Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 25 de marzo de 2002
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Editorial
 
DE LA SOBERANIA A LA CLAUDICACION

SOLLa relación económica y geopolítica más importante para México ha sido, es y seguirá siendo la que mantiene con su vecino del norte. Tres mil kilómetros de frontera común, el flujo migratorio más importante y constante del mundo y una integración económica creciente nos atan a ese país y nos condenan a convivir con la mayor potencia militar, industrial, financiera, tecnológica y comercial del mundo; para nuestro país resulta necesario mantener esa relación --fuente inevitable de roces y problemas, habida cuenta de las asimetrías y las diferencias entre ambas sociedades-- en los términos menos conflictivos que se pueda, pero, también, en términos de inequívoca independencia y soberanía. En esa lógica, el Estado mexicano desarrolló, por décadas, la habilidad de resolver los desacuerdos más candentes con Washington sin permitir que el país se deslizara más de la cuenta a la poderosa y enorme zona gravitacional de Estados Unidos.

En el ámbito de la ética y los principios, el país más importante en la política exterior mexicana fue, durante 40 años, Cuba. Los sólidos y entrañables lazos diplomáticos con esa nación caribeña no sólo reflejaban las afinidades y simpatías entre ambas sociedades, sino también una comunión de valores y de convicciones: el respeto a las soberanías y a la autodeterminación, la vigencia del derecho internacional y de sus organismos, así como la necesidad de reformular las injustas condiciones de convivencia política y económica de la comunidad internacional. Pero más allá de las posturas morales, el estatuto especial que ocupaba Cuba en el horizonte de la política exterior mexicana estaba dictado también por una consideración de sobrevivencia: defender el derecho de los cubanos a la autodeterminación --aunque ese ejercicio implicara la confrontación con nuestro poderosísimo, intolerante y violento vecino-- era, a fin de cuentas, una defensa de nuestra propia autodeterminación, tantas veces amenazada, y en ocasiones atropellada, por Washington y por otras potencias del orbe.

Hoy, el actual gobierno ha roto con ese equilibrio primordial de la política exterior mexicana y ha llevado las relaciones con la isla a su peor momento, en aras de una muy cuestionable mejoría de voluntad por parte de la Casa Blanca. En el justificado reproche emitido por Cuba, en la forma de un editorial de Juventud Rebelde, el condicionamiento y el acotamiento a la presencia del presidente Fidel Castro en nuestro país, con motivo de la cumbre de Monterrey, constituye la "escandalosa aceptación de un chantaje impuesto por el gobierno estadunidense", el cual "paga siempre con el desprecio". Más aún, abunda el rotativo, "el gobierno de México no sólo le acaba de dar la espalda a su pueblo, sino a su historia" y ha optado por "un servilismo que envilece la memoria del cura Hidalgo, de Benito Juárez y de tantos próceres que trascendieron el ámbito de su época y de su territorio".

Desde esta perspectiva, la vergüenza del encuentro de Monterrey es un capítulo más en el proceso de canje de los pilares de nuestra política exterior por promesas inciertas de privilegios y prerrogativas por parte de la superpotencia vecina. Lo peor es que semejante distorsión de las esencias del Estado mexicano se opera sin consulta alguna a la sociedad, sin ninguna consideración democrática y sí, por el contrario, con una arbitrariedad autocrática y patrimonialista que retrata claramente el verdadero espíritu del que se presentó a sí mismo, ante México y ante el mundo, como "gobierno del cambio". En el terreno de la política exterior, el cambio real ha sido de la soberanía a la claudicación.
 

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