Las dos presentaciones con el Ballet Argentino,
impronta en el México de 2002
Poesía con cuerpos y danza aérea en Bellas
Artes a cargo de Julio Bocca y sus bailarines
Maravillosa puesta en carne, alma y músculo del
bandoneón de Piazzolla El arte de Hanna Schygulla y Peter Brook,
entre lo más relevante del Festival del Centro Histórico
PABLO ESPINOSA
Danza aérea, poesía con cuerpos, ideas coreográficas
de ensueño. La presentación de Julio Bocca y su compañía,
el Ballet Argentino, el jueves y anoche en Bellas Artes, quedó como
una de las máximas improntas de la actividad cultural en el México
del 2002.
Acto
central del Festival del Centro Histórico, junto a la presencia
de Hanna Schygulla, un montaje teatral, Le costume, de Peter Brook,
y la presencia del Kronos Quartet, entre otros acontecimientos de relieve,
la participación de esta institución artística argentina
conjuntó en una sola función tres segmentos de los que uno
solo de ellos por separado hubiese sido suficiente para resultar apabullante,
como lo fue en efecto y sin medida, superados los calificativos de excelencia,
calidez, perfección técnica pero sobre todo pasión.
Los tres segmentos: una gala de ballet, una sección
de danza y un final apoteósico de tango con la música pasional,
pasionalísima, de Astor Piazzolla.
En la primera parte, la gala de ballet, se hilvanaron
tres pas de deux con sus gustadas secciones de virtuosismo, danza
aérea, destreza técnica y demostraciones de poder y de belleza
que cortan el aliento, ponen la piel de gallina y el alma la vuelven, y
envuelven, arcangélica.
Refrendo de una figura estelar
El cisne negro, con la afabilidad de la música
de Chaikovski, fue el primer manjar y prácticamente el calentamiento,
pues eran evidentes en escena el nerviosismo y los estragos de la altura
atmosférica de la ciudad de México. Desde su primera aparición,
empero, Julio Bocca llenó el espacio entero, exultó el Palacio
de Bellas Artes completito, refrendó su posición como primerísima
figura planetaria.
El fragmento operístico titulado igual que el aria
elegida de Bellini, Casta diva, terminó de poner las cosas
en el nivel de la poesía. Mientras el pas de deux de El
corsario, pieza tradicional y de repertorio, dejó patidifusos,
patitiesos y patizambos a todos los habitantes del butaquerío debido
al derroche de talento, magia y elegancia en las ejecuciones.
La parte intermedia fue para la danza: Ecos, coreografía
de Mauricio Wainrot a partir del archicoreografiado y supercoreografiable
Adagio para cuerdas, de Samuel Barber, mostró de cuerpo entero
la sintaxis, propuesta e idiosincrasia del Ballet Argentino entero, incluyendo
el bello tatuaje que porta en el hombro derecho el maestrísimo Julio
Bocca.
La parte más hermosa del programa entero ocurrió
Desde lejos, como se titula ese prodigio coreográfico de
Wainrot, cuyo oído exquisito, hiperdancístico, toma la música
idónea: Wim Mertens, ese ángel belga conocido y amado en
México por su discografía completa y sus varias visitas,
la más reciente de ellas precisamente a Bellas Artes.
Había más belleza, pasional: Piazzolla
Tango Vivo, de la coreógrafa Ana María Stekelman, con
el solo anunciado de Julio Bocca en un clímax de amor absoluto,
tierno y violento, incinerado en su propia hoguera de pasión. Una
verdadera maravilla la puesta en carne, alma y músculo, del bandoneón
del astro Astor Piazzolla, el violín del Negro Suárez,
el bajo de Héctor Console, la guitarra de Oscar López y las
perlas del piano de Pablo Ziegler, en los altavoces: la música de
Piazzolla en los cuerpos de Julio Bocca y su Ballet Argentino: apoteosis
de emociones, una fascinación envuelta en belleza para regalo del
alma. Una burbuja sonora que danza y todo lo envuelve y todo lo abrasa
y todo lo abraza.
Julio Bocca en México. Gloria in excelsis.