicciones: el respeto
a las soberanías y a la autodeterminación, la vigencia del
derecho internacional y de sus organismos, así como la necesidad
de reformular las injustas condiciones de convivencia política y
económica de la comunidad internacional. Pero más allá
de las posturas morales, el estatuto especial que ocupaba Cuba en el horizonte
de la política exterior mexicana estaba dictado también por
una consideración de sobrevivencia: defender el derecho de los cubanos
a la autodeterminación --aunque ese ejercicio implicara la confrontación
con nuestro poderosísimo, intolerante y violento vecino-- era, a
fin de cuentas, una defensa de nuestra propia autodeterminación,
tantas veces amenazada, y en ocasiones atropellada, por Washington y por
otras potencias del orbe.
Hoy, el actual gobierno ha roto con ese equilibrio primordial
de la política exterior mexicana y ha llevado las relaciones con
la isla a su peor momento, en aras de una muy cuestionable mejoría
de voluntad por parte de la Casa Blanca. En el justificado reproche emitido
por Cuba, en la forma de un editorial de Juventud Rebelde, el condicionamiento
y el acotamiento a la presencia del presidente Fidel Castro en nuestro
país, con motivo de la cumbre de Monterrey, constituye la "escandalosa
aceptación de un chantaje impuesto por el gobierno estadunidense",
el cual "paga siempre con el desprecio". Más aún, abunda
el rotativo, "el gobierno de México no sólo le acaba de dar
la espalda a su pueblo, sino a su historia" y ha optado por "un servilismo
que envilece la memoria del cura Hidalgo, de Benito Juárez y de
tantos próceres que trascendieron el ámbito de su época
y de su territorio".
Desde esta perspectiva, la vergüenza del encuentro
de Monterrey es un capítulo más en el proceso de canje de
los pilares de nuestra política exterior por promesas inciertas
de privilegios y prerrogativas por parte de la superpotencia vecina. Lo
peor es que semejante distorsión de las esencias del Estado mexicano
se opera sin consulta alguna a la sociedad, sin ninguna consideración
democrática y sí, por el contrario, con una arbitrariedad
autocrática y patrimonialista que retrata claramente el verdadero
espíritu del que se presentó a sí mismo, ante México
y ante el mundo, como "gobierno del cambio". En el terreno de la política
exterior, el cambio real ha sido de la soberanía a la claudicación.