MIGRANTES, POLITICA EXTERIOR Y EL SENADO
El
jueves de la semana pasada este diario dio cuenta, en su primera plana,
de un fallo discriminatorio y atroz de la Corte Suprema de Justicia de
Estados Unidos contra los migrantes indocumentados en ese país,
a quienes les fueron cancelados sus derechos laborales. Según el
dictamen, los trabajadores sin visa no pueden, en adelante, demandar a
las empresas que los despidan o que violen sus condiciones de trabajo.
De esa forma, queda formalmente roto en el país vecino el principio
elemental de la igualdad de las personas ante la ley, y en adelante los
empleadores estadunidenses podrán someter a sus trabajadores indocumentados
a condiciones semejantes a la esclavitud.
Habida cuenta de la gran masa demográfica que representan
los mexicanos que viajan sin papeles "al otro lado" en busca de oportunidades
laborales, de los cuantiosos recursos que esos connacionales aportan a
la economía y de la obligación constitucional del Estado
de proteger los derechos y las garantías de los ciudadanos mexicanos,
la decisión discriminatoria del máximo tribunal estadunidense
debió suscitar una enérgica reacción por parte del
actual gobierno. Sin embargo, tal reacción se limitó a un
comunicado tímido de la Secretaría de Relaciones Exteriores
(SRE) en el que esa dependencia expresó su "seria preocupación"
por la medida y "lamentó" los abusos y los atropellos contra mexicanos
a que dará lugar el fallo.
La inopinada obsecuencia --que, según el diccionario,
es sinónimo de amabilidad y condescendencia, pero también
de sumisión-- de la respuesta mexicana a lo que constituye una injusticia
mayúscula y escandalosa, resultó demasiado poco y llegó
demasiado tarde, y representa una nueva expresión de la ausencia
de una política exterior apegada, en este caso, a la defensa de
los derechos de nuestros connacionales, independientemente de que tengan
o no documentos para trabajar en el vecino país.
En el ámbito estricto del problema migratorio,
el fallo de la corte estadunidense y la inadmisible tibieza de la réplica
mexicana confirman que el tema está fuera de la agenda bilateral
o que ocupa en ella un lugar irrelevante, y que la Secretaría de
Relaciones Exteriores, encabezada por Jorge G. Castañeda, se ha
desentendido del asunto.
Es obligado, en estas circunstancias, voltear la vista
al Senado de la República, responsable constitucional de fiscalizar
la política exterior, y preguntarse si los integrantes de ese órgano
legislativo no han optado también por renunciar al ejercicio de
sus obligaciones en esta materia. ¿Les interesa a los senadores
enterarse de qué está negociando con Estados Unidos el actual
canciller en materia de integración energética, por poner
un ejemplo? En la próxima comparecencia de Castañeda, a efectuarse
mañana, ¿le pedirán cuentas sobre el sometimiento
de la nación a las estrategias globales de Washington? ¿Cuestionarán
las propuestas orientadas a establecer puestos aduaneros del gobierno vecino
en territorio nacional? ¿Se preocuparán por el abandono de
los principios rectores que por décadas dieron presencia, sentido
y prestigio internacionales a la diplomacia mexicana? En suma, ¿se
comportarán los integrantes del Senado a la altura de su responsabilidad,
o se someterán al Ejecutivo federal?
Pero si a esa progresiva claudicación de principios
se agrega el uncimiento de México a los dictados geoestratégicos
de Washington, el entusiasmo de la cancillería por la construcción
de una "frontera inteligente" que significaría una grave e inaceptable
cesión de soberanía --en concreto, convertir a nuestro país
en guardaespaldas fronterizo de Estados Unidos-- y las groserías
y desatenciones del gobierno mexicano a Fidel Castro y otros mandatarios
en la cumbre de Monterrey, resulta inevitable sospechar que la gestión
del actual titular de la SRE no está al servicio de los intereses
de México, sino de los estadunidenses y de los afanes personales
del propio Castañeda.
¿Quién gana y quién pierde en esta
partida que apenas comienza?