LA CIUDAD PARA TODOS, ¿NEGADA A LA MAYORIA?
La
propaganda de las autoridades capitalinas se presenta atractiva: la ciudad
para todos, primero los pobres, y otras frases igualmente populares; sin
embargo, la política oficial se esfuerza por desmentirla. Así,
por ejemplo, se veta el único espectáculo musical público
gratuito --el Tecnogeist y el Love Parade-- para la mayoría de la
población, que es pobre y sobre todo joven.
El argumento para vetar esta manifestación organizada
nada menos que con la colaboración del Instituto Goethe, es decir,
del gobierno alemán, refleja un juicio previo, o un prejuicio, respecto
de la población joven, que es mayoría en el país y
en el Distrito Federal, pues las autoridades creen a priori que una reunión
masiva de jóvenes plantea especiales problemas de seguridad pública.
Sin embargo, el Tecnogeist y el Love Parade además de Berlín,
donde nacieron, también se llevaron a cabo en Moscú, Buenos
Aires, Londres e incluso en México, en los dos años pasados
sin incidentes mayores.
¿El DF está volviendo a los tiempos del
ultraconservador regente Ernesto P. Uruchurtu que consideraba que los jóvenes
debían ser alejados del rock para que pudieran salvar sus almas
del peligro? ¿Las autoridades han decidido inspirarse en el ejemplo
de los talibanes, que prohibían grabaciones musicales, video, televisión
y la música misma como armas de seducción demoniacas? ¿Por
qué niegan el suelo público a la mayoría de los ciuda-
danos, exigiendo que las manifestaciones musicales juveniles se efectúen
en locales cerrados aun a riesgo de tensar las relaciones culturales con
el gobierno alemán si se lo concede en cambio, sin problemas, a
actos de empresas extranjeras em- botelladoras, a las grandes peregrinaciones
o si se destina un enorme aparato policial para protegerlos o para proteger,
recientemente, un partido de futbol?
El temor al otro, al extraño, al vestido de negro,
con cabello estilo punk y lleno de aretes expresa sin duda el abismo cultural
y generacional que existe entre los jóvenes, por un lado, y los
burócratas paternalistas y conservadores, por el otro, los cuales
creen saber mejor que los jóvenes qué deben hacer éstos
y cómo deben comportarse.
Durante los tres años pasados, con gobiernos también
perredistas, los conciertos gratuitos en el Zócalo se habían
convertido en una tradición popular y en una reconquista del espacio
público, sin que se produjeran graves problemas de orden público.
¿Por qué romper abruptamente con esa experiencia?
El temor a incidentes no justifica un cálculo político
erróneo porque parece impopular y antidemocrático y opone
el gobierno capitalino a los jóvenes, a quienes se les niega el
espacio que se concede a otros sin problemas. Pero eso, ¿no contradice
acaso las declaraciones sobre el carácter popular de la actividad
cultural oficial y de la propia administración?