Alerta indígena en Montes Azules
Bajo el pretexto de rescate ambiental, el gobierno
prepara el desalojo
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Montes Azules, Chis., 27 de marzo. Copas brillantes
de muchos verdes se extienden al pie de la loma, meneándose al viento
como bailarinas que no consiguen ponerse de acuerdo. Las palmas quieren
llevar la batuta, por ese movimiento largo que tienen, pero los demás
árboles no les hacen ningún caso.
La suave violencia de la vegetación en pleno. Desde
un promontorio como este siempre se divisa un río, cuando menos.
Se oye un rumor de cantos incomparables que no tienen dueño; a lo
mejor algunos no tienen todavía nombre.
Al subir la caldera del día, la presión
vaporosa del sol reinante se llena de un denso chirriar de artrópodos
y anfibios haciendo de las suyas en su hábitat natural ?valga la
redundancia.
Por una vereda prácticamente invisible camina un
hombre. Aparece y desaparece entre las ramas mientras se aproxima. ¿Qué
carga en esa red roja? Parece fruta. Sí, naranjas y otra bola, verde,
grande, parece coco o melón, pero no lo es. Del hombro le cuelga,
ya vacía, la botella de pozol, hecho con el maíz que siembra.
Sigue de largo por la vereda de aquí abajo, sin detenerse. Sólo
agita en la mano un adiós.
Una vez que el hombre se alejó, la vereda desaparece
por completo; cobijada por los animales haciendo ruidos, otra vez se vuelve
invisible.
De las monterías a la prospección
El debate de fondo en la disputa por los Montes Azules
no es si cuidar o no "el ambiente", los recursos, la diversidad virgen.
El asunto es quién va a cuidarlos y cómo. Los indígenas
que viven en las tierras desalojables de la reserva de la biosfera dicen
que ellos pueden cuidar la selva, que tienen derecho a estar aquí,
que los dejen. Como sea, la conciencia ecológica es casi tan reciente
en ellos como en los gobiernos y los inversionistas. Es un cambio de mentalidad
propio del fin de siglo. Hace no muchas décadas el Estado y los
explotadores particulares fueron los verdaderos y terribles destructores
de la selva Lacandona.
Lo que va de las monterías a la bioprospección.
El gobierno y los particulares acusan a los indios, no obstante, de ser
los causantes de los daños ecológicos; son los delincuentes,
los terroristas. Un coro de ONG afines al nuevo Estado, que apenas llegó
y ya está en venta, así como todas las dependencias públicas
implicadas, empuja: "¡Sáquenlos, sáquenlos!"
En Washington asienten, complacidos. Si los recursos de
la selva ya no son de la nación, sino del mundo, ¿a quién
se le ocurre que pueden tenerlos unos indios? Como si ellos supieran aquilatar
lo que valen estas mariposas en el mercado internacional, habitualmente
negro. Como piedras preciosas.
Sin tapujos, lo que viene detrás del "rescate ambiental"
es la penetración, la explotación exquisita de los recursos,
el negocio. En sus justificaciones para desalojar a los indígenas,
los funcionarios federales (Víctor Lichtinger, de Semarnat, e Ignacio
Campillo, de Profepa) han dejado claro que la intención es enajenar
la selva de la nación. La prioridad para el gobierno de Vicente
Fox, ya lo proclamó el secretario de Economía, es atraer
capitales.
Y todo en nombre de la humanidad, la seguridad internacional,
el corredor estratégico del Pentágono a través de
las selvas del sureste mexicano, Belice y Guatemala, para conectarse, a
través de Colombia en guerra, con la otra selva mayor que andan
desalojando, y ya casi terminan: la cuenca del Amazonas, escenario del
último genocidio americano en el siglo XX.
Para empezar, en este planeta cada día más
sediento, aquí hay agua, mucha agua. Y quién mejor para controlarla
que Washington y sus empresas. En Chiapas se disputa a los indígenas
el territorio donde hay recursos extraordinarios. En la selva chiapaneca,
la zona norte y los Altos, como en pocos lugares del mundo, abunda la materia
prima más valiosa de todas. Los ríos todavía llevan
agua, y cuánta.
Las sondas nocturnas
Unas estudiantes bien morenas que pasan unos días
aquí al servicio de la comunidad señalan al cielo y describen
un ovni. O al menos eso parece. Lo vieron hace unas noches.
Hoy el cielo tiene nubes, pero es claro. La luna hace
majestuosos los girones de nubes, los enciende, y asoman ya, pese a la
luminosidad, muchas estrellas. "Pasó aquí, bajito, despacio.
¿Qué puede ser? Era como cuadrado, pero no regular. Anaranjado.
Con lucecitas como de... ciudad".
La muchacha se ríe un poco de lo que dice, y explica:
"lo vimos tres de nosotros". Y otra estudiante, divertida: "y conste que
aquí no hay ni alcohol para que se nos ocurran esas cosas".
"Los compas también lo han visto, otras noches.
Dicen que se ve bien bonito", comenta la primera.
Un chavo urbano, que también vio la "cosa" anaranjada,
describe cómo ésta se alejó, muy despacio, sin ganar
altura, y se perdió en el horizonte. "Como si fuera un globo".
Más que un testimonio guajiro, se antoja que describen
una especie de sonda, que debe trasmitir a alguna nave o estación
de monitoreo distante lo que "barre" en las comunidades de Montes Azules.
¿Alucinación colectiva?, ¿rupestre ciencia ficción?,
¿o vieron un simple instrumento de exploración que nuestra
ignorancia tecnológica nos impide identificar?
Fachada de corte gran turismo
En las afueras de la selva Lacandona, sobre todo en su
cada vez más turística (y militarizada) franja norte, entre
Palenque y Yaxchilán (casi 200 kilómetros, Bonampak y balnearios
incluídos), se junta ahora una fauna internacional. Ahí tiene
el lector, por ejemplo, al australiano, tatuado todo el cuerpo con motivos
bosquimanos en su carne de güero, en shorts y camiseta sin
mangas, con su sombrero y su pinta parece recién salido del Outback
de Australia, seguramente por la puerta de atrás. Hace malabares
con tres pinos de boliche y recorre los carros de la gasolinera para pedir,
en mal español pero con estupenda sonrisa, unas monedas que le quieran
dar los demás turistas.
No son estos misfits lo que predomina. Por años,
lo han sido los mochileros que con sus ahorros se pagan visitas al trópico
para aprender. A este turismo cultural-arqueológico tradicional
se suma ahora el turismo de aventura, con muchas divisas, que paga fuerte
por vivir lo que las revistas de gran turismo prometen. Corren por la carretera
transfronteriza, en poderosos carros todoterreno rentados. Se aventuran
a los real places, donde real indigenous people, los últimos
hombres de la selva, los lacandones, les venden lanzas, flechas y pezuñas
salvajes.
Tras esa fachada, anillada por caminos y brechas que controla
el Ejército federal, la reserva de la biosfera de Montes Azules
está en vilo. Caminos de tierra por los que ya transitan los repartidores
de Coca Cola. Elementales puentes de madera o tubos para cruzar los vados
y estanques de las cuencas del Lacanjá, el gran río verdeazul
que del aire se mira esmeralda, y del río Santo Domingo. Lirios
altos con flores moradas. Peces nadando. Lagunas a los lados. Cascadas
y caídas. Agua. Agua.
Al avanzar, los caminos empiezan a escasear. Se acaban.
Topan con la selva. Lo demás son veredas. Y enseguida las tres hermosas
y codiciadas hermanas: las lagunas Ojos Azules, Ocotal y Suspiro, que hasta
uranio parecen tener. Pero la selva sigue para adentro, y es mucho más
que eso.
Comunidades en alerta
Los conquistadores españoles llamaron aquí
el Desierto de la Soledad (la suya). Desde hace dos milenios es casa de
los inquietos pueblos mayas, y desde hace casi tres décadas el tema
de Jan de Vos, historiador de la selva Lacandona y sus devenires.
Sería aventurado suponer que los indígenas
desalojables viven en ignorancia silvestre y pasiva, o aferrados al atavismo.
Están organizados, y siguen aprendiendo a pesar de las pocas escuelas.
El gobierno puede cometer, una vez más, el error de subestimarlos.
En una aula de tabla pelona, mesas rudimentarias y techo
de lámina, una cartulina sobreviviente de algún curso reciente,
dice: "Ficha 4. Nombre: la zona Lacandona, la selva Lacandona y la Reserva
de la Biosfera. ¿Para qué sirve?: para conocer la diferencia
entre zona y selva Lacandona. Saber las diferencias entre tierra y territorio.
Conocer cómo está dividido el territorio de México,
del estado de Chiapas, del municipio autónomo Ricardo Flores Magón.
Para saber qué es la Reserva de la Biosfera y dónde está
ubicada. ¿Cómo se hace?: explicar qué es tierra, territorio,
Reserva de la Biosfera, zona y selva Lacandona, usando mapas".
En tiempos del PRI acérrimo, a esto lo llamaban
"ideas exóticas". Ahora, ¿cómo le dirán al
hecho anómalo de que los marginados, los nadie, in situ estén
informados? Ya lo dijo el delegado de Profepa: están mal aconsejados.
Una escena en el centro de una pequeña comunidad selvática,
que está en la lista del gobierno, me hizo pensar que, además,
caminan juntos. Como si fuera novedad: un hombre anciano se dirige al puente
con barandal que cruza el río. Con una vara larga tantea el suelo.
Está ciego. Pero es un ciego inexperto, o sea reciente. La vejez,
cataratas que podrían o pudieron operarse. Tiene la torpeza del
que no está acostumbrado a no ver. Logra enfilar la ruta del puente,
y sigue. De una vereda a cien metros, brota corriendo un niño de
seis años, pasa a mi lado y llega hasta el anciano, inseguro a mitad
del puente. Le coge la mano. Agitada su respiración por la carrera,
el niño le dirige unas palabras en tzeltal, protectoramente. Caminan.
El niño guía a su abuelo.
Los anuncios y advertencias recientes mantienen en alerta
a los pobladores de las comunidades en resistencia, dentro y alrededor
de los Montes Azules. Temen que los primeros desalojos ocurran esta Semana
Santa. Permanecen atentos.
Funcionarios federales han declarado que, como sea, el
"problema" quedará resuelto antes de fin de año. Sólo
que fines de año estará lloviendo, y en estos lares, esos
operativos son más fáciles con cielo despejado y suelo
seco. Sobre todo si la idea es hacerlo quirúrgicamente, rapidito,
en 15 minutos. Les ha de dar seguridad a los operadores tener al
dios de la tecnología de su lado. Los tecnócratas siempre
han pensado que con eso basta.
En un rincón del aula, escrito con lápiz,
dice: "Asiento de los mansos", y una flechita indica hacia abajo un asiento.
Una carita redonda y sin boca aparece, cruzada con gis, al lado. Versión
local de las orejas de burro. Sólo que aquí la infracción
escolar no es por ser menso, sino manso.